De día o de noche, con sol o con lluvia, un viejo, flaco y curtido de tierra y sal, le cumple la cita a la locura, absolutamente todos los días de su propio e invertido calendario, en el lugar de siempre: avenida Santander, sector El Cabrero, en Cartagena.
Con una mano en la oreja y la otra señalando siempre al mar, el hombre lleva quién sabe cuánto en su túnel del tiempo hablándole a los fantasmas de su pasado, como esperando que de un momento a otro el mar le responda y pueda morir tranquilo.
Nosotros, que nos creemos normales y que hemos señalado a locos de todo tipo de locuras, colores y épocas, y también a locos que no lo son tanto, pero les va mejor haciéndose los locos; nosotros, que nos hemos acostumbrado a reducir el amplio espectro de los desórdenes mentales a la algarabía de los harapientos con piedras y palos, deberíamos apreciar y asombrarnos todavía con la locura romántica de este original poeta.
Este sí es un loco auténtico. No hace cosas para que el mundo sepa que es loco porque, tal como lo ordena el ritual de la verdadera locura, no le interesa saber qué piensan los humanos de él ni espera nada de ellos.
Es decir, es un artista que ha magnificado la locura pero no es pintor, músico o escritor, que son los únicos “locos” válidos para ésta sociedad nuestra que les aplaude cualquier engendro de la imaginación.
No es un loco irritable, vulgar o insubordinable, ni siquiera loco “de mala crianza”, pero su rebeldía supera con orgullo la inclemencia de torrenciales aguaceros como reclamándole a la naturaleza:
-¡unas por otras!
Tampoco le teme a la noche pero supongo que debe dormir porque sí, porque la gente duerme en la noche o por cansancio, pero con seguridad sigue hablando dormido, repasando lo que le dirá al viento el día siguiente, allá mismo en la Avenida Santander, a orillas del mar.
Un día de estos, en un arranque de lucidez, se cansará de hablarse a sí mismo y se meterá al mar para siempre. Entonces el paisaje no será el mismo pero nadie lo notará porque no hemos aprendido a consagrar un minuto de la vida para bendecir las cosas que giran alrededor. Así sucede con las murallas o el atardecer.
Antes de que eso pase, durante el ciclo lunar que potencializa la locura que todos guardamos, me detendré a felicitarlo por semejante mística que le proporciona a su locura, y más que eso, agradecerle por estar allí todos los días sirviéndonos de polo a tierra para recordarnos de vez en cuando que nosotros somos los irreales, los incapaces de imaginarnos otro mundo…