Reinas, políticos, funcionarios públicos, deportistas, artistas, etc., parecen no poder eludir el libreto establecido para algunas situaciones. Vamos con los ejemplos: para explicar el problema del narcotráfico en Colombia no hay otra salida que acusar a los países consumidores, bajo la premisa de que mientras estos sigan necesitando droga aquí se seguirá produciendo, cuando lo cercano a la realidad es que muchos colombianos cohabitaron felices con las bondades del narcotráfico.
Cada vez que se comete un delito las autoridades correspondientes anuncian investigaciones exhaustivas, y los acusados siempre dicen "creer en la justicia colombiana", y dejan todo "en las manos de Dios", como si Dios tuviera que abogar por tanta vagabundería que se hace en este país.
Los candidatos, los congresistas, los analistas políticos y hasta los académicos no dudan en afirmar que el problema de ingobernabilidad en Colombia radica en la "crisis de las instituciones", cuando aquí esa crisis no es temporal sino permanente. Es decir, no es crisis.
La opinión preferida de los ministros de Hacienda es que “la economía del país va muy bien, eso es lo que muestran los indicadores”. Unos indicadores que no entiende medio país porque está preocupado por la pobreza… del campo, por ejemplo, que se supone es motor de la economía.
Y una perla: de ese Ministerio pasan a altos cargos en la banca internacional y desde allá dictan cátedra sobre lo que se debe hacer…¡y no hicieron ellos!... en materia económica en el país.
La guerrilla y los opositores del gobierno de turno siempre nos han dicho que la paz no es sólo la ausencia de guerra sino el logro de justicia social para todos. Debemos resignarnos entonces a que mientras no alcancemos la medio bobadita de la “justicia social para todos”, no es posible acordar un cese al fuego o terminar la guerra. O sea que para construir la justicia social primero hay que destruir al país.
Por el lado de las reinas las respuestas repetidas abundan. No sé si será un virus neuroinhibidor pero sus personajes preferidos no dejan de ser, desde hace unos 20 años, la Madre Teresa de Calcuta, el Papa, la Princesa Diana y García Márquez, y de paso les llega a sus vidas una irresistible vocación de “ayudar a los más necesitados”.
Y los actores de telenovelas... De un momento a otro muchos resultan viajando al exterior “a estudiar actuación”, pero en cuestión de tres o cuatro meses están de vuelta y dicen que “tenía varias propuestas de trabajo en Estados Unidos (léase Miami) o en España para hacer algunas películas, pero en Colombia las cosas están mejores”. Oigase bien: ¡ni siquiera televisión, sino cine!
Igual sucede con los cantantes: antes de regresar a Colombia han recorrido por lo menos 15 países de todos los continentes. Está bien y es cierto que fuera del país los valoran más que aquí, pero de ahí a que “acabamos de terminar una gira mundial”...
Los campeones de esta singular elocuencia son sin duda los comentaristas de fútbol, y en consecuencia, los futbolistas. Los primeros no se cansan de preguntarle al jugador “¿cómo vio el partido?”, cuando se supone que el que lo vio fue él porque el otro lo estaba jugando.
Y claro, el entrevistado no duda en decir “bueno creo que hicimos lo que teníamos que hacer: jugar al fútbol. Tuvimos un rival muy fuerte pero gracias a Dios pudimos ganar. Eso quiere decir que estamos marcando goles”.
Acto seguido, el periodista se deja venir con una deducción irrefutable: “bueno si el equipo perdedor hubiera apretado las marcas y manejado mejor el balón en el medio campo para que los delanteros pudieran llegar al gol el resultado fuera otro”. ¡Qué bárbaro!