Armstrong: no solo él es culpable


Eso pasa en el caso Armstrong. Está en el escarnio público mundial por tramposo y mentiroso: mintió tres veces ante los medios de comunicación mundiales.
Ganó varias demandas a empresas (entre ellas, a algunos medios de comunicación que se atrevieron a denunciar el caso) por sostener la trampa y la mentira.
El hecho no merece justificación alguna. Al contrario, es un error que cometió Armstrong y del que tendrá que asumir las consecuencias. Sin embargo, el ciclista es quizá el menos responsable de una empresa que montaron en torno a él para mentir y hacer trampa. El americano sólo es una parte de esa alianza.
Si el primer positivo lo dio en 1999 (el año en que ganó su primer Tour) y habían serias sospechas, ¿por qué las autoridades antidodaje no actuaron? Más bien dieron por satisfactoria la versión del ciclista y su entorno, aunque las graves sospechas y denuncias sobre encubrimientos y sobornos quedaron ahí.
Pero, claro, nadie imagina los enormes intereses económicos que maneja el Tour de Francia. De hecho, es considerado el tercer evento deportivo más importante, después de los Juegos Olímpicos y el Mundial de fútbol.
No sabemos a quién va a inculpar Armstrong, pero debería hacer la lista completa, sin excluir a nadie, empezando por los dos últimos presidentes de la UCI (Unión Ciclista Internacional, el organismo que vigila y controla todo el ciclismo profesional), que lo defendieron a muerte.
Los patrocinadores, desde Nike en adelante, no se pueden lavar las manos, pues ya habían serias y graves sospechas; y las multinacionales, bajo sospechas, retiran los patrocinios.
Ni hablar de los médicos inescrupulosos. El ciclista casi que se convierte en un ratón de laboratorio: ingirió lo que el médico le dictaminó.
Los directores deportivos tampoco pueden pasar de agache, porque ellos conocen los mínimos detalles del deportista. Eso, para no hablar de los abogados que son temibles con sus leguleyadas, ni mucho menos los periodistas —ahora llamados manejadores de imagen—, que tapan o tergiversan información de acuerdo con las conveniencias de la empresa. Y mucho menos los directivos del Tour de Francia.
Pero nadie, y menos un ciclista, puede sostener una mentira por tanto tiempo sin tener detrás suyo un aparato mediático de alto vuelo para que esa empresa funcione. Es decir, para que sea muy rentable y nadie se atreva a ponerla en tela de juicio o trate de manchar su nombre.
Esa empresa, con su símbolo Armstrong, se convirtió en un ejemplo de admiración y reconocimiento para el mundo.
Hoy, 13 años después, desde que surgieron las primeras sospechas graves, colapsó porque el ciclista se vio arrinconado por las autoridades federales americanas: “o habla o sencillamente termina arruinado y en la cárcel”, parece haber sido la sentencia.
Por eso, sigo pensando que Armstrong es uno más de una larga y vieja cadena de escándalos por dopaje en el deporte.
Eso no es exclusivo del ciclismo, entre otras cosas, porque este deporte es el que más controles al doping practica. En cualquier deporte de alta competencia vamos a encontrar esta clase de empresas maquiavélicas. Y ejemplos hay muchos.


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