Se da por sentado que las mujeres aman a sus hijos y viceversa, cualquier alteración de ese instinto natural es socialmente considerada una aberración.
Hoy en día hay explicaciones clínicas para la mayoría de esos comportamientos aun así, siguen siendo algo extraño, algo que le pasa a gente muy lejana a nosotros, algo que le pasa a desconocidos no a las familias normales y tradicionales.
La película We need to talk about Kevin (2011) -que por estos días están dando en el canal Moviecity- se mete en esos abismos de los sentimientos humanos. Sin caer en la condescendencia ni en las lecciones edificantes explora las causas y consecuencias de la ausencia de esos sentimientos desde una coyuntura muy actual.
Eva (Tilda Swinton) era una mujer aventurera, le gustaba viajar, había convertido eso en la forma de ganarse la vida escribiendo libros sobre sus experiencias y era exitosa. Ese es su pasado más remoto y sus recuerdos más felices.
En su presente está demacrada toma vino y pastillas para dormir en cantidades industriales y tiene un trabajo insignificante en una agencia de viajes; su vida perdió el rumbo lentamente frente a sus ojos y ella no hizo nada para impedirlo.
La película nos introduce en los recuerdos de Eva sin editarlos, así como se nos presentan en la vida real: cortos, específicos, confusos y al mismo tiempo, cargados de significados.
A través de sus recuerdos conocemos su historia, queda embarazada, forma un hogar y tiene un hijo saludable pero no hay ninguna conexión con el niño. Lo intenta pero en cada intento recibe como respuesta de Kevin un rechazo tajante y con el tiempo cruel.
Kevin se rebela a cualquier comportamiento normal en los niños de su edad y a medida que crece el odio en su mirada se intensifica sin razón aparente – ¿O tal vez si hay razones? ¿Sentiría la apatía inicial de la madre? ¿Lo que no se dice y lo que se reprime tendría algún efecto en el bebé? ¿O es un simple desbalance en la química cerebral que produce (e introduce) un psicópata en una familia normal?-
Si el cine pudiera captar y transmitir los olores, We need to talk about Kevin olería a resaca, a excreciones y a sangre… sobre todo a sangre.
No están los olores pero audiovisualmente se recibe esa descarga visceral. El rojo predomina en la película y siempre tiene una connotación sanguinolenta, desagradable e imborrable, la música desentona y la cámara no es un ojo que juzga y señala culpables, es confusa como los recuerdos mismos, es Eva haciendo un repaso de su vida en busca de explicaciones y eludiéndose de los momentos dolorosos.
A medida que veía en la película el sufrimiento casi silencioso de Eva, la soledad que siempre la rodeaba aun cuando su familia estaba unida y sus intentos por continuar con la vida que le tocó no podía dejar de pensar que el ser humano está configurado para acostumbrarse. Eva convive con la frustración, con el dolor, con la vergüenza y con el peso en la conciencia de que la estela de muerte que provocó su hijo adolescente es su culpa.
No podía dejar de preguntarme ¿Cómo los familiares de los chicos que produjeron las masacres de Columbine y la del estreno de Batman en Texas, le dieron la cara al mundo, a sus vecinos? ¿Cómo se sientan frente a ese hijo que criaron pero que siempre fue un completo desconocido?
Es una película incomoda; si se deciden a verla van a querer cambiar de canal o apagar el DVD porque cada imagen sacude al espectador y lo saca de su burbuja perfecta dentro de la cual a las familias “normales” no les deben pasar esas cosas y allí está el mérito de la película, hace pensar sobre las familias modernas, sobre la sociedad actual y la violencia como producto de entretenimiento, sobre las expectativas de las mujeres y lo que socialmente se espera de ellas y sobre todo, hace pensar sobre el vínculo emocional entre las madres y sus hijos.