Resistencias y trampas de un mal perdonador


La psicología, como ciencia de la mente y de las emociones, nos enseña que, los seres humanos somos lo que pensamos (mente), lo que sentimos (emociones) y lo que hacemos (praxis), alertándonos con ello de las resistencias patológicas y las trampas en las que suelen caer los malos perdonadores. Las resistencias pueden ser cognitivas (mente) y emotivas (emociones) y las trampas (praxis) se construyen a partir de esos dos elementos.

Las tres principales resistencias cognitivas están relacionada con: El olvido: el perdonador cree que el olvido de la ofensa o de su impacto es el camino ideal para poder perdonar, las excusas: el perdonador se auto engaña inventando toda clase de excusas falsas con el fin de descargar de responsabilidad al agresor tratando de justificarlo a como de lugar y, por último tenemos la ANESDE (ansiedad, estrés y depresión) en la que suele caer el ofendido, lo que lo lleva a tratar de borrar el conflicto con un perdón a las carreras y a los empujones, es decir, un perdón superficial para salir del paso.

Las resistencias emotivas están ligadas a la vergüenza y la culpa. Ambos sentimientos, aunque distintos no son distantes, normalmente van juntos. La culpa y los sentimientos que la acompañan surgen cuando se viola una ley o un principio moral que representa la realización de un ideal personal o social. Por otra parte, la vergüenza es la sensación de que el yo profundo de la persona está al descubierto y expuesto a plena luz del día. La vergüenza revela hasta qué punto somos vulnerables, inadecuados, incompetentes, impotentes y dependientes. Una persona culpable dice: “soy culpable”, “me siento culpable”, “he hecho mal”. Una persona avergonzada dirá: “Soy mala”, “no valgo nada”, “me da miedo que me rechacen”. Mientras la culpa proviene de no haber alcanzado el propio ideal, la vergüenza proviene de sentirse amenazado por el ridículo y el rechazo, ambas realidades mal asumidas hacen que el perdonador falle en su intento de perdonar al conducirlo a estas 4 peligrosas trampas:

La trampa de la máscara de perfección. Un mal perdonador se puede poner esta máscara para cubrir su culpa o su vergüenza. Es muy común que un niño que fue expuesto a una vergüenza grande o prolongada, educado en medio de regaños y ofensas, o avergonzado por las conductas equivocadas de sus padres (padre alcohólico, drogadicto, mujeriego, o una madre en tales condiciones) trate de compensar reprimiendo su vergüenza y ocultándola bajo un manto de aparente perfección y pulcritud en sus pensamientos, emociones y acciones. Las personas con esta máscara hacen del perdón una engañosa ayuda para mantener su frágil apariencia a como dé lugar, su esfuerzo se enfoca en mantener pulcra e intachable su imagen de hombre o de mujer perfecto(a).

La trampa de la victimización. Esta persona intenta usar la vergüenza a su favor con el ánimo de manipular a los otros haciéndoles despertar la piedad y la compasión ajena. Este individuo sabe cómo poner a su favor las faltas de su perseguidor. La técnica que emplea para ello es muy simple, como los hermanitos pequeños que pelean en el cuarto que está al lado de los papás, el que se siente en desventaja grita como si lo estuviesen matando para atraer a sus padres, como soldados a su favor en la guerra que sostiene con su hermano, o como los jugadores de fútbol cuando fingen las faltas en un partido en el que necesitan ganar tiempo. El que se victimiza se queja cada vez que puede y delante del mayor número posible de personas de su supuesto perseguidor y muestra complaciente los malos tratos que debe soportar heroicamente; pero no sólo intenta atraer la compasión de los demás hacia él, sino también suscitar el odio y la indignación hacia el supuesto opresor.

La trampa del fariseísmo. La persona a la que se le ha infligido el mal objetivo se reviste de una falsa grandeza moral en virtud de su incapacidad para aceptar su propia humillación, esto hace que use el perdón con el objeto de pretender humillar a su vez a aquel que le ha hecho daño. Quien hace el perdón de este modo, simplemente se está resistiendo emocionalmente a la humillación a la vergüenza: “Te perdono porque soy mejor que tú, pobre infeliz”.

La trampa de la ansiedad y la culpabilidad como auto castigo. La vergüenza suele disfrazarse de ansiedad o de culpa auto punitiva, dicho de manera más simple, a la gente muchas veces le gusta más sentirse culpable que avergonzada o humillada, prefieren ocultar la vergüenza dando rienda suelta a la cólera y al deseo de venganza. Algunos perdones concedidos en un momento de ira contenida son, de hecho, venganzas sutiles, lo que puede explicar por qué el beneficiario de tal perdón siente un profundo malestar: en lugar de experimentar una sensación de liberación, se siente confuso y, a menudo, humillado. Por ejemplo: el hombre o la mujer que se encarga de dar a conocer la infidelidad de su pareja en todo el pueblo, para luego entrar a la misa dominical de su mano y sentarse en primera fila en un benevolente acto de aparente perdón.

Como podemos ver, el reto más importante que se presenta, cuando estamos frente a la fase emocional del perdón y tenemos que enfrentar la resistencia emotiva, es precisamente el tener que reconocer el gran sentimiento de vergüenza que se tiene para poder aceptarlo y asumirlo, ya lo decía San Irineo “lo que no se asume, no se redime”. Este acto de asumir la vergüenza capacita a la persona para aceptarla, relativizarla, digerirla e integrarla de manera sana a su propio proyecto personal de vida. Tratar de perdonar, sin ser conscientes de la vergüenza y la humillación que sigue a la ofensa es entrar en un callejón sin salida que nos dejará atrapados en el círculo vicioso de la venganza, el odio, el rencor y el resentimiento.

Para la reflexión:

1) ¿Eres consciente que si no has podido perdonar es porque la culpa y/o la vergüenza tomaron el control de tu vida? 

2) La imagen de la foto corresponde a la famosa pintura de Rembrandt titulada "El Retorno del Hijo Pródigo" (1669). Los invito a leer el evangelio de Lucas 15, 11 - 32 y comparen la actitud del Padre y la del hermano mayor en el relato y en la pintura.

 


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