Por Juan Antonio Pizarro L.
… las ha visto todas. Por lo menos eso pensamos cuando las vemos, que es casi nunca a menos que nuestra mujer nos regañe cuando la ve, junto a otras hormigas, llevándose las boronas de pan que no limpiamos la noche anterior después de lavar los platos de la comida. Pero, desengañémonos, no hemos visto ni una pequeñísima fracción del insecto más numeroso y extendido de este planeta: según el biólogo,Edward O. Wilson, hay 15.000 especies de hormiga ya identificadas y bautizadas y otras 10.000 o 15.000 por identificar, lo que significa que la hormiga que acabamos de ver es de una especie que representa el 0,0000067% de todas las conocidas. Así que si usted se considera un experto mirmecólogo (así se denominan los expertos en esta especie animal), váyase desmontando del burro, pues no ha dado ni el primer paso para entrar en el jardín infantil de esta especialidad.
En un libro fascinante, “Tales from the ant world” (en español “Historias del mundo de las hormigas” de próxima aparición), el recientemente fallecido biólogo nos lleva de la mano a este universo que se mueve a nuestros pies con una diversidad desarrollada a través de 150 millones de años por estos pequeños animales. En comparación los homínidos, de los que evolucionamos como Homo Sapiens (así haya algunos de nuestros congéneres que desmerecen de esa denominación), llevamos apenas 1 millón de años sobre la faz de la Tierra. Esa gran diversidad, que es propia de la naturaleza (y de los fabricantes de zapatos tenis y de dioses), se muestra en hormigas “que caminan bajo el agua para cosechar los cuerpos de insectos ahogados; o en formas arbóreas que se deslizan sobre las alas del cuerpo, como ardillas voladoras, de rama en rama en el follaje del bosque; cazadoras con mandíbulas trampa que se cierran de golpe en el movimiento animal más rápido jamás registrado; recolectoras de alimentos en la selva tropical que encuentran el camino a casa memorizando patrones del follaje sobre ellas; colonias que esclavizan a cautivas de otras colonias; soldados suicidas que hacen estallar sus propios cuerpos por violentas contracciones abdominales; reinas parásitas sociales que deponen a las reinas madres de las colonias víctimas; reinas hiperparasitarias que esclavizan o matan a las reinas parasitarias; diminutas reinas parásitas que cabalgan sobre las espaldas de las reinas anfitrionas; colonias que se unen para formar supercolonias continuas que se extienden por decenas de kilómetros; especies de jardineras que viven de hongos que crecen en hojas masticadas. Y mucho más."
A pesar del amor que Wilson siente por el reino animal, en especial por las hormigas, sus relatos empiezan con una advertencia categórica: desde el punto de vista moral los humanos no tenemos nada que aprender de las hormigas o de su organización social. Tiene varias razones para hacer esta advertencia, empezando por el rol hegemónico de las hembras del mundo de las hormigas y por el pobrísimo papel de los machos en ese mundo: “Primero, y lo más importante, todas las hormigas activas en la vida social de las colonias son hembras. Soy un feminista ardiente en todo lo humano, pero en las hormigas hay que considerar que, durante sus 150 millones de años de existencia, la diversidad de género no ha existido. Las hembras tienen el control total. Todas las hormigas que ves en el trabajo, todas las que exploran el entorno, todas las que van a la guerra (que es total y mirmicida) son hembras. En comparación, las hormigas macho adultas son criaturas lamentables. Tienen alas y pueden volar, ojos y genitales enormes, y cerebros pequeños. No trabajan para su madre y sus hermanas, y tienen una sola función en la vida: inseminar a las reinas vírgenes de otras colonias durante los vuelos nupciales”.
Además de ser un extraordinario científico, Edward Wilson es un muy buen escritor que obtuvo en dos ocasiones el Premio Pulitzer lo que es un logro que solo dos escritores de no ficción han logrado. En el terreno de la ficción lo han obtenido cuatro, entre los que se encuentran William Faulkner y John Updike. Uno de los libros de Wilson, escrito en compañía de José María Gómez Durán, está dedicado a quien dirigió la Expedición Botánica cuando la Nueva Granada: “Kingdom of Ants: José Celestino Mutis and theDawn of Natural History in the New World”. En “Tales fromthe ant world”, Wilson cita un episodio que vivió Mutis, a quien llama el primer científico naturalista del Nuevo Mundo, en La Vega del Guadual con unas hormigas de Palo Santo: “En poco tiempo, me encontré cubierto de unas hormigas rojas, que me picaban con tanta fuerza que, con dificultad, me quité los zapatos para desvestirme, y luego me quité la camisa, golpeándome todo el cuerpo con ella [para sacudir las hormigas]. Sin embargo, como eran tantas, no tuve más remedio que meterme en el río, sacudiendo mi ropa una vez que las saqué”.
Este libro, junto a otros de este autor, podrían servir de inspiración a niños y jóvenes para que se interesen por la biodiversidad (término acuñado por Wilson) de nuestro país y se encaminen a carreras técnicas y científicas, dejando de colmar las facultades de derecho que nos llenan de abogados mediocres y peores políticos. Y lo digo yo que estudié derecho y alguna vez hice política: mea culpa, mea grandísima culpa.
Nota: Las traducciones de los textos citados son mías con la ayuda de Google, o mejor, son de Google con mi ayuda, pero toda la responsabilidad es mía. El libro “Tales from theant world” leído para esta reseña es la versión digital publicada por Liveright Publishing Corporation en Amazon, la versión en español será una publicación de Planeta.