En diferentes espacios hemos tratado el reto que representa responder a las preguntas: ¿cómo nos imaginamos a Cartagena en diez años? ¿Qué tipo de ciudadanos habitarán en diez años la ciudad?
Por las apuestas contenidas en el Plan de Desarrollo “Cartagena ciudad de derechos”, avizoramos una ciudad con un fortalecimiento importante en infraestructura y equipamento físico, que habría de reflejarse con impacto en sostenibilidad; mejoras en la movilidad, escuelas y hospitales; necesidades básicas que provisione el Estado… Pero, ¿será entonces que la súper ciudad que añoramos se convertirá de forma automática en ese espacio de encuentro con el otro, de respeto hacia el otro, de empatía con el otro y reflejo en sus necesidades? ¿Estaremos dispuestos a confiar y actuar con corresponsabilidad?
Sobraría expresar en estas líneas las cualidades que han hecho de Cartagena, desde antaño, una súper ciudad. Tenemos bellezas arquitectónicas, naturales y humanas que nos hacen únicos, incluso a nivel internacional. Nuestra falla como ciudad no atiende a razones propias de la naturaleza o de nuestros arquitectos; hemos fallado por la visión prospectiva, mezquina y laxa que nos ha impedido planificar con poco o nulo sentido de bienestar colectivo y común, así como por lo poco que hemos fortalecido la educación para la convivencia social, esa que posibilita la promoción de valores, actitudes y habilidades necesarias para ser vivir en sociedad.
En una ciudad con grandes brechas sociales y deudas de más de tres siglos con sus habitantes; en la que confluyen de manera avasalladora diversas vocaciones económicas -histórica, turística, industrial, portuaria; y otras que se le siguen sumando, como el turismo deportivo, religioso, gastronómico o el wedding planning-, ¿podrá Cartagena superar la desigualdad socioeconómica con sus altos índices de exclusión y sobreponerse para que sus ciudadanos estén prestos a defender su patrimonio, historia, espacios y legado común?
La ciudad, más allá del espacio físico, está impregnada de la impronta de los ciudadanos que la habitan y, en esa medida, el progreso físico, técnico, tecnológico o de infraestructura debe ir de la mano con su educación social y cívica, fortaleciendo principios éticos y valores democráticos por los que es urgente empezar a trabajar. De lo contrario, en no muchos años, tendremos un ciudadano habitando una ciudad que bien podría ser una tacita de plata, pero para cuyo cuidado se requeriría de la asistencia permanente de la autoridad, quien podría garantizar medianamente el positivo comportamiento de sus ciudadanos.
La apuesta en progreso con varilla y argamasa debe ir de la mano de manera indefectible con la educación, la educación del ser: el ser humano que habita la ciudad. Solo así podremos reconocernos como la súper ciudadanía de una súper ciudad como Cartagena en donde todos cuidemos todo y a todos
Elfa Luz Mejía Mercado