Noraldo Iriarte, El Chawala.

La gesta picotera de Rocha


Nadie sabe con certeza en qué momento los picós se apoderaron de Rocha.

Lo que sí es claro, tanto visual como auditivamente, es que existe en el pueblo una devoción casi religiosa en torno a los grandes aparatos del sonido; también por la música africana y por los discos de champeta que se producen en Cartagena.

En el corregimiento de Rocha, pese a que se trata de un asentamiento de negros descendientes de africanos esclavizados, no existen grupos musicales, ni tamboreros, ni cantadoras, ni decimeros, como los que podrían encontrarse en el palenque San Basilio o en los pueblos del departamento del Chocó.

Existe el picó. Y su presencia se hace sentir todos los fines de semana, desde diferentes puntos del corregimiento, ya que, por necesidad, deben sonar al mismo tiempo, puesto que se trata de alegrar los tragos que se toman quienes acuden a los estaderos desde el viernes en la tarde.

Cada propietario de picó es al mismo tiempo el administrador de un estadero. Cada estadero tiene su picó. Pequeño o grande, pero lo tiene. Y desde el más pequeño hasta el más gigante barajan una sola aspiración en sus vidas: parecerse algún día a “El rey de Rocha”, el picó más enorme y más popular que pueda conocerse en Cartagena y en el departamento de Bolívar.

También le dicen “El rey grande”, ya que en Rocha existe otro llamado “El rey junior”, propiedad de Angela Arias, fundadora y actual socia de El Rey de Rocha, equipo de sonido que reside en el barrio cartagenero de La María, pero que viaja por toda la Costa desde que empieza el fin de semana.

Razón tienen los musicólogos cuando sentencian que el picó es una especie de tambor electrónico que reemplazó a la percusión de madera y cuero de venado, ese cono de la naturaleza que ejecutaban hábiles tamboreros para adornar cantos de mujeres y hombres que hacían bailar a su alrededor a una montonera de bullerengueros inmunes a las primeras luces de los amaneceres, mientras las velas se derretían en sus espaldas y en sus cabellos.

Ahora no están las velas sino los bombillos de cien bujías; no están los barriles de ñeque sino los enfriadores preñados de cajas de cerveza y ron; no están las parejas que dominaban todos los ritmos conocidos y por conocer en los pueblos fluviales y marinos, pero están las negras sensuales, afrodisíacas y feroces que bailan apretujadas en un roce de cuerpos que encendería todas las pasiones.

El domingo pasado, Benjamín y Yamiro, los hermanos Marín Arias (el primero concejal y el segundo productor de música champeta) organizaron un bingo para integrar a sus paisanos rocheros. Y la amenización, por supuesto, estuvo a cargo de El rey de Rocha, del que también son socios y fundadores.

La romería fue abundante y tempranera. Mujeres y hombres, niños y adolescentes acudieron desde las 11 de la mañana, no tanto por hacerle caso a la convocatoria de integración sino por escuchar y bailar los discos exclusivos de El rey grande.

A las cinco de la tarde terminó el bingo y comenzó la fiesta, el baileteo, el apretujamiento, la saltadera y la gritadera animada por tres jóvenes disc jockeys (o picoteros) que utilizan un micrófono y un pequeño piano con el que algunas veces acompañan las canciones que salen por los cajones del picó.

Actualmente, El rey de Rocha tiene 12 parlantes de 18 pulgadas que están guardados dentro de igual número de bafles que, a su vez, contienen veinte twiters hechizos y ocho cornetas, por donde sale el sonido brillante que equilibra la potencia del armatoste; seis candilejas que iluminan el escenario, en cuanto surge la noche, y una pantalla gigante para la exhibición de videos de los cantantes que graban música destinada únicamente para El rey.

Los propietarios estiman que hay más de 200 millones de pesos invertidos en toda la tramoyería que El rey de Rocha exhibe en sus conciertos, dentro y fuera del país.

Un poco más modesto, pero igualmente entusiasta, es El Sony megaconcierto, el picó del barrio La Cruz, cuyo propietario, John Fredy Barrios Correa, es también el dueño del estadero en donde suena el equipo.

Barrios Correa dice haber invertido, hasta el momento, unos seis millones de pesos en su aparato, pero no vive exclusivamente de él. También tiene un camión 300 que le sirve para el transporte de pasajeros hasta el municipio de Arjona y para trasladar su picó hacia los pueblos en donde lo contraten.

No obstante, John Fredy supone que lo invertido hasta el momento no es suficiente para la adquisición del sonido que desea, el de El rey de Rocha, al cual considera su maestro y su entelequia por alcanzar.

Unos cuantas cuadras más allá vive El Scorpion, de Rafael Salas, cuyo disc jockey y administrador es su hijo Diomedes. Los dos atienden también un pequeño estadero, en donde convergen agricultores y pescadores de la zona.

Aún así, el fuerte de El Scorpion son los bailes en los pueblos circunvecinos, por los cuales cobra 400 mil pesos las seis horas o un poco más, cuando se trata de días normales. Pero cuando el ambiente es de fiestas patronales, la tarifa sube a 500 mil pesos.

Con apenas dos años de existencia El Scorpion lleva invertidos más de cinco millones de pesos, según dicen Rafael y Diomedes, pero aspiran a convertirlo en una macroteca que termine por reemplazar a El rey de Rocha, proyección esta que también es la de picós como El fusil de Rocha y El latino, los cuales no sonaron el domingo por no tener bien surtidos los congeladores de sus respectivos estaderos.

Los cinco picós son especialistas en música africana y champeta criolla, un gusto que les viene desde principios de los años setenta y el cual parecen haber copiado de los picós de Cartagena y Barranquilla, lugares en donde se cimentó el gusto por los cantantes y grupos del gran continente negro, como también las música jíbara de Puerto Rico.

Por esa causa son muy pocas las veces que en los conciertos de los picós rocheros se escuchan vallenatos, salsas o baladas, géneros que sí hacen parte de la programación de las discotecas y que cualquier público esperaría en el ambiente rumbero de las ciudades costeñas.

“En este pueblo —dicen los rocheros— los que mandan son el picó y la champeta. Cuando alguien organiza un concierto picotero es posible que se escuche uno que otro vallenato, una salsa y un jíbaro, pero lo que abunda es la champeta. Es más, si no programas ningún otro género, no pasa nada. Lo malo es que programes los otros y no pongas ni una champeta. Se te queda el baile solo”.

Niños y adolescentes, totalmente informados de sus orígenes pro africanos, aspiran a tener algún un equipo de sonido que no sólo se parezca a El rey de Rocha sino que también lo supere, teniendo a sus órdenes a los jóvenes cantantes que a diario surgen en Cartagena.

Por el momento, ninguno de los cantantes champeteros que se conocen en Cartagena son oriundos de Rocha. Algunos lugareños aseguran que sí existen, pero que nadie les da la oportunidad. Los productores, en cambio, lo interpretan como una falta de aspiraciones de parte de los jóvenes con talento.

“Ellos quieren ser famosos —dice Yamiro Marín—, pero no aprovechan los picós por ir a Cartagena a rozarse con el ambiente musical. En vez de eso, prefieren quedarse vagando en el pueblo o trabajando como vendedores ambulantes en el mercado de Bazurto”.

 

 

ALGUNOS DATOS DE ROCHA

 

El corregimiento de Rocha, jurisdicción del municipio de Arjona, tiene, aproximadamente, seis mil habitantes, que en un principio vivían de la agricultura y la pesca.

Según los rocheros, el renglón de la pesca empezó a descender desde que en la ciénaga de Juan Gómez se construyeron las estructuras que dan vida al sistema de agua potable de Cartagena, pues la producción de peces disminuyó dramáticamente.

En consecuencia, los antiguos pescadores emigran hacia Cartagena, y a otras localidades, en busca de trabajo, debido a que en la agricultura también hay pocas esperanzas, tomando en cuenta que las tierras aptas para el cultivo están en manos de terratenientes que se niegan a cederlas para los campesinos.

El agua que escasamente reciben no es apta para el consumo humano, mientras que la carretera que comunica a Rocha con Arjona se encuentra en pésimas condiciones, pero anualmente se le invierte dinero sin que se le haga el arreglo definitivo que necesitan sus usuarios.

El puesto de salud carece de un cuerpo médico permanente, por lo cual los enfermos graves deben ser trasladados a Arjona o a Cartagena, según el caso.

El alumbrado público funciona irregularmente, con continuos apagones que duran hasta 24 horas.

Recientemente, el pueblo recibió dos beneficios: la conversión de los colegios al bachillerato técnico y la construcción de dos escenarios deportivos.


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