conflicto entre la historia y la presión contemporánea del desarrollo turístico y el crecimiento vertical

Turismo sin brújula: entre la gentrificación, el olvido ancestral y la erosión ambiental


Una reflexión desde el Caribe colombiano para las economías emergentes del turismo

El turismo ha sido durante años celebrado como un motor de progreso económico, y en muchos casos lo ha sido. Pero cuando su crecimiento no está acompañado de una gestión social, cultural y ambiental responsable, se convierte en una forma sofisticada de despojo. Hoy, regiones como Cartagena, la Sierra Nevada de Santa Marta y La Guajira son ejemplos vivos de los peligros y contradicciones del turismo mal planificado.

Gentrificación: la expulsión silenciosa

Getsemaní, La Boquilla y ahora Cielo Mar: una alerta integral

Cartagena es quizás el caso más ilustrativo del impacto silencioso de la gentrificación: barrios como Getsemaní han visto desaparecer a sus pobladores tradicionales, desplazados por una economía turística que encarece la vida y transforma el espacio en una escenografía costosa.

El corregimiento de La Boquilla, con su identidad afrodescendiente y vocación pesquera, enfrenta ahora un desafío más complejo y preocupante.

Por un lado, la presión del urbanismo turístico desde la zona de Morros, promovida por capitales nacionales y una creciente incursión de inversionistas extranjeros, ha avanzado sobre su territorio con un diálogo fracturado con la comunidad.

Por otro, internamente, se evidencia otra fractura, esta es comunitaria: falta de acuerdos sostenibles entre líderes locales, tensiones dentro del Consejo Comunitario, y debilidad en la gobernanza ambiental y social.

A este panorama se suma el crecimiento acelerado de sectores como Cielo Mar, en la zona norte, que ya plantea señales de alerta similares a las que vivió el sector de El Laguito:

Un proceso de densificación urbana con múltiples desarrollos verticales, cuya magnitud demanda mayor claridad sobre la suficiencia de los estudios técnicos integrales y la capacidad de carga urbana.

Vías de acceso limitadas que podrían colapsar ante una mayor demanda.

Proximidad a la Ciénaga de la Virgen, con riesgo ambiental por vertimientos o presiones sobre los cuerpos de agua.

Potenciales afectaciones al sistema de acueducto y alcantarillado si no se ajusta su infraestructura.

En conjunto, estos tres sectores ilustran cómo el modelo turístico sin planificación integral puede desbordar lo urbano, lo social y lo ecológico, desplazando comunidades y forzando paisajes.

Medio ambiente: el gran sacrificado

El turismo también puede erosionar los ecosistemas que pretende celebrar. En muchas regiones del Caribe y la Sierra Nevada, la presión sobre los recursos hídricos, la acumulación de residuos, la expansión hotelera sin control y la saturación de zonas frágiles —como manglares, riberas o desiertos— están provocando un daño irreparable. No puede hablarse de turismo sostenible mientras la infraestructura turística ignore la capacidad de carga de los territorios. La naturaleza debe ser reconocida como sujeto de derechos, no solo como escenario de recreación.

Las raíces culturales y ancestrales: entre la folklorización y el olvido

Las comunidades indígenas, afrodescendientes, raizales y palenqueras han sido históricamente guardianas de los saberes, la memoria y el equilibrio con la naturaleza. Sin embargo, son frecuentemente desplazadas o reducidas a roles simbólicos en el turismo. Sus expresiones culturales son apropiadas, estetizadas o comercializadas sin reconocimiento ni participación efectiva. La consulta previa es un derecho que se elude, y la retribución justa, una deuda constante.

Estas comunidades no necesitan ser “integradas” al turismo. Necesitan ser reconocidas como protagonistas y como titulares de derechos culturales, económicos y territoriales.

El llamado: consensos por un turismo justo

El reto está en reconstruir el modelo turístico desde el territorio y no desde la demanda externa. Y eso exige un pacto profundo entre:

  • Las comunidades locales, como custodias de la memoria y la identidad.
  • El medio ambiente, como sujeto de derechos y eje de vida.
  • El sector privado, que debe asumir su rol como inversor consciente, capaz de impulsar un desarrollo sostenible, inclusivo y respetuoso.

No se trata de romper lazos, sino de unir esfuerzos. Esta triada debe actuar de forma articulada y corresponsable para que el turismo deje de ser amenaza y se convierta en una oportunidad digna para todos.

Países europeos como España, Italia o Portugal ya enfrentan las consecuencias del turismo masivo: desplazamiento de residentes, saturación urbana, pérdida de autenticidad. Colombia y otros países en transición turística aún están a tiempo de aprender de esos errores. La Guajira, el Urabá, el Amazonas y el Pacífico no deben repetir la historia de despojo urbano disfrazado de desarrollo.

El turismo puede ser paz territorial o puede ser desarraigo. Puede ser justicia o puede ser exclusión. Depende de cómo se gestione. Hoy más que nunca, urge una mirada preventiva, con brújula ética, institucionalidad presente y voluntad política para proteger lo que no se puede reemplazar: la identidad, la naturaleza y la dignidad de los pueblos.

 


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