¡Nada qué hacer; estamos rodeados! Fue lo primero que se me ocurrió cuando vi en televisión el comercial de una pastilla de vitamina C con una sugestiva invitación: ¡ahora light!
Gaseosas, helados, mantequilla, café, chocolate, leche, hamburguesas y cuanta comida y bebida hay en el mundo se convierten de la noche a la mañana en la exclusiva debilidad del abdomen plano gracias a la inclusión de la palabrita mágica del siglo XXI: light (o ligero, para quienes preferimos el castizo provincial).
Y no es siquiera un tributo a la conservación de la salud lo que ha hecho de lo light el más eficaz gancho publicitario, sino el culto, muchas veces suicida, a la consecución de una esbelta figura en unos cuerpos que generalmente se resisten a cambiar su original y amorfa distribución.
Y detrás del hábito esclavizante van las prohibiciones alimenticias: que sólo frutas, que una sola harina al día, que ocho vasos de agua diarios, que nada de fritos, todo asado; que nada de dulces....
No es justa esa auto flagelante complicación de la vida, cuando hay en el mundo tanta gente que quisiera engullirse lo que a unos pocos les parece “nada que ver”.
La fiebre de lo light no es moda, es una plaga que nosotros mismos propagamos porque dejamos que la publicidad juegue con nuestra autoestima, y más aún, con las esperanzas de ser tácitamente aceptados en el efímero mundillo de la belleza corporal.
Pero para quienes durante décadas han arrasado con tanta arepa e’huevo sazonada a punta de tierra, y han naufragado en innumerables sancochos de boyante bastimento ‘condimentao’ con óxido de olla, ¿cómo le ordenan a su estómago primitivo y maleducado que se olvide de su terquedad gastronómica y se adapte con tanta “ligereza” a los designios de las dietas?
Y lo que es peor: ¿quién ha dicho que tomar cerveza light evita que a los bebedores de cerveza en cantidades industriales se les afiance en el abdomen una bien formada y flácida protuberancia digna de trillizos?
Seamos prácticos: que tengamos que dejar de comer ciertas cosas por prescripción médica, vaya y venga, pero hacerlo sólo porque los demás lo hacen o porque esa gente que sale en televisión se ve tan light.... No seamos......
Por eso espero no equivocarme al afirmar que esta es una cuestión de principios. Para quienes nos aferramos a creer que el libre desarrollo de la personalidad incluye el derecho, y sobre todo la satisfacción espiritual de comerse cuanta cosa nos sirvan a la mesa, debemos considerar que la cultura light está muy cerca de ser un fanatismo religioso.
Cerremos filas ante la amenaza de la frívola sociedad contemporánea antes de que un día no muy lejano se atrevan a profanar el buen gusto, mediante la herejía impune de una bandeja paisa “super hiper mega light”; un perro caliente sin pan o un chorizo dietético.