En deuda con Judas


Uno de los personajes más tristemente recordados por estos días es Judas Iscariote, el apóstol que entregó a Jesucristo por unas monedas de plata y luego se ahorcó, y cuyo nombre fue desde entonces sinónimo de traición.

Pero creo que la historia ha sido injusta con Judas porque si hay alguien que haya servido de guía espiritual para el comportamiento de la humanidad es él. ¿Cuántos no se han vendido por dinero, inclusive entre quienes dicen predicar la palabra de Dios?

¿Cuántas barbaridades peores que la de Judas (él sólo lo entregó) hemos presenciado, que quedan absueltas con un solo Padre Nuestro y muchas más monedas?

Es más, lo de Judas es realmente meritorio porque por lo menos tuvo el valor de arrepentirse, mientras muchos de quienes hacen favores más brutales no muestran un ápice de vergüenza y encima de eso se hacen la cruz con una devoción asombrosa.

Dar la vida por el perdón de los pecados y la salvación de los hombres es sin duda el ejemplo más glorificante de la vida de Cristo, pero ¡caramba! hay que reconocer la trascendencia de Judas por constituirse en el padre universal de dos de las debilidades con más adeptos entre nosotros: la trampa y la codicia.

A Judas debemos, además, el nacimiento de métodos efectivos de confrontación y persuasión como el espionaje, las recompensas, el concierto para delinquir y hasta la compra de conciencia, y principios inculcadísimos en nuestro medio como el servilismo, el oportunismo y la corrupción.

Varias centurias son suficientes ya para su condena. Es hora de reivindicar el buen nombre de Judas como inspirador de la humanidad y creador de un muy bien acuñado e irrefutable argumento para quienes se aferran a la inocencia hasta que no se les demuestre lo contrario, así tengan aún la piedra en la mano: -¿seré yo Maestro?


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