Cuatro momentos con los Turbay Quintero


La vida, que está llena de sorpresas chéveres (y, también, de no tan chéveres), me ha permitido en los últimos años disfrutar de la amistad de Claudia Turbay Quintero y de su marido, el carta-francés Yves Demennge. Una pareja extraordinaria que, por estos días, organiza en la Ciudad Heroica —a puro pulso y entusiasmo— un foro sobre saberes ancestrales y su relación con el medio ambiente.

En la Universidad Javeriana conocí a Julio César Turbay Quintero, a quien le decían “Junior” para distinguirlo de quien, en la década siguiente, sería elegido presidente de los colombianos. Julio César estudió Derecho en la misma clase que mis hermanos Eduardo y Carlos, junto con otros personajes importantes de nuestra historia reciente: el también presidente Ernesto Samper Pizano y la exministra Noemí Sanín Posada. Un curso plagado de aspirantes a la presidencia: Ernesto Samper, que lo logró, y Noemí y Carlos, que no llegaron, por motivos bien diferentes. Sé que Julio César aspiró a la candidatura presidencial en 2002, pero esta aspiración no fructificó. De haberlo hecho, habría completado un póker de candidatos de una misma clase, algo difícil de igualar.

En 1990, en medio de uno de esos almuerzos bogotanos que se vuelven cenas y amenazan con convertirse en desayunos, tuve una larga conversación con Diana, la hermana de Claudia. Durante la charla, en la que participaban otras tres o cuatro personas —incluyendo a Anamarta, mi mujer—, surgió el tema de su viaje para reunirse con un grupo alzado en armas que la había invitado a una entrevista, similar a la que había hecho antes con el M-19. Como periodista amante de su oficio, Diana estaba dispuesta a ir hasta el último y más peligroso rincón del país, no por el afán de la chiva, sino por la necesidad de entender a las guerrillas y sus muy distintas posiciones frente a la guerra y hacia la paz. Algo de lo que mencionó acerca de la invitación no me sonó bien, y así se lo dije: en mi opinión, quienquiera que estuviera detrás del convite la estaba llevando a una celada, no a una entrevista. Junto con los otros interlocutores le pedimos que no fuera sin antes verificar de nuevo la autenticidad de quienes la invitaban. Días después nos enteramos del secuestro de Diana, quien moriría varios meses después en un intento fallido por rescatarla de las manos del que realmente se la llevó: Pablo Escobar.

Hace unas semanas, el hijo de Diana —el senador y aspirante a la presidencia Miguel Uribe Turbay— sufrió un atentado, del que hablé en un escrito titulado Déjà vu publicado en este mismo blog. 

El pasado lunes falleció la madre de los Turbay Quintero, Doña Nidia, una mujer a quien no conocí, pero que admiré de lejos por muchas razones de todos conocidas, y por una que no lo es tanto: ella, que había perdido a su hija Diana en esta violencia interminable, fue siempre muy solidaria con mi madre, que perdió a dos de sus hijos, Carlos y Hernando. Ambas, Nidia y Margoth, compartieron un dolor de un tamaño que solo las madres conocen.


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