La política no es un ring: Es una responsabilidad.


En medio del holocausto de las redes sociales, la polarización y los titulares escandalosos, hay una pregunta que deberíamos hacernos con honestidad, sin etiquetas ni sesgos ideológicos: ¿cuándo dejamos de ver la política como una herramienta de servicio y empezamos a verla como un juego de poder?


 

Colombia no sufre por falta de leyes. Tenemos una de las constituciones más completas y bellas del mundo, y cada semana se discuten nuevos proyectos en el Congreso. Pero hay algo que parece escasear en el pueblo más que cualquier reforma: la confianza.


 

No importa si eres de izquierda, derecha o de ningún lado. Lo cierto es que como ciudadanos nos hemos acostumbrado a desconfiar de todo. Desconfiamos del político que promete, del periodista que informa, del juez que decide y hasta del vecino que opina. Y cuando todo se vuelve raro y sospechoso, perdemos la capacidad de construir juntos.


 

Pero la política, en esencia, es el arte de llegar a acuerdos para el bien común. No debería ser un campo de batalla, sino un espacio en el que distintas visiones del país puedan dialogar para mejorar nuestras necesidades básicas. Porque Colombia no es una sola: es rural y urbana, indígena y afrodescendiente, joven y envejecida, somos ricos en recursos pero empobrecidos por la desigualdad.


 

El desafío no es eliminar las diferencias y los conflictos, porque ellos persisten en cualquier entorno social, sino aprender a gestionar esas diferencias con madurez. Eso implica exigir más a quienes nos representan, pero también exigirnos más como ciudadanos: informarnos mejor, participar con respeto, y dejar de lado el odio que tanto se reproduce en redes y tan poco sirve en la vida real.


 

Este no es un llamado ingenuo a que todos pensemos igual. Es más bien una invitación a que rescatemos el valor del disenso constructivo, a que debatamos sin destruirnos y a que entendamos que no hay democracia legitimada sin ciudadanos críticos pero también responsables.


 

Si juntos opinamos con responsabilidad. Y con esa misma responsabilidad, nos proponemos dejar la búsqueda de culpables y empezar la búsqueda de soluciones. Nuestro futuro como nación sería prospero.


 

Porque si algo necesita la política colombiana, no es más gritos… sino más grandeza.


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