¡Mete al pelao, ya es tarde… se lo puede llevar el Mohán!, -le dijo Mentisilio a su mujer en una noche de luna clara, silencio aterrador y vientos malucos.
-¿Cuál Mohán?, si ya ni Mohán tienen estas tierras- dijo ella.
En la mañana, la vecina, llegó con la nefasta noticia de que su hija, la bella Yurcilia había desaparecido.
-¡Te lo dije, yo sabía que anoche iba a pasar algo!- dijo él.
-Que va, en unos días estará de vuelta y preñada. Se escapó con el novio- dijo ella y así sucedió.
¿Cómo hacía? No se sabe. Lo cierto es que Amansolata tenía el don de augurar desde la infidelidad hasta un terremoto, producto de un afinado espíritu de conversación con sus comadres. O quizás por designación expresa del hacedor del universo en compensación por la figura amorfa y desvencijada que le dejaron sus diecisiete partos.
Desde pequeña nunca le tuvo miedo a todas esas personificaciones que según los abuelos se llevaban a los niños río adentro. Por el contrario, su figura horripilante engalanada por una insistente tos de perro tísico y frecuentes erupciones faciales purulentas, le sirvió de repelente, no sólo para ahuyentar a los hombres, sino a cuanto animal se le atravesó en su juventud, hasta que fue obligada a casarse con Mentisilio, mejor conocido como "el atroz" por ser el único ser viviente capaz de auscultarle su afamada virginidad.
Por eso, ya no le temía al monte. El miedo, para ella, había cambiado de rostro. Sabía que si algún hijo suyo se marchaba sin avisar es porque había decidido hacer públicos sus furtivos ayuntamientos carnales, o porque se lo habían llevado a engrosar las filas de siniestros grupos armados para "luchar por el pueblo".
-Esas sí son verdaderas apariciones, y pronto estarán aquí- solía decir.
Dos días después su clarividencia volvería a darle la razón. El pueblo quedó destruido y su cura párroco, convencido de que la barbarie que ante sus ojos tenía sólo podía haber sido originada por una advertencia divina, salió exclamando con perturbado fervor:
-¡Arrepentíos todos que el fin está cerca!
Fue la única oportunidad que tuvieron de conocer una cámara de televisión, por lo que un día más tarde, el comandante, cerebro virgen de semejante canibalismo, dijo ofendido a sus superiores:
-No hubo resistencia pero tampoco agradecieron el progreso que les llevamos, porque el mundo entero los conoció, ¿o no?
Cuando apenas lograban entender el por qué de la horda revolucionaria, fueron reprendidos por un grupo de fervientes seguidores de Jack El Destripador, quienes en una exposición ejemplarizante sobre las bondades del machete, mostraron como se "abre" una sobrebarriga, previo destajo de la parte meridional del cerebro. -"Era un pueblo muy colaborador, sabían demasiado", dijo días después uno de los expertos matarifes armado hasta los dientes.
Más de 248 tintos alcanzó a tomarse Amansolata en los velorios posteriores a la sanguinaria fiesta y antes de recoger los corotos, entre los que se contaba por primera vez en la precaria vajilla familiar un colador de acero inoxidable, gracias a la certera geometría de las balas asesinas.
"Vendo miedo, motivo viaje", dejaron escrito en la puerta del rancho y nadie musitó palabra durante la marcha que inexorablemente se estrellaría contra el cinturón de miseria que los esperaba, única pieza de vestir que en su vida él volvería a estrenar.
Instalados ya en un cambuche climatizado por el hedor de la desplazada cofradía, Amansolata sintió el mismo viento maluco de aquella noche y adormitada por el hambre le dijo a su marido:
-¿Cuál Mohán, cuáles espíritus? Mete a los pelaos que les puedan dar un balazo…