Sin duda, uno de los momentos más difíciles en una relación conyugal ocurre cuando se declara o se descubre una infidelidad.
Existen básicamente dos tipos de individuos infieles:
Infiel por accidente. En este caso bien se podría hablar de un "infidelidad accidental". En ocasiones suelen tratarse de "juegos" o "coqueteos" extraconyugales que no son relevantes para quienes los protagonizan, muchos de esos juegos no tienen un propósito definido, pero que pueden terminar saliéndose de control y concluir en conductas letales para una relación estable. La persona que coquetea puede meterse en ese juego sin medir las consecuencias.
Infiel por convicción. En este segundo caso estamos hablado de una "infidelidad profesional". Hay casos en los que la persona infiel ha incorporado dicha conducta en su modus vivendi, sin pretender darle trascendencia y partiendo del supuesto que tiene el control pleno de la situación y cuando quiera lo puede finalizar.
Cuando la infidelidad se materializa en una relación extraconyugal estable, vale la pena hacer la pregunta por las razones que impiden la ruptura con la pareja original.
De entrada el amor sería una razón descartable, ya que objetivamente la persona infiel no está queriendo bien al realizar una conducta que le puede suponer al otro uno de los dolores más profundos que puede experimentar una persona.
Descartadas las razones del amor, aparecen en la escena las razones económicas o sociales, en dicho caso cabría esperar un ejercicio de absoluta sinceridad para una correcta y saludable toma de decisiones.
Antes de tomar una decisión definitiva, como la separación o la reconciliación valdría la pena que la pareja hiciera un proceso terapéutico que pueda ayudarle a poner en la balanza de la razón y del corazón aquellos aspectos que consideran negociables y aquellos que definitivamente no son negociables, de modo que eviten el intermitente juego del Yo - Yo (se separan, se reconcilian, se separan, se reconcilian... ) o el catastrófico juego del gato y el ratón.