Encarnación, curandero de Palenque

Encarnación no da perlas a los cerdos


La figura de Encarnación no responde a la de esos curanderos que muestran las películas de vaqueros o los documentales que hablan de la vida en las selvas del Amazonas o del África meridional.

En vez de tener la cabeza adornada con una corraleja de plumas de colores, el cuello aprisionado con collares hechos con dientes de sus enemigos caídos en combate, el pecho pintorreteado con pinceladas incomprensibles de varios colores, la cintura con alguna falda armada con sepas de hoja de plátano y los tobillos rodeados de pepitas de acacia, Encarnación se confunde entre la multitud, porque nada lo diferencia del resto de los mortales.

Por lo menos, nada de lo físico y exterior diferencia a Encarnación de la gente que lo rodea para preguntarle pendejadas, pero también cosas que valen la pena.

En vez de cargar todos los aditamentos que el estereotipo tiene reservado para hombres como él, Encarnación se pone un sombrero, no para parecerse a un brujo, sino para que no lo moleste el áspero sol de Palenque; se viste con una camisa rosada manga corta, un pantalón gris de nylon, un par de zapatos apaches (que no tienen algo que ver con esa tribu, ni con las actividades de Encarnación) y lleva un teléfono celular colgado de un cinturón marrón que intenta hacer juego con el calzado.

Para su exposición sobre La medicina tradicional desde la perspectiva palenquera, Encarnación se hizo acompañar del joven Manuel del Cristo Pérez, también oriundo del Palenque San Basilio e iniciado en los misterios de la sabiduría botánica que dejaron los extintos cimarrones, que fueron sus abuelos.

En una mesa plástica de color blanco regaron varios manojos de plantas verdes que, para cualquiera de los neófitos allí presentes, no pasarían de ser simples especímenes del rastrojo que crece en las zonas enmontadas de Bolívar; o monte desconocido que, en las manos de los dos expositores, adquiere un aura especial, como si el sólo hecho de que ellos las presenten les confiriera una predisposición cósmica que podría aliviar cualquier padecimiento.

Durante unos 45 minutos de exposición, las plantas y sus utilidades han pasado por la voz de Encarnación y su ayudante. Con la firmeza que reporta la veteranía, aseguran que las hojas del guandul, hervidas con cogollos de verbena, sirven para curar a los asmáticos; que el bejuco de cadena, puesto debajo de la cama de un poseso, limpia su vivienda y le saca los malos espíritus; que la hoja de la mafafa, cocinada en leche, puede levantar los ánimos del hombre que haya perdido la virilidad desde temprano; que la verbena hervida con panela expulsa las lombrices más rebeldes; que la sangre de morrocoy, preparada con vino moscatel y suministrada con la luna en cuarto menguante, es la ideal para curar la epilepsia; que la cola de caballo hervida sirve para limpiar los riñones y para regular la hipertensión...

De pronto, alguien del público le pregunta que si no sería más fácil y más agradable curar el asma con jarabe de totumo, pero Encarnación se defiende diciendo que también es posible, pero que la preparación es más dispendiosa, ya que hay que combinar el totumo con la panela y hacer un cocinado que dura varias horas, mientras que con el guandul y el cogollo de la verbena la tarea resulta más suave y más rápida.

Sin más tropiezos, los dos curanderos terminaron su presentación, pero no dejaron de ser asediados por periodistas y fotógrafos, quienes, con seguridad hallaron algo exótico en las actividades de los terapeutas que tenían enfrente.

Sin embargo, el entrevistado jamás puso cara de hacerse el importante y siguió hablando en bajo tono, usando el conocido dejo musical que caracteriza a los palenqueros en cualquier parte del mundo.

A parte del teléfono celular, del cuerpo de Encarnación también pende una mochila de majagua, en donde porta todos los manojos de hojas que mostró durante su charla. Pero, cuando alguien le formula alguna pregunta relacionada con esos vegetales, no tiene inconvenientes en volver a vaciar el contenido y reiniciar las explicaciones.

“Un cantante de rock o de vallenatos ya hubiera mandado a sus guardaespaldas a que nos metieran en cintura; o hasta se hubiera internado en su camioneta, dejando a la gente con la boca abierta”, dijo un estudiante cachaco, quien aún celebraba entre el tumulto las lecciones de Encarnación.

El extenso patio de la casa de Encarnación parece un laberinto en donde crecen, sin orden ni concierto, árboles y plantas conocidas y no tan conocidas para el común de los seres humanos.

En la sala del aposento reina una oscuridad que no es quebrantada ni por la intromisión de la luz del sol, pese a que la terraza tiene una ventana grande, al lado de una puerta de tamaño normal, por donde entran y salen forasteros que necesitan de la ayuda del curandero.

Su nombre completo es Encarnación Padilla Ortega. Dice que el próximo 5 de noviembre cumplirá 56 años de existencia, de los cuales lleva 43 trabajando lo mágico-religioso, oficio que aprendió, a su vez, de Joaquín Padilla, su padre.

Por Joaquín también aprendió a curar las “picadas” (mordeduras) de culebra, curación que, según él, no puede hacerse solo con la botánica sino también con rezos, pues, al parecer, los reptiles también cargan en sus rastreros cuerpos ciertos secretos que deben saberse desentrañar para que la víctima se cure de manera eficaz.

Al lado de Encarnación y de Manuel del Cristo Pérez existen en Palenque Francisco “Siquito” Cañate y un curandero a quien todos conocen con el remoquete de “Piche”. Los tres guardan los densos secretos que esconde la botánica y, a la vez, coinciden en que ese conocimiento no se le puede entregar a cualquier persona.

No se sabe si alguno de los tres habrá leído el pasaje bíblico en donde Jesús de Nazareth le dice a sus apóstoles que “no se pueden dar perlas a los cerdos”, como significando que un conocimiento tan vasto y tan maravilloso como el que el hijo de José y María trajo a la tierra no puede confiarse a personas de baja calaña, ya que las consecuencias serían muy fáciles de prever.

Sin creerse apóstoles ni Cristos, los botánicos de Palenque comparten la misma opinión y comprenden que las palabras de El Nazareno también pueden equipararse con el celo que ellos guardan por su profesión.

“Esto se puede enseñar —dice Encarnación—, pero usted primero tiene que descubrir en el muchacho, o muchacha, los dones o las energías necesarias para que reciba la instrucción. Uno lo descubre en sus acciones, en sus palabras y en otras cosas que no puedo explicarle ahora, pero el que viene con luces para esto, debe aprenderlo”.

Los botánicos de Palenque también se hacen llamar piaches, al igual que los sabios curanderos de las tribus arwaca, wayuú y kankuama, que sobreviven en territorios arrasados de la Guajira y El Cesar.

Cuando se les pregunta si hay algún peligro de que ese conocimiento desaparezca, afirman que existen muy pocas posibilidades de que así sea, ya que, por una parte, tarde que temprano se descubre a la persona que debe recibir la enseñanza; y por otro lado, el portador de esa sabiduría tiene la obligación de compartirla, so pena de que el día de su muerte se prolongue en una agonía penosa para él y para sus familiares, por no haber descargado el cuerpo a tiempo.

El poeta cubano Juan Álvarez intentó saber si las prácticas de Encarnación tenían alguna similitud con la santería cubana, pero lo único que sacó en claro fue que los piaches palenqueros hacen rezos antes de cortar las plantas y árboles que necesitarán para sus curaciones y despojos y trabajan con los astros del sistema solar. En algo se acercan a las costumbres de los babalaos antillanos.

Según Encarnación, la medicina que él aplica tiene ventajas sobre la que practican los profesionales egresados de las universidades, “porque no tiene efectos secundarios, se puede combinar con los remedios químicos, se acompaña con rezos y el paciente no tiene que disponer de grandes sumas de dinero para que se le haga un tratamiento”.

Al respecto, Encarnación recuerda que en el segundo día del festival de tambores del año pasado, una de las mujeres que hacían parte de las delegaciones foráneas se desmayó en plena actuación, a causa de un intenso dolor en el bajo vientre.

“El médico y las enfermeras del puesto de salud —recuerda el piache— dijeron que había que llevarla a Cartagena, porque no tenían los implementos necesarios para aliviarla. Nosotros pedimos que nos la dejaran un momento, mientras venía la ambulancia. Pero cuando ese carro quiso venir, ya la muchacha estaba muerta...pero de la risa; y con ganas de seguir bailando. La curamos a punta de rezos, sobos y bebedizos”.

Las mentes occidentales de quienes escuchan los detalles de las curaciones botánicas, sentencian que para tantos conocimientos y tantos servicios sociales Encarnación y sus colegas deberían ser millonarios y propietarios de las más grandes clínicas de la fitosanación.

“Lo que pasa —aclara Encarnación— es que yo no puedo cobrar. Si usted se siente contento con mi trabajo, de su conciencia saldrá lo que piensa pagarme. Lo importante es que yo tenga siempre en cuenta que usted es un ser humano que necesita ayuda, como podría necesitarla yo cualquier día”.

 

Febrero de 2009


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