Érase una vez…Getsemaní


Érase una vez un lugar, encerrado entre murallas y hoteles lujosos, pero que aún conservaba su vida de barrio.

Un lugar con personajes macondianos, que de no conocer de carne y hueso, juraría que fueron sacados de un libro de Gabo: La matrona Isabel ‘Prende La Vela’, con su cabello de algodón, siempre sentada en la puerta de su casa, rallando coco, saludando a sus vecinos, o muchas veces caminando a “pie pelao” las calles así estuvieran ardiendo; el ciego Nemesio que aunque no vive en el barrio, diariamente y como por inercia, toma una buseta hasta llegar a él y recorre hasta la noche sus calles guiado por simple y pura memoria, y su lazarillo, que es un viejo bastón o cualquier noble vecino; el señor Aníbal Amador que le bajó  la fiebre a varias generaciones del barrio santiguándonos con menticol, mientras susurraba una oración que nunca entendí, muy eficaz contra el mal de ojo.

Érase una vez un equipito de fútbol juvenil, se llamaba ‘Los Nucita’ (haciendo alusión al dulce de moda), eran los ‘Supercampeones’ del momento en el barrio, las niñas morían por verlos jugar en la cancha del Parque del Centenario o en el Pastelillo de Manga, partidos que siempre terminaban con un baño refrescante en la bahía de Manga o en el Centro de Convenciones, hasta que aparecían los “paragüitas” (aguamalas) y nos hacían salir a todos corriendo, empapados a nuestras casas, listos para el regaño de la mamá o de las abuelas.

Érase una vez un Parque, emblemático lugar de la ciudad, donde casi todo el barrio aprendió a montar patines o bicicleta, donde las noches eran de partidos de golito o baloncesto, donde jugaban hombres tan altos, que mi papá decía que eran “más largos que 5 mil pesos de huevo de iguana” o “que vendían rosquitas en los aviones” . El parque fue el plan de la niñez de muchos en el barrio, allá dejé media piel por mi usual torpeza al caminar: siempre terminaba con lo que llamamos en el argot popular costeño “una cocá” en las rodillas o raspada, por volarme con mis amigos las rejas cuando el parque estaba cerrado.

Recuerdo que a finales de los 90’s los muchachos del barrio se iban por las tardes al Parque a darse “caldo de ojo” en el patinódromo  con el exuberante derrier de las nacientes glorias del patinaje, y llegaban orgullosos diciendo que  “La Chechi” o Kelly, se pusieron a hablar con ellos.

Érase una vez el señor Mario Vitola, “Virrey del Carretero”, de la realeza del Cabildo de Gimaní. Cada vez que se iba la luz, en la época de los racionamientos, cruzábamos a su puerta, para que nos contara cuentos de terror, sacados de la historia de Cartagena, como el del espíritu de los esclavos que aún penaban por las calles del barrio y cuyas cadenas podían oírse arrastrar en la madrugada (cuántas veces me desperté a escucharlos, y me fui de largo sin poder dormir), las leyendas que le dieron nombre a las calles (la niña de Tripita y media o el cuento del avaro señor Quero), o la historia de los tesoros que dejaron escondidos las familias prestantes de la ciudad en las paredes de las casas del Centro, para salvaguardarlos de los piratas.

Érase una vez las familias sentadas en la puerta de la casa del barrio, las abuelas en sus mecedoras contando a sus nietos cómo sobrevivieron a la explosión en el antiguo mercado del Arsenal, o cuando iban en plan de amigas al teatro Rialto o La Serrezuela, o sobre aquella vez que les propusieron en venta el lote donde hoy queda un hotel lujoso del Centro en 700 ó 500 pesos.

Érase una vez un barrio donde cada vez que se iba el agua, se formaban filas eternas de personas sin bañar, con balde en mano, en la puerta de un lugar denominado “La Carbonera”, donde además de vender carbón, le sacaban el mayor provecho a un pozo natural que tenían en el patio y que aprovisionaba de agua al barrio cuando suspendían el servicio por muchas horas.

Un barrio donde los vecinos se hacían amigos de los mendigos, a quienes acogían al punto, de adoptarlos como “huéspedes ilustres”, dándoles ropa o comida. Puedo recordar al “Salivita”, “El Encuero” y a “Arrepiéntete” (mendigo que caminaba las calles siempre cantando una canción apesadumbrada estilo reggae que lo único que decía era “Arrepiéntete”).

Ni hablar de la época en que los Hare Krishna recorrían nuestras calles (como lo hacían los gitanos en Macondo) con sus cantos y bailes, y los niños iban bailando y cantando detrás de ellos entonando “hare hare”, por la recompensa de una bolita de soya al final.

Érase una vez la banda de guerra del Colegio La Trinidad, practicando todas las tardes, y todos dejando las tareas tiradas por salir a verlos. Érase una vez un barrio donde todos salíamos a bañarnos a la calle cuando llovía fuerte, los niños eran felices bajo los chorros de los techos, y cuando escampaba, todo terminaba siempre en un partido de fútbol en la Plaza.  

Érase una vez un barrio donde había tiendas y chazas, donde te despachaban nada más con entregarle al tendero un cartón alargado con la marca de algún cigarrillo (Credimalboro que llaman).

Érase una vez un barrio como cualquiera, pero con la particularidad de estar en pleno Centro Histórico de Cartagena, donde vendían cubetas y bolis de corozo, aguacate o mamón por doquier, hoy ya los avisos no dicen “Se venden bolis o cubetas”, hoy se venden nuestras casas.

Érase una vez un barrio mágico y macondiano en Cartagena, se llama Getsemaní. Hoy muchos de los hechos, personajes, historias aquí descritas, ya no existen, se esfumaron por un fenómeno llamado Gentrificación, por el cual ha desaparecido gran parte de la vida barrial del Centro de nuestra ciudad.

Luego de leer y haber tenido el honor de participar en la presentación del libro ‘Getsemaní, Casa Tomada’ de la abogada y gestora cultural Ladys Posso, he abierto mis ojos sobre todo lo que hemos perdido, pero entendí también que todavía tenemos las garras de los “bravos leones” para luchar por nuestro barrio.

Érase una vez es el inicio de los cuentos, pero ojalá Getsemaní no pase a ser un cuento que una vez existió. No queremos ser historia, sino hacer historia, como hace más de 203 años.  No queremos ser el barrio que se opuso al progreso que un día tocó a nuestra puerta, sino el que hizo parte de ese desarrollo, manteniendo viva nuestra esencia, nuestras raíces, porque eso nadie nos lo puede arrebatar.

 

 


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