En una de las entrevistas a Rafael Escalona, retransmitida hace dos años con ocasión de su muerte, el compositor decía que la llamada “nueva ola” del vallenato es “un montón de cosas que no dicen nada”, que sólo sirven para vender, y que no se imaginaba a los grandes juglares componiendo “tanta pendejá”.
Cierto es, especialmente porque estas nuevas canciones (no vallenatos) no dicen nada, pero la apreciación de Escalona fue considerablemente escueta porque ese vacío al que se refería tiene su razón de ser.
Previa constancia de mi preferencia por el vallenato raizal, creo que las actuales canciones (repito, no vallenato) quizás sean musicalmente buenas pero literaria o narrativamente son un fiasco, y si una canción, especialmente en el caso del vallenato, no cuenta algo, no sirve.
Pero ¿qué fue lo que cambió, cuál es la diferencia entre el ayer y el hoy en cuestión de vallenato?
La música vallenata ha cambiado la riqueza y significado literario, así como su interpretación, por una nueva expresión influenciada por realidades más urbanas y menos rurales, en la que se encuentran y reconocen los intereses de nuevos actores (productores, públicos y cantantes).
El carácter provinciano y tradicional de la auténtica música de acordeón, que utilizaba referentes generadores de identidad con las historias locales y costumbristas de la Costa Caribe colombiana, ha sido reemplazado por un nuevo mensaje musical que contiene símbolos más urbanos sin fronteras territoriales y culturales.
La llamada “nueva ola” es la resultante de una mezcla, no sólo por las fusiones de ritmos que proponen los productores actuales, sino también por la demanda de consumo que impone el mercado, precisamente por los nuevos gustos, vivencias juveniles y modos de vida contemporáneos que tienen que ver con otras definiciones del amor, la diversión, las relaciones sociales, los lenguajes.
Es decir, para cantarle al amor, por ejemplo, ya no es necesario inspirarse y escribir: “…rumores de melodía/sólo se escuchan de este romance/
limpio como es la nevada/brillante como la luz del día”.
O también: “Está lloviendo en la nevada/ya en el valle va’llové/el relámpago se ve/como vela que se apaga (…) y si el río se lleva el puente/busco otro modo de verte/porque pa’l cariño mío/nada importa un río crecío”.
Ahora solo basta con gritar: “…yo no sé qué me pasa, yo no sé qué me pasa, yo no sé qué me pasa…yo pienso que este disco está rayao y yo no sé lo que me pasa…”, o con repetir “la dejé, la dejé, la dejé por mala por loca, por loca por mala, por loca…”, o aun peor: “me gusta me gusta me gusta me gusta salir contigo, soñar contigo…”.
En otras palabras, estos nuevos arreglos (ni siquiera canciones) recogen la forma en que habla la gente y la traducen en un costal de frases en el que no importa si hay rima, métrica o narración; lo importante es que encaje en una melodía y que la fuerza de la radio la incruste en el subconsciente.
Sin duda la “nueva ola” es un espacio de comunicación en el que coinciden nuevos significados, y sus melodías son, al igual que la ropa, el cabello o las redes sociales de internet, el pasaporte para ser aceptado en un grupo. Pero de ahí a convertirse en una expresión del folclor vallenato…
Y no falta quien diga que no importa, que la “nueva ola” no pretende hacer folclor y mucho menos poesía, sino sólo mantener el vallenato y hacer canciones que “peguen”. Pero, vuelvo al principio, si una canción no es literaria (si no narra una historia o canta una poesía) ¿entonces qué es?