Un continente en busca de sí mismo


Introducción

América Latina está atrapada en una paradoja: tiene las condiciones ideales para la integración, pero sigue siendo una de las regiones más fragmentadas del mundo. Mientras el orden global cambia aceleradamente, seguimos debatiendo entre sueños rotos y liderazgos miopes.

Dos pérdidas simbólicas para el continente

Hace unos días murió el último de los latinoamericanos que han recibido el Premio Nobel de Literatura; el domingo lo hizo el primer Papa nacido en este continente. Ambos, en sus respectivos campos, alcanzaron la cima de sus carreras y fueron vistos con admiración y respeto por amplios sectores, también denigrados y atacados por otros muchos. Ese es el problema de llegar arriba: muchos quieren imitarte, mientras otros, como en cangrejeras, quieren bajarte al foso común. Hoy, tanto el primero, Mario Vargas Llosa, como el segundo, Jorge Mario Bergoglio, van a hacerle falta al continente que los vio nacer y crecer.

Un mundo en rediseño… sin nosotros

Frente a la crisis mundial que se venía gestando con el ascenso de tantos gobiernos autocráticos, y que se ha disparado con las medidas tarifarias de Trump, las alianzas entre países se están rediseñando. Los países más visionarios entienden que, para enfrentar y negociar con las potencias del mundo moderno —EE. UU. y China—, conviene tener un bloque para evitar que una u otra se los traguen sin masticarlos.

Veo cada vez más posible unos acuerdos entre la Unión Europea, Japón, Corea del Sur, Australia y Canadá; y un fortalecimiento de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que cargan con una ventaja y una desventaja, ambas llamadas China, y una desventaja a secas llamada Rusia.

Por fuera de estas alianzas quedan una serie de países más pobres y dependientes en Asia, África y Latinoamérica, que en soledad pueden ver cómo esa pobreza relativa y dependencia absoluta aumentan.

Hispanoamérica: un sueño tan posible como improbable

Este momento sería perfecto para una Hispanoamérica unida desde el Río Grande hasta la Patagonia, capaz de aprovechar las ventajas que se abren en un mundo con dos superpotencias y varios bloques económico-políticos más autónomos.

Desafortunadamente, ese mundo ideal, en nuestro caso, está lejos de poderse construir. Y esto a pesar de que ningún otro bloque tiene mejores condiciones para hacerlo: un idioma y un pasado común, y unas instituciones más o menos compartidas.

Esas condiciones ideales enfrentan una realidad muy difícil de remontar: líderes parroquiales que no ven más allá de sus fronteras, diferencias ideológicas que no se quieren superar y una absoluta falta de pragmatismo que anteponga las ventajas de la unión aduanera y económica a las desventajas crónicas de la desunión.

Ñamérica: una región que no pinta nada

Somos Ñamérica (*), un continente que no pinta nada a nivel global. Países asiáticos más atrasados que los nuestros hace sesenta o setenta años pasaron de largo y hoy nos superan con creces.

Los países africanos, a pesar de su polifonía idiomática, vienen realizando avances en la unión continental, mientras nosotros vemos todos nuestros intentos languidecer ante la miopía y pereza de nuestros gobernantes, de uno y otro cuño.

Y no porque no se haya soñado esa Hispanoamérica unida, pues ya lo hizo Francisco Miranda a comienzos del siglo XIX, cuando pensó en un país desde el actual México hasta la actual Argentina, al que le dio un nombre: Colombia. 

(*) Ñamérica es el título de un excelente libro del escritor argentino Martín Caparrós.


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