Ya suman 170 mil los muertos "devueltos"… ¡170.000!, es mejor con todos los ceros, es más alarmante… y más macabro. Y faltan más porque las confesiones son incompletas, ajustadas a la negociación…
Los “paracos” (algunos) siguen confesando sus muertos (algunos) y el Estado los está devolviendo (algunos) a sus familiares.
Del sometimiento a la ley de justicia y paz lo realmente importante, a más de la desmovilización de los paramilitares (algunos) y las condenas en cárcel y dinero (ambas inconsecuentes con la barbarie) es el reencuentro con los muertos y con las historias que cada uno de ellos trae de la fosa común.
Este país ha estado sumido en la hipnosis de matanzas cuyos métodos y números se pierden, así como los pueblos, en el tiempo y la memoria, y poco nos estremecen porque la repetición de las tragedias no dan tregua al sentimiento por los muertos, mucho menos sin son ajenos.
Pero hoy el llanto de sus familias, ya no por su muerte sino por el reencuentro, debería despertarnos del letargo para conocer la verdadera dimensión del aciago festín de sangre y locura, capítulo irracional (otro) de la historia colombiana.
Por doloroso que sea y masoquista que parezca, este país debe llorar a sus muertos, propios y ajenos, a ver si algún día logra verse en el espejo y se levanta contra el yugo de esta violencia sistemática.
Hay que ver la resignación y la humildad con que la gente de la Colombia profunda, la de campos y veredas, recibe a sus muertos después de muchos años, casi sin rencor ni reclamo alguno.
Por el contrario, solo piden la paz a guerrilleros y “paracos”, y encima de eso le dan las gracias a los funcionarios públicos (algunos) que se han tomado el trabajo del sentido pésame en nombre de todo el país.
Los muertos y sus familias sólo quieren ser escuchados y que sus victimarios, (“paracos” y guerrilleros) reconozcan su responsabilidad. Es decir, que les devuelvan a sus muertos.
Y también quieren que los que siempre estamos “a lo lejos” nos interesemos en sus testimonios porque sólo así, ellos y sus muertos, serán visibles y tendrán un lugar, por lo menos, en la memoria histórica de este país desmemoriado. Esa es la verdadera reparación.