Hoy, cuando estamos a un mes largo de un nuevo Festival Hay, recuerdo la frase más importante del Hay 2022:
“Si queremos limpiar nuestras almas de cincuenta años de violencia, tenemos que limpiar el Río…”
No sé si fueron 50, 70 o 200 años de violencia, lo que sí sé es que Wade Davis compendia en esa frase algo que debe ser un propósito nacional: limpiar el río Magdalena y toda su cuenca de la violencia que le hemos vertido a través de nuestra historia. Si lo hacemos, estamos dando los pasos para pasar de ser un paisito más para convertirnos en una nación. La nación que, como sostiene Alfonso Múnera otro de los invitados al Hay de ese año, no hemos logrado construir en lo que va de 1810 a hoy. Porque, no nos engañemos, una nación no es tener un himno y una bandera común, no es tener una constitución (que los mismos gobernantes que han jurado defenderla y obedecerla se pasan por la faja), no es que cada cierto tiempo nos pongamos camisetas amarillas para apoyar a la selección de fútbol: una nación es un lugar donde todos tenemos cabida y donde todos contribuimos al logro de los objetivos comunes.
Los doscientos doce años transcurridos desde 1810 han visto un país dividido o, como dicen hoy en día, polarizado. Y no polarizado entre facciones que piensan distinto y utilizan los mecanismos de la democracia para lograr que sus propuestas sean aceptadas por la mayoría para ponerlas en marcha; ¡no!, polarizado entre grupos que buscaron en el pasado y buscan en el presente, destruir físicamente a su contrario para imponer a las malas sus ideas. Polarización que, además, no se circunscribe al ámbito político, sino que trasciende a otros campos generando una inequidad que es de las mayores de América Latina y del mundo; un racismo que se traduce en la discriminación, activa o pasiva, de los indios, los negros y los mulatos; un machismo, que acepta que las mujeres sean objetos de maltratos que terminan en el asesinato de muchas, sin que el aparato judicial se mosquee para condenar a los maltratadores; un irrespeto a muchos niños que pierden lo más importante que tenemos los seres humanos: nuestra infancia; un no querer entender que el sexo, como la vida, viene en muchas formas y se expresa de diversas maneras que deben poder vivirse sin temor a la violencia.
Limpiar el río Magdalena es garantizar que nunca vuelva a ser el camino nefasto por el que transitan los cadáveres de los actores y víctimas de la guerra. Limpiar el río Magdalena es garantizar que no sea el caño por el que desaguan todos los desechos que se generan en la capital del país y que terminan empobreciendo a los pueblos ribereños, colaborando para acabar con una de las bahías más bellas de América como es la de Cartagena de Indias y dando una manito para destruir los corales del Mar Caribe, empezando por los del Parque Nacional en las Islas del Rosario.
Colombia es un regalo del río Magdalena, como bien dice Wade Davis que mejor dicen los mamos de la Sierra Nevada de Santa Marta. En agradecimiento por este país físico, que fue una maravilla y que lo sigue siendo a pesar de nuestros esfuerzos para que no lo sea, debemos darle al río una nación que lo sane y lo proteja. Y no tanto por el río, que nos va a sobrevivir a todos, sino por nosotros mismos y por todos los que vienen después de nosotros. Si salvamos el río, lo que estamos salvando, usando el egoísmo de manera positiva, es a nosotros mismos. Pero para hacerlo tenemos que involucrarnos todos, no es tarea de unas pocas heroínas o de unos pocos quijotes; tampoco de unos cuantos políticos mesiánicos que nos prometen la salvación eterna y luego se salvan solos junto con algunos de sus amigos. La frase de Davis “salvemos nuestras almas salvando el río” sólo tiene sentido si lo hacemos entre todos: los músicos de los 1.035 ritmos que existen en Colombia; los pescadores de los pueblos de las riberas de toda la cuenca del Magdalena: los industriales que transforman materias primas en Bogotá y en el resto del país; los maestros que enseñan geografía e historia en todos los colegios del país, pues todos hablan o deberían hablar del río con sus alumnos; los alcaldes y consejos de las ciudades y pueblos que tienen que ver con el río, que si se miran en el alma, son la mayoría de los municipios. En fin, es una tarea de todos, pues lo que está en juego es el alma de Colombia.
Para lograrlo hay un camino, que es culebrero, pero que es el único viable: exige que los candidatos a la presidencia, en conjunto, se apropien de esta tarea y la conviertan en una política de Estado por encima de los partidos y grupos que representan. Es hora, después de 212 años de esfuerzos infructuosos, de tener un Estado por encima de los intereses individuales, que enfoque todos sus esfuerzos en el progreso y la felicidad de todos los colombianos. Progreso y felicidad que, como lo saben todos los mamos y taitas, están íntimamente ligados a la salud y a la felicidad del río Magdalena y de todos los demás ríos de Colombia.