La casa sí, la ciudad no


¿Qué hace que una persona arroje deliberadamente un papel o el resto de algún alimento a la calle? Suponiendo, con alto margen de error, que esa persona sea consciente de lo indebido de ese acto, ¿qué le impide detenerse, pensar y esperar hasta encontrar una caneca?

¿Educación, solidaridad, pertenencia? Esos tres valores que le hacen falta en la calle, en un sitio público, seguramente le sobran en su casa. ¿Y entonces qué es… autoridad?

Muchos creen que sí, que falta autoridad y también educación para cambiar esa perversa costumbre de ensuciar la ciudad, lo público, y limpiar sólo de la puerta hacia adentro.

Pero entonces, ¿por qué el caso del mercado de Bazurto, en Cartagena, demuestra lo contrario? En no pocas ocasiones, luego de extensas jornadas de limpieza y sensibilización social, amanece convertido nuevamente en un lodazal adornado con toda clase de residuos, incluyendo el excremento que reposa en la ciénaga de Las Quintas, donde los pelícanos se han vuelto inmunes a la contaminación.

¿Es la pobreza? Si es así, ¿por qué a la ciudad la ensucian también las manos que salen de las ventanas de lujosos carros en los que se supone va gente un poco más instruida?

Debe ser el eterno problema de no sentir como propias las cosas públicas de nuestra ciudad. Las cosas que no son de nadie y son de todos: las calles, los parques, el agua, el mar, la esperanza, la salud, la educación, pero también la pobreza, la corrupción, la violencia.

¿Por qué es tan fácil ser buenos hijos, padres y amigos pero pésimos ciudadanos? ¿Cuántos de los que arrojan basura a la calle no le gritan en sus casas a sus hijos por dejar las cosas, no sólo la basura, tiradas en cualquier parte?

¿Por qué no cuidar entonces las cosas públicas como a nuestra casa? ¿Todo tiene que ser castigado para que lo podamos aprender? Si es así, entonces la respuesta sigue estando en las escuelas, en los niños.

A todo lo que le enseñamos a los niños desde la casa y las escuelas tenemos que sumarle el respeto por las cosas públicas, incluidas las calles. Y de hecho, es innegable que hoy los niños manejan con destreza el tema ambiental gracias al empeño de las escuelas en esta materia, pero hay que reforzar esa asignatura en la casa.

Y mientras formamos esa nueva generación, los adultos podríamos empezar por hacernos a la idea de que al igual que con la energía eléctrica y con el agua potable, también tenemos que hacer racionamientos de basura, dejando de producir tanta y de arrojarla a la calle.

En adelante, cuando vea a alguien tirar basura a la calle, haga de cuenta que le están ensuciando la sala de su casa y hágale ver lo dañino de su actitud. Con el regaño público también podemos modificar esta costumbre. Así lo hicieron dos grandes ciudades del país.

La primera vez quizás le digan “sapo”, pero la próxima, el infractor lo pensará antes de hacerlo, hasta convencerse de que tal vez en su casa viva solo, pero en esta ciudad no.


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