El tiempo ya no es natural


-¡Lista la llamada a Bogotá!, decía la operadora telefónica, unos 15 ó 30 minutos después de habérsele pedido el servicio desde la casa.

Si había que esperar se esperaba porque la gente tenía tiempo para esperar: el que llamaba y el destinatario y por supuesto, la operadora. Todos esperaban porque el tiempo era diferente, su medida era natural, obvia, espontánea.

Y claro, la comunicación personal era importante y más sencilla, sólo bastaba buscar a la persona y hablarle física y directamente. Lo urgente era igualmente urgente que hoy, pero solucionarlo tenía su momento porque había que esperar.

Comunicarse requería tiempo pero no era una tardanza, no era una demora, porque teníamos una noción natural del tiempo, no artificial. Hoy la comunicación es inmediata y por esa misma razón no da lugar para escuchar, pensar y responder porque en el tiempo que la inmediatez va dejando hay que hacer por hacer más y más cosas.

Por eso creo que la tecnología acorta inmensamente las distancias, es innegable, pero también el tiempo para vivir porque somos esclavos y dependientes de los “beneficios” de esa tecnología que se apropia de nuestro tiempo.

Alguien que aparentemente habla frente a otro está más distante que nunca de esa persona gracias al último demonio de la inhumanidad: el famoso blackberry, al que le he declarado públicamente mi aversión porque, además de distraer e irrespetar, es el yugo máximo de la alienación mental.

Algo que debería ser “moderno” es lo más opuesto a la modernidad, al hombre como centro universal, a su razón de ser social y su respeto por el entorno, incluidos los demás. Con el simple teléfono celular ya es suficiente.

Y así sucede con muchas otras cosas: la televisión, la internet, los videojuegos, las computadoras nos acortan las distancias y facilitan la comunicación, más no la vida porque le quitan tiempo a cosas elementales como escuchar, pensar y contemplar el espacio en que vivimos.

Además de que los días demoran cada vez menos tiempo (porque estoy convencido de que La Tierra está girando milimétricamente más rápida) tampoco ayudamos a hacer más extensos los espacios del tiempo porque lo consumimos con voracidad y al final terminamos repitiendo una y otra vez un día igual a otro.

Creo que cada uno de nosotros debe hacer, como dijo el escritor Mario Lago, un gran pacto pacífico con el tiempo para que ni él nos persiga, ni nosotros huyamos de él, así algún día tengamos que encontrarnos.


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