La energía eléctrica es uno de los servicios más valiosos para el ser humano, de ella depende la mayoría de los procesos con los que se fabrican y elaboran bienes y servicios para satisfacer muchas de nuestras necesidades.
A pesar de ellos no somos conscientes de su importancia, ni de su uso, y menos de los peligros que trae su manejo inadecuado.
Todos hablan de los apagones, pero poco de la cantidad de personas que mueren electrocutadas, por la manipulación inadecuada de este servicio, en la Región Caribe.
No sé si lo hacen por ignorancia, por negocio, para llamar la atención, para reclamar un mejor servicio o ahorrarse unos cuantos pesos, que pensándolo bien, no son nada si se compara con el valor que tiene la vida.
A pesar de todas las campañas publicitarias e informativas en las que se promulga el peligro que representa, con el pasar de los años no he visto un avance significativo en el cambio de conciencia por parte de esas comunidades y menos de quienes se dedican a robar y a comprar los cables eléctricos para extraerle el cobre.
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Lo realmente sorprendente es que en pleno siglo XXI, aunque parezca increíble, existen alrededor de 380 mil familias en la Costa que están en riesgo, según datos de Energía Social, comercializador de la energía en los barrios subnormales.
A pesar de que el Gobierno Nacional ha dado algunos pasos con los recursos del Prone, para normalizar muchos de estos sectores, con la instalación de postes, redes y transformadores, que sin lugar a dudas dan una mayor estabilidad y seguridad del servicio, el problema sigue de puertas para adentro, porque la mayoría de las personas no es consciente del peligro o riesgo que corren, ni tienen dinero para cambiar el sistema.
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Increíblemente la energía llega a esos hogares de una forma arcaica; a través de alambres púa o cables telefónicos, y como si fuera poco, los rústicos cables en sus viviendas son “empatados” con bolsas plásticas, desconociendo que al calentarse el plástico se puede presentar un incendio o un electrocutado.
Lo ideal sería que estas familias pudieran gozar de la energía con seguridad; arreglando los enchufes, interruptores, instalando tacos o breaker y la varilla de polo a tierra y lo más importante dejando de manipular las redes.
EL HURTO DE CABLES, OTRO PROBLEMA
Otro de los problemas es el hurto de cables y muerte de los que lo hacen. Casi todos los meses escuchamos en las noticias el reporte de hurto de cables, apagones inesperados por tal motivo, como el ocurrido recientemente en inmediaciones del barrio El Líbano, donde una persona recibió una fuerte descarga al intentar robar cables; en la zona de Tierra Bomba también han hurtado redes, dejando a las comunidades sin energía; al igual que en el sector de Arroz Barato y Manzanillo del Mar. Recuerdo que hace años el Gobierno y el Distrito invirtieron cientos de millones de pesos en el alumbrado público de la vía de Manzanillo y antes del mes, la noticia era que se habían robado la redes.
Pero lo más preocupante del tema es que además de que se pone en riesgo la vida, el problema va en aumento: Ya ni las zonas que creíamos seguras en la ciudad se escapan, y lo digo porque hace poco salió en el Buzón de El Universal, la carta de un ciudadano que aseguraba que en el Centro Histórico, se habían robado un transformador. Si eso pasó en el Centro de la ciudad ¿Qué se espera para los demás sectores?
El cobre se ha convertido en el oro en polvo y los “amigos de lo ajeno” han convertido en robo de redes en un negocio rentable: Electricaribe reporta que le han hurtado cerca de 20 kilómetros de redes durante lo corrido de 2011, es decir la distancia aproximada que hay entre Cartagena y Santa Catalina.
Mientras que haya quien compre, habrá quien venda. Hace años se está hablando de sancionar a quienes lo compren, pero al parecer se ha hecho muy poco.