El pesebre de la calle


No obstante, el impulso natural de su padre le hizo desarmar el taburete donde toda su ascendencia había aprendido a fumar tabaco, y con las patas se dispuso a tallar lo más parecido a las figuras de Jesús, María y José, los reyes y los animales, con tan mala suerte que, aún sin haberlas terminado, se quedó dormido y su mujer los usó de leña para el fogón.

Entonces el machete miró de reojo a las tablas de la cama, pero la mujer detuvo la masacre, con toda razón, pues pasarse de la hamaca al colchón había sido el mayor progreso de la familia en quince años.

-Dile al profesor que ya yo hablé con el cura y que no hay problema; que María y José saben que el candelazo fue sin intención. -sentenció la mamá.

Al día siguiente, el colegio los llevó de paseo por toda la ciudad y el niño se hipnotizó con una tienda atestada de pesebres de todos los tamaños y formas. El primero tenía tantos animales, luces, casas y lagos a su alrededor que más bien parecía una narcofinca recién expropiada.

En el de más adelante, la estrella de Belén era de luz de neón; al Niño Dios lo tenían en incubadora y los reyes magos llegaban en helicóptero. Traía, además, televisión por cable para transmitir el nacimiento y, por supuesto, página web, facebook y twitter.

Tampoco faltaba el pesebre de la Barbie, y otro con un equipo completo de maternidad y los 48 tomos de "Ser padres hoy" para José, más un formato digital para responder las cartas de los niños. Y un pesebre más para familias de marcada tendencia feminista, que no incluía a José por considerar que la Virgen María hubiera podido ser madre soltera y no necesitaba de varón alguno para criar a Jesús, menos aun si el ilustre carpintero no había tenido nada que ver con el embarazo.

En la mañana, camino a la escuela, el niño tropezó con la escena deprimente de una familia en el andén: la madre cargaba un bebé que no había dejado de llorar desde el parto, y a su lado un marido cuyo taller de carpintería había sido trinchera de la última balacera de su pueblo. Entonces el niño preguntó: -¿esto es un pesebre de verdad?

La familia, desconcertada, sólo atinó a señalar el cartón que decía: ¡ayúdenos, somos desplazados! El niño se agachó y dejó un cuarto de queso con un intento de bollo limpio en la vasija de peltre que minutos antes había servido de tetero y dos días atrás, de taza para bañarse. Ni aliento tuvieron para agradecer el gesto.

Entró a su salón de clases y aún sin sentarse en el pupitre, el niño vio venir en el aire la pregunta del día: -¿su pesebre?

Todos lo miraron… él se asomó por la ventana, y los de aquella familia, invisibles para el mundo terrenal, levantaron la mano para saludarlo. Entonces, con inspirada sabiduría, el niño contestó: -eso de allá parece un pesebre… Usted me dirá si lo traigo o vamos nosotros…


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