... quizás hasta que las leyes del universo nos ubiquen en otro estadio evolutivo. Así, literalmente, no figurado, tal cual: en otra era de la humanidad.
Saludar, ceder el asiento, dar las gracias, disculparse, respetar a los demás, perdonar, ser paciente, entender el regaño de los padres, respetar lo ajeno, defender lo público… son algunos hábitos que con frecuencia hacen parte de la solución lógica que la gente le da a nuestros problemas de intolerancia, violencia, corrupción y subdesarrollo.
Es lo elemental para la convivencia pero no es tan fácil cambiar el mundo así, especialmente el de nuestras ciudades y pueblos, con tanta gente en estado natural, y no solo aquella sumida en la ignorancia, arrullada por la violencia o educada en la delincuencia.
Muchos pueden haber tenido el mejor hogar y haber pasado por las mejores universidades y sin embargo siguen en estado natural, en el comportamiento primitivo y brutal, en la chabacanería, en la perversa complacencia del “todo vale”.
La unidad y la formación familiar a la que todos recurrimos como esperanza de reconversión social, lo es cada vez menos y por el contrario, el genoma se nos contamina sin control, aún con la mejor educación. Las virtudes sucumben frente al mal ejemplo porque la gente lo ve en sus casas y en sus “líderes” y como no hay sanción social, lo aplaude y lo considera legítimo: ganar por encima de todo, mentir, encubrir, eliminar al otro.
Ese entusiasmo inagotable del colombiano, muchas veces reflejado en grandes ejemplos de solidaridad, y el orgullo que nos causan nuestros artistas, los deportistas o los recursos naturales, nos sirve para mantener las viejas premisas de que este es “un país echao pa’lante” o que “los buenos somos más” pero se esfuma con media hora de noticias o con ver en la calle el comportamiento ciudadano.
Historias de corrupción cada vez más intrincadas y monumentales; homicidios cada vez más absurdos, mujeres y niños maltratados brutalmente por fuera y por dentro, en la piel y en el alma; mucha intolerancia, condenas irrisorias a criminales de todo tipo y una delincuencia común (no tan común como el resto de la delincuencia) liberada el mismo día de su captura.
Por eso creo que la salida no está en la educación. Educados son los “buenos muchachos” del agroingreso seguro, del extinto DAS, de los falsos positivos, los Nule, los Moreno Rojas, los de la Dian, los de la Refinería de Cartagena, pero también, y mucho, los de Saludcoop, los de Interbolsa, los beneficiados por Odebrecht, etc. Y por supuesto, varios ministros, exministros y exprocuradores son muy educados.
Paramilitares y guerrilleros también contaron y cuentan en sus filas con individuos educados, y sin embargo, en nombre de sus causas cometieron las atrocidades que ya conocemos.
No es solo educación. Aquí no sirve la pedagogía ni la verdad. Nos apasiona la mentira y hasta los límites de la corrupción se hacen invisibles de acuerdo a de quién se trate, en qué círculo se haga o de qué tamaño sea el pecado. “Si somos muchos haciendo trampa ya no se ve mal”, dice Antanas Mockus.
No es solo educación. Es el servilismo con el que, aun con todos los estudios que se tengan, adulamos con fervor la “intelectualidad” y la egolatría pública, incluidas las “redes sociales”. Es también la ignorancia con la que admiramos la verborrea apocalíptica de tanto “pastor” iluminado por el dinero y ungido por el engaño.
No es solo educación. Es la dañina capacidad de perdonar a expresidentes que descaradamente olvidan lo dejado de hacer y luego tienen a la mano todas las soluciones necesarias.
No es solo educación. A la mayor parte de los colombianos, educados o no, le tiene sin cuidado enterarse de lo que sucede en el país hasta cuando el problema pasa cerca de sus casas. Muchísimos permanecen en una incultura general pasmosa. Y de historia patria, aquella que “si no conocemos estamos condenados a repetir”, ni hablar.
En fin, en nuestro país la educación no es garantía de desarrollo. No tenemos un proyecto social o político que así lo considere. No hay una tendencia cultural que modifique, siquiera a largo plazo, nuestro mapa mental y espiritual, ese que describió García Márquez con magistral concreción en el informe de la Misión de Sabios de 1994: “No acabamos de saber quiénes somos”.
Ese cambio en nuestra gente que derive en una mejor convivencia, menos pobreza y menos violencia (con todo y la nueva paz) no lo vamos a ver por todos estos tiempos. Mientras, seguiremos produciendo “buenos muchachos” muy bien “educados” pero incorporados rápidamente a nuestra viciosa maraña social y política por la que todos, de una u otra forma, hemos pasado.
Quizás hasta que las leyes del universo nos ubiquen en otro estadio evolutivo. Así, literalmente, no figurado, tal cual: en otra era de la humanidad.