La radio chabacana


¡La cagona, ganó la cagona! Así vociferaba hace unos meses sin pudor alguno el locutor de una emisora musical de FM en Cartagena, al anunciar el premio que una mujer se había ganado por participar vía telefónica en el concurso de la anécdota más “graciosa” de su vida.

A ella le pareció muy divertido decir al aire (seguramente estimulada por lo que escucha a diario de estos ilustrados comunicadores) que algún día fue atacada en la calle por un inatajable retorcijón de estómago antes de llegar al sanitario, con la consecuencia ya mencionada.

La grosería en el vocabulario y la chabacanería en la teatralidad radial es pan de cada día en dos o tres emisoras FM de música “crossover” de esta ciudad. El ejemplo de arriba es apenas un poema en comparación con el culto a la vulgaridad que se hace desde esos micrófonos.

A muchas personas, inclusive entrevistados suyos, les ofrecen un repertorio de apodos, calificativos y bromas, decorado con ordinariez so pretexto de caer en gracia, que por supuesto el entrevistado debe eludir con discreción. En una de esas ocasiones, uno de estos “animadores” radiales insinuó que un joven cantante de vallenato al que estaba entrevistando fumaba marihuana. Se les olvida que no todos los oyentes saben separar el chiste de la verdad.

Otro caso más indignante es “la llamada del perreo” que alguien en una de estas emisoras le hace a cualquier persona para decirle insistentemente (una y otra vez, en repetidas marcaciones a su teléfono y muy a pesar de los ruegos de la víctima) que la desea, que la invita a hacer esto y aquello, que tiene una fantasía, etc... ante lo cual ésta termina exaltándose y respondiéndole palabras de grueso calibre y ¡boom! el improvisado humorista, sus compañeros de cabina, los efectos de sonido y la maleable audiencia explotan de felicidad por la hazaña conseguida.

Y ni hablar de los programas en los que se hace una imitación burda de la homosexualidad, sacándole “humor” a cualquier situación con frases de doble sentido, por supuesto siempre relacionadas con órganos genitales y ordinarias invitaciones al sexo.

En su distraído afán de parecer identificados con los hábitos y el dialecto popular y ganar audiencia, lo que consiguen es maleducar y desorientar a la gente, y ésta a su vez, cree que lo dicho por la radio y los locutores es un buen ejemplo y que es válido hablarle con los mismos términos a los padres, a la familia, a los amigos.

Tanto así que en no pocas ocasiones los oyentes terminan respondiendo con la misma “cortesía”, como cuando alguien llamó a un programa radial para decir que él tiene una amiga que se llama Yuliana pero en el barrio le dicen “culiana”. ¡Qué satisfacción por el deber cumplido debió sentir el conductor del programa!

Y nada más, hace tres días, uno de estos animadores le dijo a su compañera de cabina, con muchísima gracia y fina ironía: -quieres mí “palo”… -para romper una piñata- aclaró ella.

Confunden idiosincrasia con chabacanería y vulgaridad y en el momento de entretener a la gente los traiciona la creatividad y se les olvida, si alguna vez la consideraron, la función básica de la radio: educar. Y así las cosas, el círculo se hace infinito y vicioso: la gente repite lo que escucha en la radio y la radio, con errada interpretación, habla como habla la gente.

Una ciudad tan proclive a la anarquía ciudadana, con escenas interminables de intolerancia y violencia intrafamiliar y juvenil, amerita una actitud más responsable, cívica, creativa y respetuosa frente al micrófono (así sea sólo para programar música) más aún si la emisora, el programa o el animador pretenden ser muy “populares”.


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