El hombre, su finitud y el puente a lo infinito
Por René Arrieta Pérez
El hombre no es más que dos ojitos para mirar, una boquita para comer y un culito para cagar.
Héctor Rojas Herazo
Es lo que Dios me mostró y señaló para que lo revelara, y que ahora promulgo. Él me lo develó, yo os lo revelo.
El Hombre es Dios y el ser humano es hombre en cuanto es a imagen y semejanza de Dios. Si el ser humano conserva la imagen de Dios sigue siendo hombre, si la pierde se convierte en caricatura, homúnculo, ente residual, en vaciedad o en nada. Los gnósticos llaman a quien ya no tiene esencia, cascarón.
El ser humano es hombre si solo es a imagen de Dios, y trasciende esa condición que señala Rojas Herazo, y que uso como epígrafe, si y solo si está conectado a Dios. La definición de Rojas es débil imagen del ser humano; no obstante, se inscribe en la condición de ‘máquina deseante’ en la que Deleuze y Guattari confinaban al hombre. La conexión con Dios se traduce en inteligencia y sabiduría, en elevación espiritual, en potencia creativa y luminosa, en completud, en ser para el tiempo y el espacio, en perduración e infinitud.
En las Sagradas Escrituras, Dios dijo: “YO SOY EL QUE SOY” (Éxodo 3: 14), esa expresión intimida, se sale de los límites del ser humano. Es arcano y no deja de serlo por cuanto vela lo que se es. Y Jesús dice: “Yo soy el Hijo del Hombre” (distintos pasajes de los evangelios), sentencia poderosa de filiación. Asimismo, Rama, cuando le preguntan por el Creador, responde: “Solo Dios conoce a Dios, solo lo infinito cabe en lo infinito”.
Si acercamos al ser humano a Dios, precisamos que este tiene en potencia la identidad teosófica o cabalística, porque lo definen los números:
Es 1 si tiene unión con Dios, no obstante, el ser humano ha invertido el uno, expulsando de sí el aliento de Dios que hay en él, tornándose en ser de los inframundos; es 2 por ser imagen de Dios y dualidad microcósmica de Él; es 3 por ser manifestación de la luz, chispa de su esencia; es 4 en cuanto es la base del gran objetivo de Dios, extensitud, presencia y representación de su imagen en el universo, Res extensa; es 5 por ser imago divina, del Hombre simbolizado en la pentalfa, en la imagen que le mostró a Vitruvio; es 6 por ser producto del amor de Dios y por la redención del ser humano que Dios tiene como propósito; es 7 por cuanto es fuerza, inteligencia, magia y poder; es 8 por la prueba que ahora vive y porque tiene la posibilidad de infinitud al lado de Dios; es 9 por la perfección que el ser humano persigue y escala por ciclos, y es 0 si se aparta de Dios, se desintegra y desaparece.
El hombre, en la tierra, ahora, solo es finitud. Leve brizna al viento y al azar, en correspondencia con el verso de Barba Jacob. El hombre y su suerte en la tierra se enfrenta o contrapone al sentido de eternidad. Eso es lo que atraviesa en este tiempo la humanidad, que está en el umbral del fin de los tiempos, momento que señala el puente, el cruce.
Cruzar de la finitud a la eternidad o quedarse y no pasar el puente. He ahí la cuestión.
Lo valioso, lo magnánimo, lo digno nunca ha sido gratuito. Se gana con esfuerzo y con mérito. “Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre pueda expresar”, enuncia (Eclesiastés 1: 8). Pero con esfuerzo se cumplirá lo que predica (Salmos 84: 6-7): “Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, cuando la lluvia llena los estanques, irán de poder en poder; verán a Dios en Sion”.
Aunque todo pueda parecer oneroso y duro como lo considera y nomina el lenguaje común y vulgar: ‘una mierda’, será luego satisfacción y disfrute de inestimable tesoro, como bien lo describe el actor británico Peter O’Toole*: “Un verdadero artista tiene que poder saltar dentro de un barreño de mierda y salir oliendo a violetas”.
Entre tanto, si observamos el asunto filológico, la palabra hombre viene del latin homine, y esta, a su vez, de humus (tierra). Igualmente, humano, de (humanus) que significa tierra o barro. Humus, tierra, y el sufijo ano, de (anus) procedencia o pertenencia. Tanto en relatos míticos y en la Biblia, el hombre es modelado del barro, de la tierra. La Biblia señala el acto genésico o la creación del hombre, obra de Dios (Gen. 1: 26-27) y (Gen. 2: 7), y también su condición efímera y pasajera: “Polvo eres y en polvo te convertirás” (Gen. 3: 19). Del latin humus también se origina humilde, condición que ha perdido el ser humano, quien se torna arrogante, prepotente, altanero por posesión de títulos, dinero, poder, por la creencia de pertenecer a una raza superior, entre otros privilegios, y desconoce, ignora, su condición mortal y de suma fragilidad.
Es pertinente recordar la indagación de Fray Luis de León en su Oda a la vida retirada: “por dónde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido”. Referencia del encuentro de lo apacible y la virtud, y distanciamiento de los sabios de la vanidad del mundo. Nadie optaría por un estilo de vida estoica, que atesora principios y virtudes para vivir dentro de los linderos de la razón, indiferente a pasiones y placeres externos.
Solo la sabiduría que otorga Dios hace ver que la vida es vanidad. Si no se ve esta realidad, luego pesará mucho. Demasiado. La lucidez de un filósofo griego lo hizo exclamar: “Mi única patria es el cielo”.
Vivir la vida es bueno, vivirla en medio de los cánones de la razón y el equilibrio es óptimo. Pero obedecer a Dios es justo y necesario, porque si no, el bucle del materialismo y la sinrazón pierden y arrastran al profundo vacío, a la nada.
¿Por qué el mundo está como está? La respuesta es taxativa: por la desobediencia de las leyes y mandatos de Dios. El mundo vive sin Dios y sin ley.
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En un artículo anterior, en este blog, escribí sobre una revelación en la cual Dios me solicita narrar una historia que está escrita en las constelaciones.
Les relaciono el aparte indicado del relato “El cazador, la liebre y el río”.
(…) La temática se trata en el Segundo sello del apocalipsis: crónica del Infierno y otras noticias de los inframundos. Asimismo, en el Tercer sello del apocalipsis: cosmos, y en el Séptimo sello: fin de los tiempos, sellos en los que el asunto se explica ampliamente. Bien, entregamos un fragmento sobre El cazador (Orión), la Liebre y el río.
En distintos artículos relatamos aspectos, mensajes, consideraciones de Orión en el proceso de los hombres. Ahora nos centraremos en la relación de Orión y la constelación de la Liebre, en latín Lepus. Orión es Dios, representado como el cazador. Lo que busca es la concreción de su plan: el multiverso. Orión está acompañado por sus perros de caza: Canis Maior y Canis Minor. Canis Maior persigue a la liebre, quiere atraparla (y el sentido que entraña es preservación, los avisos que anunciamos sobre el fin de los tiempos que, entre otras cosas, tienen el propósito de avisar, despertar, y en últimas, de preservar, rescatar a la humanidad). Dios requiere que el ser humano le preste atención al tema para concederle su salvación, lo que es parte de su plan. La estrella más brillante de Canis Maior es Sirio. Sirio es la estrella de Belén. El perro del cazador es igualmente la mascota del hijo del Cazador (Jesús de Nazaret). El modelo de vida de Jesús y su mensaje son preservación.
La liebre corre hacia el río (la constelación de Eridanus), el río representa el fluir del tiempo en el que se circunscribe el hombre, en este caso y en este contexto, hacia los inframundos. Recuérdese que Caronte transporta por el río a las almas. El hecho de que la humanidad esté simbolizada en la liebre quiere decir que esta es escurridiza. La liebre huye, se escapa, se mete en su guarida, vuelve y sale, se esconde y vuelve a salir.
Eridanus o Erídano, el río, serpentea entre Lepus (La liebre) y la constelación Fornax (el horno). Esto es muy representativo y posee una alta connotación visual. Si la liebre cae en el río, el río la lleva al horno. El río también es tiempo, transcurrir rápido, espacio inmenso, y, en efecto, Eridanus es una de las constelaciones más grandes del universo. ¿Qué representa ese horno en particular, lo adivinas? Sí, al fuego del Infierno. En efecto, en la mitología griega este es el río de los inframundos.
Dios es el cazador y es el dueño del coto en el que caza, el terreno en el que se mueve la liebre. Su objetivo es tomarla y ponerla a salvo, pero ella es muy esquiva.
Eso exactamente es lo que pasa en la relación entre Dios y la humanidad. Es lo que está representado en el libro de las constelaciones. Son el dibujo de lo que es y pasará. Después del fin de los tiempos será memoria de lo que pasó. En el cielo se cuenta la historia (he ahí el pasado, el presente y el futuro).
Vínculo del artículo.
[https://blogs.eluniversal.com.co/parmenidea/el-cazador-la-liebre-y-el-rio]
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*Reportaje de Gay Talese, en Fama y oscuridad: Peter O’Toole en su viaje a Irlanda.
Crédito imagen: generación por Meta.
Nota de advertencia
Todos nuestros artículos en el que Dios Padre envíe mensajes a la humanidad a través de sus dos testigos tendrán esta advertencia, y el costo personal y familiar puede ser muy alto:
Quien no esté en capacidad de ver en el mundo espiritual y de comprobar o no lo que decimos, mejor que permanezca en silencio, reflexione y le deje todo juicio al tiempo, que no haga ningún comentario en contra, no sea que por hacerle pulso al mensaje de Dios sea blanco de su ira. Toda persona que ataque la palabra de Dios en boca de sus dos ungidos, de los dos testigos del apocalipsis, se vincula a que la severidad de la ley divina lo castigue con tragedia y muerte, y con juicio sumario lo hagan descender a las mazmorras del Infierno. De forma idéntica a cuando la autoridad policial captura a un delincuente, a un infractor de la ley, que los lectores consideren la debida advertencia, que reza: “Todo lo que usted diga podrá ser usado en su contra”. La ley se cumplirá de forma implacable. Ya llegó el momento, en consideración de la jerarquía celestial, que no se puede dejar pasar ningún tipo de faltas, y mucho menos afrentas e insultos al ejercicio de la autoridad de Dios y de sus plenipotenciarios aquí en la Tierra, en este periodo del fin de los tiempos.