Quo vadis Cartagena?


Hace seis y medio años llegamos a vivir a Cartagena con Anamarta y de lo único que nos hemos arrepentido es de no haberlo hecho antes. Y esto no se debe a una falta de conciencia sobre los múltiples problemas de la ciudad: desvencije administrativo, problemas de movilidad, inconciencia cívica, parrandas ruidosas interminables, trata de infantes, prostitución galopante, etc., seguido de más etcéteras. Pero, ocurre que al lado de todos esos males tan evidentes y a la vista hay una ciudad y una ciudadanía vibrantes, que solo requieren de un impulso para descubrir y desarrollar la “maravilla que tenemos entre manos” como bien la definió Raúl Paniagua hace unos meses. 

Las semillas para lograr lo anterior nos vienen de un pasado antiguo, cuando Cartagena era la Reina del Caribe y el Caribe era el centro del mundo; y de un pasado más cercano, cuando a comienzos del Siglo XX la ciudad empezó a sacudirse del “rancio desaliño” que vivió durante la mayor parte del XIX. Al comenzar los novecientos se hicieron obras que transformaron la ciudad: el Mercado de Getsemaní, el Parque Centenario, el Camellón de los Mártires, el Teatro Municipal (después Heredia y hoy Adolfo Mejía), la Torre del Reloj, el Club Cartagena en la Media Luna, para mencionar solo algunas. 

Edificaciones y monumentos que no surgieron solos, a su lado marchaba un despertar industrial y comercial con una serie de emprendimientos, que en su momento fueron líderes a nivel nacional: los Laboratorios Román y su famosa Kola; la Colombian Refining Company, fundada por capitalistas sinuanos que inició operaciones en 1909; el Almacén Mogollón, fundado en 1912, donde según un amigo cartagenero “vendían hasta carros”, al que se añadieron los Talleres Mogollón líderes en papelería antes que la valluna Carvajal; la Jabonería Lemaitre, cuyos productos promovía a nivel mundial la sin igual Pepa Simanca; la Compañía Colombiana de Navegación Aérea, la primera compañía de aviación civil comercial en Colombia y América, que ensambló dos biplanos en Bocagrande y realizó en 1920 el primer vuelo con boletos pagados entre Cartagena y Barranquilla. Es un cortísimo recuento que deja de lado muchas otras, claves de ese renacer cartagenero que dejó atrás “la horrible noche” como bien señaló Rodolfo Segovia. 

Obviamente, no todo está en el pasado. Hoy tenemos muchos ejemplos de cómo el ADN cartagenero retiene parte importante de las características que la hicieron grande: el puerto de Cartagena, considerado el más eficiente de América y el 5º. del mundo; la llegada masiva de turistas, atraídos por una ciudad que es única en el mundo; la cocina cartagenera con dos chefs, una nativa y uno “importado”, entre los 100 mejores del globo.

Al final, creo que Cartagena solo requiere que la actual Alcaldía Distrital le dé un empujón institucional, aprovechando la celebración de los 200 años del nacimiento de Rafael Núñez este año y los 500 años de la fundación de la ciudad en 2033, para empezar a retomar su liderazgo a nivel nacional y del Caribe, sin pelear con nadie, pero compitiendo con todos.  

Nota bene: El recién publicado libro Cartagena de Indias – Una Ciudad Abierta al Mundo (Crisis y Apogeos) del historiador Alfonso Múnera es de lectura necesaria y obligatoria para todos los que amamos esta ciudad, vivamos en ella o no. 


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