Versión científica del chisme


Desde entonces, a toda aquella persona que desea meterse en una conversación o “comprarse” una pelea, se le mantiene a raya con solo recordarle la inmortal advertencia.

Sin embargo, la ciencia está intentando justificar social y filosóficamente ese fenómeno que unos practican con fervor y otros solo por curiosidad: el chisme. Uno de los tantos estudios que hace y difunde la academia en Estados Unidos, reseñado por la revista Semana, concluyó que “aunque algunas veces el chisme puede ser negativo y dañar la reputación de cualquiera, cumple una función fundamental en la sociedad porque ayuda a entender las normas de convivencia”.

Es decir, los chismes sirven para reafirmar comportamientos positivos dentro de un grupo social y para condenar a aquel que rompe las reglas. Según los investigadores, si en una charla, por ejemplo, alguien critica al vecino por su forma extravagante de vestir o por mantener desarreglada su casa, quienes lo estén escuchando tendrán cuidado de no hacer lo mismo. Y así podría suceder con quienes escuchen alguna crítica acerca de la infidelidad o la adicción a las drogas.

Si mal no interpreto, lo que quieren decir es que a través del chisme se controla el comportamiento de alguien que no encaja en las reglas de un grupo y por eso a veces hay que hablar un poco del supuesto “desadaptado”, inclusive con mala intención, para que éste reciba el mensaje y actúe como la mayoría quiere que lo haga.

Pero en E.U. otros expertos van más allá: afirman que no participar en los chismes y rumores puede ser laboralmente poco beneficioso porque la información informal, es decir, saber por ejemplo si el jefe es de mal genio o cómo hay que llegarle para pedirle aumento, es facilitada por los rumores y el chisme, y por eso, en las oficinas se debería tolerar esa practica.

Sin duda estas explicaciones pretenden ser bastante científicas y pueden ser aplicables en algunos casos, pero creo que la noción que sobre el chisme tienen los norteamericanos es demasiado ingenua. Por lo menos vista desde nuestro medio, porque, de una parte, acá el chisme no es una forma de corregir el comportamiento de alguien, sino de desprestigiarle hasta hacerle añicos.

Y de otra parte, en nuestro ambiente laboral el chisme no es un medio para saber cuál es la personalidad de los jefes o subalternos, y en consecuencia, saber tratarles, sino para indagar acerca de su vida privada y hacérsela imposible hasta que pierda la cabeza y cometa un error.

Con razón una siquiatra, ésta sí colombiana, entrevistada por Semana, dice que la razón de ser del chisme es que "necesitamos comparar nuestras vidas con las de los otros para asegurarnos que ellos también tienen debilidades e insatisfacciones".

Desde la óptica provinciana creo que el chisme debe ser valorado como un oficio digno de la tradición oral mantenida por expertos y equivocadamente rechazados conocedores de la vida ajena, gracias a lo cual podemos enterarnos, incluso antes que por la radio, de los triunfos y desgracias de la gente.

Además, el chisme es un excelente factor de integración social porque no hay nada que convoque con más fuerza a la gente que un buen chisme, fresco, ponzoñoso y, sobre todo, escandaloso.

De ahí que otro sicólogo, inglés en este caso, haya establecido, según dice, que el chisme “es el equivalente humano del hábito de los primates de acicalarse mutuamente, cuya función es mantener juntos a los animales de un mismo grupo”.


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