Ahora sí, al tema. Hay cosas de las cuales la humanidad se ha declarado dueña, sencillamente porque son de todos, son indivisibles, son intangibles, no se pueden cuantificar o son inmateriales. Ejemplos: la verdad, la libertad, la cultura. Y cada quien pretende imponer sus razones sobre cómo cree que deben interpretarse esas cosas.
El expresidente Alvaro Uribe lo hacía con “la patria”. Todo es por la patria y la patria aguanta todo, y nadie se molesta por lo que pase con la patria porque la patria no significa nada, la patria está por ahí en el aire, en todas partes y solo se materializa cuando triunfa la selección nacional de fútbol o en los desfiles militares de las fechas patrias o en la solidaridad de los desastres naturales.
También lo hacía Hugo Chávez en Venezuela y ahora su sucesor Nicolás Maduro: por la patria todo vale y si es en nombre del Libertador, pues más válido se presume.
En nombre de Dios y de la libertad, otro ejemplo, se han autoproclamado muchos reyes y emperadores, se han emprendido guerras y cometido atrocidades.
Pero hay una fuente inacabable de justificaciones, en nombre de la cual se disfrazan muchas ambiciones, conspiraciones, fraudes y traiciones: “el pueblo”. Por eso, nada mejor para la política que la palabra “pueblo”.
“El pueblo necesita esto y lo otro… el pueblo está cansado… el pueblo quiere un cambio… el poder del pueblo…el pueblo lo pidió, el pueblo lo quiere… somos del pueblo…la esperanza del pueblo”.
Todo lo que necesite ser convertido en bueno y legal pasa por “el pueblo”, y el pueblo no tiene idea de lo que está legitimando, pero lo acepta y termina convencido de que ¡el pueblo es el que manda!
Pero ¿cuál pueblo, dónde está, cómo se manifestó? ¿Quién es ese pueblo; acaso los que abrazan o le cargan el maletín a los “proclamados” por el pueblo, o los que se montan en los buses sin saber para dónde van?
¿Acaso la “bendición” de un político o un partido político a otro deja a ese “otro” untado automáticamente de voluntad popular, sin pronunciar palabra por lo menos frente al espejo de su baño o sin saber siquiera qué es el constituyente primario?
Declararse candidato del pueblo supone identificarse con sus necesidades, defender sus intereses, actuar en consecuencia y ser reconocido por su servicio y sus conocimientos, como lo hacen nuestros indígenas con sus mamos o gobernadores.
Si ese antecedente es muy difícil de demostrar, entonces deberíamos hacer un gran acuerdo nacional para omitir del discurso político, por estrategia publicitaria o por simple honestidad, el rótulo de defensores del pueblo, y de paso, no hacer ofrecimientos inalcanzables como “el cambio es ahora… somos el cambio…es la hora de la gente…por un nuevo país…estamos contigo…”