La anterior afirmación se puede corroborar cuando observamos, en el pensum de cualquier carrera profesional, la disminución de los créditos u horas cátedras de los saberes humanísticos. Pareciera que solamente existiera el aspecto cognoscitivo (el saber), mas no las otras dimensiones del ser: axiológicas, éticas, sicomotoras, etc. Poco a poco se le está dando la estocada final al ser y a la sociedad. Se educa para el tener, no importando ni la sociedad, ni el Medio ambiente, ni la moral, ni la ética; en fin, se está educando para una sociedad que va hacia el abismo de su propia destrucción.
Ese prurito de creer que son más trascendentales los saberes antes que las personas lleva implícito un interés materialista y funcional, ya que no se considera pertinente y necesaria la formación como ciudadano equilibrado, honesto, tolerante y democrático, sino un profesional que sirva para la producción de bienes, no importando lo que se tenga que hacer para acrecentar el tener. He allí el interés de muchos de los nuevos profesionales por amasar dinero y cosas materiales así sea descalificando e invisibilizando a los otros. Con esto, nuestras universidades, en particular, y la educación en general, desdicen de la función social que deberían cumplir, ya que se tienen excelentes profesionales en sus campos disciplinares, pero muy malos y bajos en competencias ciudadanas y humanísticas.
Pregunto: ¿Han fracasado la educación, la escuela (Universidad), la familia, los gobiernos, la iglesia en la formación de las últimas generaciones? ¿Dónde está el núcleo del problema y cómo luchar contra la desidia y el abandono a que han estado sometidos nuestros niños, jóvenes y adultos durante los últimos tiempos, a pesar de las supuestas grandes inversiones en educación? Difícil responder. Sin embargo, es necesario que echemos una mirada a nuestra realidad para no caer en lugares comunes y repensar responsable y seriamente para ahondar en soluciones concretas con los aportes de los implicados en este asunto. Pues, el problema no sólo atañe a los maestros como se cree, sino a todos: gobiernos, familia, iglesia y un largo etcétera.
Entonces, en esta segunda década del siglo XXI es imprescindible que los que laboren en el campo de formación en cualquier nivel establecido por el sistema educativa del país, comiencen a re-significar el papel que les compete, puesto que el rezago debe ser superado desde las acciones pedagógicas de los actores escolares hacia la sociedad, como también por quienes administran la educación en todas las instancias.
La escuela y sus procesos enseñanza y aprendizaje deben transformarse en todas las dimensiones para que haya un sólido desarrollo social, cultural, político y personal desde una pedagogía humanística que se combine con los desarrollos científicos y tecnológicos. De allí que la propuesta del Doctor Giovanni Iafrancesco, planteada en sus exposiciones de EDUCACIÓN, ESCUELA Y PEDAGOGÍA TRANSFORMADORA es una mirada comprometida con un contexto complejo y cambiante como el nuestro. No se puede mirar como la panacea para la solución del problema en su totalidad, pero si merece un estudio detenido y concienzudo para tener unos referentes con los cuales comenzar a hilvanar una escuela transformada para los embates de la época.
Según el doctor Iafrancesco, “Transformar significa cambiar, en términos de modificar para mejorar, progresar y evolucionar. Esta transformación implica cambios estructurales y no sólo puntuales o de forma, que pueden surgir del devenir histórico, social, económico, político, cultural, ambiental, científico, tecnológico y ético que han ido influenciando la forma de sentir, pensar y actuar la educación y que ha derivado en nuevas concepciones pedagógicas, en nuevas estrategias didácticas, en nuevas propuestas curriculares, en nuevas formas de hacer la administración educativa, en nuevos criterios de evaluación, ya que responde a nuevos fundamentos y misiones.” .Luego entonces, una escuela transformadora es aquella que propicia un desarrollo integral en los individuos en la interactuación del Ser con el SABER, con el SABER HACER, el SENTIR, el PENSAR y el ACTUAR. Así se aprende a VIVIR (competencias axiológicas y espirituales), a CONVIVIR (competencias ciudadanas), a APRENDER (competencias investigativas y tecnológicas), y a EMPRENDER (competencias de liderazgo y emprendimiento) y se generan espacios para cualificar los procesos de formación, investigación, extensión y docencia, tareas actuales de la educación.
Docente de Lengua Castellana y Literatura del Distrito de Cartagena en la Institución Educativa Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y de Comunicación oral y escrita de la Fundación Universitaria Tecnológico Comfenalco-Cartagena.