Por: Carlos Darío Rodríguez Redondo.
Hace unos días, tuve una grata tertulia con Don Alfredo Amín, gran dirigente cívico y político que tiene nuestro municipio, en dicha tertulia, tomé atenta nota, a cada palabra y frase que el expresaba; me concentré tanto en lo que decía, que los que me acompañaban, notaban la felicidad y admiración qué sentía por Don Alfredo, y como, no sentirlo, sí hace meses atrás y sin conocerme, expuso una de mis columnas en sus tertulias, que para mí fue muy satisfactorio.
Esta charla tenía algo especial, porque dialogamos sobre la Magangué que todos soñamos y que el aún no ha podido conseguir a pesar de dedicar gran parte de su tiempo a querer y trabajar por esta tierra. Nos hablo de buenas costumbres y moralidad, pero hubo una frase que lanzó y me marco, dijo: “Magangué no es tierra de nadie, tiene que haber un cambio radical, esto no es un sueño, esto es realizable”.
Al lanzar ese juego de palabras, comencé a visualizar esa Magangué que siempre he soñado, pero que lastimosamente va en decadencia; cada vez estamos peor; en el papel somos el segundo municipio de Bolívar, pero municipios como Turbaco, El Carmen y Mompox, están mejor que nosotros.
Los empresarios que son el motor de la economía, se están yendo, Magangué, se ve vieja, sola, abandonada. Parece que no la quisieran, parece que no tuviera dolientes.
¡Ay Magangué! Hasta donde te piensan llevar. Pero de esta te sacaremos, volverás a tener el honor y el respeto que te mereces, volverás a ser esa tierra, prospera y de buenas costumbres en la que me crie y dónde pienso morir.
Soñamos, con que vuelva esa Magangué tranquila, dónde la gente se podía sentar en las terrazas de sus casas a echar cuento como dicen por ahí, esa Magangué, que pocos pudimos disfrutar, ojalá las generaciones futuras puedan disfrutar de la Magangué de antes, pero como dijo Don Alfredo: “esto no es sueño, esto es realizable”. Por eso estoy convencido, que si podemos trabajar y volver a Magangué esa tacita de plata que tanto soñamos.
Somos generaciones distintas, una que aún sueña y otra que empezó a soñar.
¡Larga vida Don Alfredo!