En octubre de 2016, en plena tusa por los resultados del plebiscito, distintos activistas de paz, organizaciones sociales y políticas que habíamos confluido en la Red Sí Paz Bolívar para impulsar el plebiscito y hacer pedagogía de los acuerdos, decidimos instalarnos en el Camellón de los Mártires, en pleno centro histórico de Cartagena, siguiendo los pasos del recién creado campamento por la Paz en Bogotá y otros que siguieron conformándose días después, para exigir un nuevo acuerdo.
Luego de ser retirados del Camellón por la Policía Metropolitana, se nos permitió instalarnos en un costado del Parque Centenario, en todo el frente del Camellón y diagonal a la Torre del Reloj. Fueron 40 días donde le contábamos a propios y turistas el por qué se debía sacar adelante el proceso de paz a toda costa, la importancia de terminar con un conflicto de más de 50 años con la guerrilla más vieja del continente, y cómo esto iba a beneficiar a quienes habitaban en nuestros municipios y que por años habían vivido con el terror que producían las minas antipersonas, los asesinatos selectivos, las masacres y las persecuciones a líderes sociales.
Los aires de paz en esos días eran tan grandes, que resistimos a pesar de las camionetas que se instalaban a vigilarnos, de las personas “raras” que llegaban a preguntar qué hacíamos ahí, de las precariedades económicas y de los múltiples esfuerzos que hacíamos no sólo para mantener el campamento, sino para seguir yendo a barrios, universidades, colegios y municipios de nuestro departamento a seguir haciendo pedagogía de ese acuerdo de paz que estábamos dispuestos a defender con la vida misma. Incluso, tuvimos la oportunidad de ir a La Habana y reunirnos con las delegaciones de paz.
Fuimos felices al ver que salían noticias de cómo habían disminuido los pacientes en el Hospital Militar, de cómo habían disminuido las muertes en esas zonas apartadas y que eran foco de enfrentamientos entre fuerza pública y FARC, y realmente vivimos la ilusión de un país diferente.
Hasta que llegó el gobierno de Iván Duque, en 2019. Él llevó a cabo el proyecto del uribismo de hacer trizas los acuerdos de paz, y durante cuatro años vimos como la implementación del acuerdo de paz no avanzó, y por el contrario se permitió, por acción u omisión, que los territorios en los que ya no estaba las FARC fueran cooptados por nuevos actores armados, generando nuevos ciclos de dolor y muerte.
En 2022 llegó al poder Gustavo Petro, quién recibió un país en crisis económica y social, no sólo por los estragos de la pandemia del Covid, sino por el estallido social que hubo en 2021 en el que los jóvenes nuevamente se tomaron las calles para protestar por el mal gobierno de Duque.
Hoy, 8 años después de firmarse el acuerdo del Teatro Colón y 2 años después de tener a Petro como nuestro presidente, podemos ver con gran emoción como sí es posible cumplir el acuerdo de paz, iniciando por el principio, como diría mi abuela, por el punto uno del acuerdo: Reforma Agraria Rural Integral.
Desde la Agencia Nacional de Tierras (ANT), la cual dirige Felipe Harman, se está haciendo realidad lo que parecía imposible en este país, y que se constituyó en la némesis del conflicto armado: que la tenencia de la tierra esté en manos de los campesinos y campesinas y no en manos de despojadores, terratenientes y latifundistas.
Desde la ANT se llevan a cabo procesos de compra de tierras para entregárselas al campesinado y procesos de titulación para quienes han estado por décadas ocupando tierras, pero sin la seguridad jurídica de ser propietarios. Esta entrega y formalización masiva de tierras en todo el país, dará frutos en un futuro inmediato, garantizando la seguridad alimentaria a partir de procesos de tecnificación del campo.
En un mundo que cada día tiene más crisis ambientales, Colombia realmente se vuelve potencia de la vida garantizando que desde nuestros campos se cultiven los alimentos que necesitamos en las ciudades. Y no sólo eso, también se ha iniciado un proceso de recuperación de baldíos que incluye ciénagas y lagunas que ayudará a preservar nuestro medio ambiente y nuestros ecosistemas.
Y puedo decir que, del campamento a la Reforma Agraria, sí hemos podido construir paz, contra todo pronóstico y pese a las trampas de la ultra derecha. Con luchadores y luchadoras históricos de Cartagena y Bolívar, hoy desde la Agencia Nacional de Tierras seguimos siendo constructores de paz, y no puedo ser más feliz por ello.