Antes de matarnos, filosofemos un rato


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(Imagen tomada de Google Imagenes).

Los periódicos, las redes sociales y las emisoras han estado atiborrados de esos casos de violencia social que han terminado en la muerte de diversos jóvenes. No son ni los paramilitares, ni los guerrilleros, ni el Estado, sino muchachos de distintas comunidades urbanas matándose por cosas absurdas como haber empeñado una moto por una botella de ron, por celos o por problemas escolares del pasado.

En lo que va de diciembre hemos recibido las noticias del homicidio de Sergio Naranjo Bohorquez, a quien unos amigos le empeñaron la moto y luego lo mataron con un destornillador por no ser capaces de encontrar una solución pacífica al asunto. Más recientemente, el 7 de diciembre, a la entrada del colegio Nuevo Bosque, un joven de 17 años asesinó a Juan Camilo Martínez de 19 años. Poco antes, el 5 de diciembre un joven fue apuñalado en el barrio el Pozón mientras departía con sus amigos, todo se trató supuestamente del cobro de la muerte de otro joven. Entre el 1 y 15 de noviembre se registraron 9 asesinatos en el casco urbano de Cartagena, de los cuales 3 homicidios fueron realizados en el barrio La Esperanza; en esa semana mataron a Martín Junco de un tiro en la cabeza. El 23 de octubre de este año se registró la entrega de “Rami-Rasta”, quien asesinó a otro hombre por $ 5.000 pesos; poco antes, el 19 de septiembre dos hermanos fueron atacados a tiros en el barrio San José Obrero, de los cuales uno falleció.

Podría seguir citando casos de asesinatos en la ciudad pero me extendería demasiado y podríamos también seguir jugando a los indignados entre números y cifras de homicidios que terminan por entumecer nuestra sensibilidad. Por eso, antes de continuar, antes de que sigamos matándonos con puñales o con la lengua, como si la guerra ya no fuera entre intereses políticos sino entre nosotros los ingenuos ciudadanos que sostenemos extensas y hediondas elites políticas que poco nos estiman; por favor, antes de matarnos, filosofemos un rato.

Quiero empezar recordando un episodio protagonizado por nuestro estimado y queridísimo ex alcalde (¿ya le podemos decir ex alcalde o sigue en “la jugada” después de toda la corrupción descubierta?) Manuel Vicente Duque, donde el entonces burgomaestre hizo uno de sus aportes más tremendos al pensamiento local cartagenero cuando se preguntó: ¿De qué le sirve la filosofía a un joven? Sacando la pregunta del penoso contexto en el que susodicho personaje dejó entrever el poco nivel de su visión como líder político, podemos considerar que se trata de una auténtica pregunta filosófica que podría ser utilizada como punto de partida para innovar el sistema educativo colombiano y, tal vez, cambiar un poco el creciente ambiente de violencia en nuestra ciudad.

Sin embargo, para ser más preciso transcribiré un fragmento del augusto discurso para luego continuar con la reflexión que hoy les traigo: “Tenemos que darle herramientas a los muchachos para que verdaderamente puedan salir adelante, un muchacho de esos que tú le des filosofía, ¿de qué le sirve la filosofía? Si estos son muchachos que se la tienen que salir a jugar a la calle, nosotros en nuestros bachilleratos tenemos que darles herramientas para el saber, para el poder hacer también cosas, entonces esa es la educación que nosotros tenemos que darle a la ciudad de Cartagena, pero tú ves un pensum en la ciudad de Cartagena donde estos muchachos están estudiando es filosofía, está estudiando estas cosas, tú dices, bueno y este muchacho ¿qué va a hacer con eso? Tenemos que darle son herramientas que verdaderamente puedan ser útiles para su vida posterior, pero ese muchacho sale con grado 11 y resulta que no sabe nada de nada porque lo único que se metió fue en un salón de clase a recibir una información que al final no le es productiva para nada”.

La situación expuesta en el anterior discurso es la manifestación del pensamiento de muchos ciudadanos respecto con la filosofía y las ciencias humanas porque se tiene la idea de que es imposible salir adelante y, sobre todo, hacer dinero desde estas áreas. En vez de criticar las palabras de Manolo (no quiero gastar el tiempo de esta lectura en contrariar a quien hoy está tras las rejas, creo que la situación habla por sí sola), podríamos utilizarlas como cuestionamientos sobre los tipos de relaciones que existen entre la educación, la filosofía y la vida de los jóvenes.

Es decir, la primera pregunta que debemos hacernos –sobre todo cuando Manolo utiliza la expresión “un muchacho de esos”, enfatizando el hecho de que “esos” son esencialmente diferente a –tal vez– una idea de un “nosotros”– consiste en: ¿Cómo es la realidad actual de los jóvenes? Es vital comprender en qué están inmersos los niños, las niñas, los jóvenes, cómo están viendo el mundo, de qué manera se expresan y qué significados culturales le atribuyen a sus expresiones, qué desean, en qué creen, qué les molesta, ¿qué es lo que ellos contemplan como ideales para una buena vida? Luego podríamos preguntarnos ¿Cuál es el objetivo de la educación brindada a los jóvenes cartageneros? Todo sistema educativo tiene como objetivo formar cierto tipo de ciudadanos, ¿qué tipo de ciudadanos genera la educación cartagenera? Basta con observar la realidad. La anterior afirmación nos sugiere que, de algún modo, una forma de cambiar la realidad podría darse desde la educación (y no con la elección de algún nuevo alcalde que logre vender mejor el discursito del cambio).

Al entender cuál es el fin de la educación en nuestra ciudad, nos preguntaremos ¿Qué ofrece el mercado laboral para los jóvenes? ¿Por qué muchos jóvenes se encuentran en una pandilla, consumiendo drogas, aplicando violencia sin consciencia, por qué niñas e incluso niños están siendo prostituidos en vez de encontrarse en el camino de la educación y la renovación de sus mentes? ¿Qué sucede entre la educación y el mercado laboral que no logra inspirar a los denominados “jóvenes en riesgo” de la ciudad de Cartagena a que tomen otro camino en la vida? ¿De qué manera podríamos cambiar la realidad de niños, niñas y jóvenes absorbidos por las desigualdades sociales y que se convierten en potenciales riesgos para la integridad de los derechos de otras personas?

Cada vez que leemos una noticia sobre el homicidio de un joven, violación y abuso de mujeres, nos preguntamos, respecto al agresor, ¿por qué lo hizo? ¿Qué lleva a una persona a determinar violar (ya sea abuso sexual u homicidio) la integridad de otro? “Así sin mente” como manifiestan muchos. ¿De qué sirve la filosofía? Pero sobre todo, a un muchacho de “esos”, ¿de qué le sirve la filosofía? Por un lado (y excúsenme por aprovechar el momento para lanzar una crítica aparentemente un poco fuera del contexto de la violencia), tal vez podría servir para comprender que pagar un sobrecosto de pechugas a $ 40.000 y ofrecer un mal servicio alimenticio por medio del PAE en la educación pública no sólo es algo éticamente malo, incorrecto y corrupto, sino que genera impactos negativos en el desarrollo de los niños, niñas y jóvenes cuya alimentación, en muchos casos, depende de lo que reciben en la escuela.
Por otro lado, ¿podría la tecnificación educativa disminuir la violencia social por medio de la accesibilidad laboral? ¿Realmente la accesibilidad laboral podría ser una solución a la violencia? Tengamos en cuenta que así como aumentan los títulos universitarios, también la cantidad de desempleados y mientras la realidad de desempleo sea lo que predomina en nuestra sociedad, hablar de la accesibilidad laboral desde los términos del sistema mercantilista, es pura especulación.

¿Qué necesita un joven para alejarse de la violencia? ¿Cómo podemos transformar la vida de una persona hasta el punto que pueda convertirse en un agente de paz y desarrollo social en su comunidad, incluso cuando el sistema le niega el acceso al campo laboral? ¿De qué manera un joven, una joven, puede ser útil para su comunidad? ¿Qué entendemos por utilidad?

Todas estas preguntas, aunque no estemos hablando de Platón, Aristóteles, Descartes, Hegel, Heidegger o Gadamer, son de carácter filosófico. No nos compliquemos la vida con teorías filosóficas abstractas que tienen funciones muy distintas al concepto mercantilista de utilidad; veamos que la filosofía puede servirnos, al menos, para que no nos matemos tanto en una sociedad caníbal donde hasta por mirar maluco al otro te “zampan una puñalá”; una sociedad donde las diferencias personales se resuelven con sangre es una sociedad enferma y que no tendrá vergüenza en hacer cosas aberrantes como robarse el presupuesto de la alimentación infantil y juvenil. De nada sirve acabar la guerra en el monte si nosotros mismos reproducimos esquemas de injusticia desde nuestras posiciones de poder y actividades cotidianas.

Al decir que la filosofía puede transformar la vida de una persona, no olvidemos que esto necesita incluir todo un abanico diverso de saberes, técnicas y prácticas como las artes, las ciencias exactas, la ética y el deporte. La filosofía, más allá de lo que tradicionalmente es permitido enseñar en las escuelas, consiste en un universo de formación integral y exigente de los individuos; su objetivo no es generar vagos que leen cosas anacrónicas, sino transformar a un puñado de curiosos en pensadores capaces de postular soluciones donde muchos otros aprovechan para robar y empeorar la realidad.


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