Desconocer que los habitantes de Cartagena pagamos como turista, es no interpretar el calvario que vivimos a diario para solucionar las necesidades primarias. Así es, ricos, clase media o pobres tenemos que comparar y pagar nuestros productos de la canasta familiar, cualquier bien o servicio que necesitamos, a precios estandarizados como turistas, sin chistar, ni patalear. Hay que pagarlo a esos precios y punto.
Para justificar lo que se dice tomemos varios ejemplos: El primero y quizás el que desemboca en todo, es el precio del galón de gasolina. Mientras que en ciudades como Bogotá, Bucaramanga, Cali, Medellín y Barranquilla no llega a los 7 mil pesos, aquí sobrepasa los ocho mil pesos. El servicio de transporte público es uno de los más caros del país. Bogotá es 40 veces más grande que Cartagena, y Barranquilla la sobrepasa 8 veces, las distancias son más largas, pero el cobro de una carrera de taxi no tiene comparación. Aquí la mínima vale $ 6.000 pesos y los taxistas van sólo donde ellos quieren. El transporte en su conjunto viene ocasionando un detrimento social en sus habitantes. La defensa de los consumidores no aparece por ninguna parte. -El zar de precios existe pero en el papel-
El segundo es el mundo gastronómico. Cualquier restaurante turístico, cobra como mínimo, por una mojarra frita, tres patacones, una ensalada, un pocillito de arroz de coco, $ 30.000 pesos. Que es lo más barato, porque si es sierra o pargo rojo no baja de 50.000. Ni se les ocurra una cazuela de mariscos, está por las nubes. Es una exageración. Se oye el grito, “compa yo no soy turista”. Eso es lo que vale rematan con voz autoritaria. -Me gustaría saber cuánto les pagan de sueldo mensual a las que cocinan- Y si les cumplen con la seguridad social que establecen las normas vigentes. En otras latitudes desarrolladas, esto se llama enriquecimiento ilícito. Ahora uno entiende, porqué un simple mecánico en los Estados Unidos, puede cenar con su familia en un restaurante donde va el mismo presidente norteamericano. Los precios son accesibles a todos los ciudadanos. Hay control de precios. Y nadie puede abusar porque existen fuertes ligas de consumidores que defienden a los ciudadanos.
Otro ejemplo, es el mundo de la hotelería. Son precios inalcanzables para cualquier familia cartagenera que quiera pasar un fin de semana en un hotel cinco estrellas. Los servicios son tan caros, que muchas familias en época de noviembre y fin de año prefiere irse para otras ciudades e incluso otros países. Y quizás por los altos precios es que los turistas nacionales como extranjeros han incentivado la piratería hotelera arrendando casas familiares en temporada alta. Esta es la realidad de hoy, todo el mundo busca la economía.
Hay muchos más ejemplos. Pero lo bien curioso de todos estos altos costos que tenemos que asumir los cartageneros en nuestras actividades diarias en la ciudad, pagando como turistas, es que los comerciantes de bienes y servicios, sacan ventajas y más ventajas diariamente de acuerdo al cliente. Es decir que si tienen la oportunidad de aumentar aún más los precios, por desconocimiento del cliente, lo hacen sin ninguna contemplación. Sin importarle la máxima, “turista satisfecho atrae más turistas”. Sin darse cuenta, están matando la gallina de los huevos de oro. La industria sin chimenea, como es el turismo, debe ser el mejor servicio que preste la ciudad, esta es su vocación, sus potencialidades, sus encantos, sus méritos. La historia y sus monumentos que la llevaron a ser considerada patrimonio mundial de la humanidad, no puede seguir siendo utilizada para una explotación inmisericorde sin considerar a sus pobladores. Nosotros nos quedamos y los turistas siempre se van.
No cabe duda que Cartagena es la ciudad turística por excelencia en Colombia. Es la joya para mostrar al mundo. Pero eso no significa que deban abusar con sus precios. Le quitan competencia a nivel internacional, la disminuyen como sitio turístico y empobrecen más a su gente.