Historia breve de tres amoricidios


En estos días en que se enaltece al amor y la amistad, sea por fortuna o desdicha, recuerdo la historia de tres amigos que hace muchos años, en la Bogotá de los 90, vinieron a refugiar en mí sus angustias sentimentales como si yo hiciera horóscopos.

De entrada les advertí que me declaraba incompetente para aconsejarles porque en esta materia me era difícil manejar la duda existencial.

Pero los tres, a pesar de su curtida experiencia en los avatares de los amores tormentosos, insistieron en contarme sus pesares ad portas de un lagrimón cuyo nudo gasofaringeo sólo pudo ser disuelto por un trago de licor.

El más veterano, “cantante de profesión y abogado por afición”, contaba entonces con siete vástagos de diferentes nidos, desde La Mojana hasta la sabana sucreña, sostenía la teoría de que los desamores “son como un dolor de muela que va y viene, y que se pasa colocándose un algodoncito, hasta que uno decide ir al odontólogo y sacarse esa vaina de una vez”.

Por eso, cuando decía -“hoy me puse mi algodón” es porque lo atormentaba la ponzoñosa terquedad del recuerdo pero creía controlarla con dignidad y resignación.

Su diagnóstico: un hombre erudito en amores simultáneos pero neófito para soportar la inesperada ingratitud de una mujer mucho menor, y al que sólo le quedó algo por rescatar: -“no me fue infiel, pero me cambió amor por amistad, y ahora no puedo mirarla con otros ojos“. Entonces pensé recomendarle que usara lentes de contacto, pero vi en su cara la seriedad de la tragedia.

El otro, un amigo cachaco más joven que el primero pero más viejo que yo, cayó en la misma trampa que armó la mamá del célebre “Flecha” de Sánchez Juliao cuando quiso meterse en una discusión entre comadres y le dijeron: -Niña Tulia, la pelea no es con usted-, a lo cual respondió: -¡más hp… eres tu!

Pues bien, en un arrebato de liberación femenina, la “Niña Tulia” del cachaco decide desquitársela y sale a rumbear sola porque él se demoró en la calle con los amigos. Resultado: un pleito con separación de cuerpos y pasaje incluido, porque la “martirizada” mujer se fue de una vez para otra ciudad. Como quien dice, sólo esperó el momento para comprarse la pelea y justificar la separación.

Y al tercero, un acordeonero bastante más joven que todos nosotros, sencillamente lo atropelló la arremetida sexual de una mujer mucho mayor, que lo tentó con la típica relación indocumentada sin más compromiso que los encuentros fortuitos, libres de aceptaciones familiares. El pobre muchacho no alcanzó a anotar ni la placa.

A ninguno defendí. Ni siquiera pregunté por los móviles de estos tres amoricidios. Sólo me atreví a sugerirles, al más viejo y al joven acordeonero que uno le presentase la ex novia al otro y viceversa, y al cachaco, que comprara mucho algodón porque ese dolor de muela iba para largo.


TAMBIEN TE PUEDE GUSTAR