“……..” Con un par de comillas vacías empiezo esta reflexión porque no hay adjetivo en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española para describir la tragedia que vive buena parte de la infancia en nuestro país.
Según el último informe de julio de 2013 del Instituto de Medicina Legal, en lo transcurrido del presente año se han reportado 2.456 casos de abuso sexual y 2.237 casos de maltrato infantil. De las cifras y revelaciones más aberrantes del informe es que en 2013 cinco niños han sido asesinados por sus padres, y que los principales agresores son el padre o la madre.
Y no hay palabra porque en Colombia ya hemos visto todo y nuestra decadencia no tiene ni tendrá fondo. Precisamente por eso, los que dicen no estar de acuerdo con la pena de cadena perpetua para estos crímenes tienen razón, en parte porque no le tenemos temor a nada.
El sentido común y la sabiduría popular lo han resumido así: ¡la tierra no da pa’más! Y es así porque eso es lo que hemos sembrado; sabemos de qué estamos hechos y no hacemos nada para cambiarlo.
Nada nos sorprende, y menos aun la violencia que se ensaña contra los niños dentro y fuera de sus casas porque eso fue lo que el país sembró: pobreza, ignorancia, intolerancia y, en consecuencia, violencia por todas partes. Así sucedió con la explosión del conflicto con la guerrilla y con el narcotráfico y sucede con el aumento de la pobreza… todas son cosechas de semillas muy bien cultivadas en Colombia.
Y seguiremos sembrando más de lo mismo porque estamos formados en medio de sociedades excluyentes, individuales no colectivas, en la que cada quien quiere ser y tener por encima de quien sea y en la forma que sea. A eso es enseñada desde la infancia la mayor parte de nuestra gente, incluyendo a quienes se postulan a dirigir a la gente.
Cada vez que conocemos nuevas estadísticas o cuando la televisión nos muestra otro caso de maltrato infantil, la conclusión es siempre la misma, sea en cualquier reunión espontánea o en los círculos académicos: fortalecer los valores familiares, educación, mucha educación, cultura ciudadana y superar la pobreza. Pero la frustración también sigue siendo la misma.
La esperanza, quizás apocalíptica y cruel pero definitiva, es que la violencia contra los niños sea la última etapa de un largo ciclo evolutivo que tiene por destino la extinción de nuestra civilización y ya no queden siquiera los niños para poder sembrar, así sea violencia. Y entonces sí, volvamos a empezar…