Horas antes, su mujer le había bañado sus genitales con agua hirviendo como pago por su traición amorosa. Sin contemplación alguna, ella decidió que la mejor forma de vengarse era darle otro destino al agua con la que siempre hacía la comida y esperaba, sumisa y resignada, a su marido.
En medio del dolor que le produjo el inesperado bautizo, éste mártir de la emancipación femenina debe estar agradecido con la vida y, por qué no, con su propia mujer, porque otras han optado por castigos más severos: no pocas han cercenado el miembro viril de sus infieles maridos, reduciéndolo al culebrear epiléptico de una cola de reptil. Para ellas, su pareja podrá seguir siéndole infiel con el alma pero muy difícilmente con el cuerpo.
Sin embargo, la ciencia médica ya sabe practicar unas muy certeras puntadas quirúrgicas (sólo comparables con la antigua usanza de “coger” el dobladillo a un pantalón) para unir nuevamente a su lugar natural al órgano destajado.
Peor suerte tuvo el gringo cuya esposa colombiana decidió castrarlo pero de cuerpo entero pasándole su automóvil tres veces por encima en el parqueadero del hotel donde le fue infiel. Nadie aplaude semejante castigo, pero, por favor: ¿no pudo encontrar este hombre otro sitio para llevar a su amante, que el mismo hotel donde compartió con su esposa la luna de miel? ¡Qué falta de creatividad! diría cualquier experto en deshonestidad conyugal.
Tampoco podemos aceptar el “ollazo” de agua caliente para compensar la ofensa recibida, y menos aún bajo el calor sofocante de nuestro entorno; pero, caramba, habrá que ver cuán desesperada tendría que estar esa mujer para optar por este nuevo tipo de exorcismo.
Tal vez no fue premeditado: simplemente no pudo ignorar alguna imprudencia verbal de su marido, que sirvió de detonante a la carga de rencor acumulada en la infeliz mujer.
Por eso, a una mujer que se sabe traicionada es mejor no provocarle, por más dócil e inofensiva que parezca, porque su explosión sentimental no siempre la induce a irse a llorar a la casa de su madre, como solía suceder antes, sino a dejar una marca indeleble de su inconformidad, como las que hoy hemos reseñado.
Sabrá Dios qué otras sorpresas nos deparará la historia de las venganzas pasionales, pero lo que jamás olvidará nuestro achicharrado personaje es que una mujer “ardiente” no siempre es la sexualmente más excitante.