Marihuana, la jerga delirante


Palabras y palabrotas utilizadas para significar o señalar algo o a alguien, van reemplazando a las que realmente nacieron para eso. Ejemplos: "full" en lugar de lleno o de bien; "mono" en lugar de algo muy bueno; "brillando hebilla" en lugar de bailar; "tumbe" en lugar de robo; "levante" en lugar de novia; “cruce” en lugar de negocio; “cógela suave” en lugar de cálmate; “geva” en lugar de mujer.

Por más esfuerzo que haga el profesor de castellano, la idiosincrasia y la oralidad elemental se encargan de construir un nuevo código de sutiles palabras que hace 30 años hubieran podido causar un infarto fulminante a los abuelos.

Pero sin duda, una de las costumbres que más ha contribuido al arraigo de una jerga muy especial es la nacida del efecto delirante de aspirar la hierba que durante décadas ha proporcionado una pausada, cadenciosa y sobre todo, elevada fluidez verbal a la humanidad: la marihuana.

Tanto así que un estoico exponente de la misma, el poeta getsemanisense Josse Sarabia Canto, nómada del Río Grande de la Magdalena, inmortalizó su agradecimiento a la cannabis con el título de su última compilación poética: “A punta de marihuana”, porque es, según dice, la madre de sus musas. Desafortunadamente, la incomprendida sinceridad de este epígrafe le ha generado rechazo en las empresas editoriales y las instancias culturales oficiales.

La jerga delirante quedó registrada en la historia literaria con la narración de David Sánchez Juliao que dio vida a ‘El Flecha’, “boxeador de profesión y bacán de fracaso”, quien acuñó algunas definiciones para el léxico de la cosmovisión marihuanera, así:

Escritor: “el ‘ampáyer’ del partido de la vida”.
Adolescencia: “edad del tibiritábara, del Niágara en bicicleta, del to be or not to be.
Barra (pesos): “unidad monetaria de la república soberana e independiente de la legalidad”.
Homosexual: “abstemio de la guasamalleta”.

‘El Flecha’ reencarnó en todos los rincones de nuestros calurosos pueblos caribes. Un célebre fanático de la hierba en el Magangué de los 80, ejemplifica el tema en cuestión. Al ser requerido por agentes de la Policía acerca de su ocupación, les dijo, con la parsimonia propia del “embale”:

-¡Yo cotizo!
-¿Qué cotiza?- volvieron a preguntarle.
-Naves- dijo.
-¿Qué tipo de naves?
-Terrestres- agregó.

La confusión de los policiales lo obligó a traducir su respuesta: -¡soy lavador de carros, mi brother!

Otra leyenda viviente del furor sicodélico de la época recibió un día la maravillosa noticia de que su padre le compraría un nuevo par de zapatos y dijo: -El “jovie” se metió la mano al dril y bajose del bus con unos “pisos” nuevos...

Caminaban en busca de los “pisos”, pero al pasar por una estación de policía, el “jovie” decidió empujar puerta adentro al prodigioso muchacho, diciéndole a los agentes: -¡guárdenlo… por burro!
Un policía recién llegado de la altiplanicie colombiana, bolillo en mano, le dijo: -ah, muy bonito…es que el joven salió bruto para el estudio…

Luego de la emboscada, un amigo suyo, compañero de teletransportación, le gritó: -¡Hey loco, hey!, ¡Hey man! Pero el ‘man’, recién liberado y aterrizando de nuevo en el planeta sofocante, no escuchaba.

En la noche, bajo la pletórica luna de la "calle del hipódromo", ágora de los fumadores de la época, se encontró con quien lo llamaba en la mañana, y en un destello de incomparable inspiración le dijo:
-I remember, yo oía tu 'bocina' pero el 'solano' no me dejaba 'bernarda'.

Semejante alegoría sólo le es posible imaginar a una mezcla de chimilas, afros y españoles a la que debemos tan extraordinaria visión de la vida, frente a la cual el idioma bien hablado no ha podido hacer nada, ni siquiera con la ayuda del otrora implacable y certero uso del “reglazo” y otros castigos de la educación básica del siglo pasado.


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