Entre el servir y el desconfiar


Hablar de instituciones en Colombia es tocar una fibra sensible. No porque sea un tema exclusivo de los expertos, sino porque afecta la vida cotidiana de millones de colombianos: la tutela que no se resuelve, el proceso en la Fiscalía que nunca llego a nada, la entidad pública que promete pero no cumple. En teoría, las instituciones están para servir. Pero en la práctica, muchas veces parecen estar para complicar.

No se trata de atacar por atacar. El país ha construido, con esfuerzo, una arquitectura institucional que ha sobrevivido crisis, cambios de gobierno de distintas ideologías y décadas de conflicto. Pero una cosa es que existan instituciones, y otra muy distinta es que funcionen. Hoy, muchos colombianos ven al Estado como un aparato lejano, burocrático, lleno de trámites y falto de respuestas concretas que den solución a nosotros: El Pueblo Colombiano. El problema no es la Constitución ni el papel que cumplen los organismos públicos; el problema es cuando esas estructuras pierden eficacia, transparencia y, sobre todo, conexión con la ciudadanía.

La desconfianza del pueblo es profunda. Las encuestas lo confirman: el Congreso, la justicia y hasta la Policía registran bajos niveles de aprobación. Esto no se puede seguir normalizando. No se trata de izquierda ni de derecha, se trata de algo más elemental: el derecho a que las cosas funcionen. Si el ciudadano siente que nadie responde, que la corrupción es parte del paisaje, que denunciar no sirve y que pedir ayuda estatal es como gritar en el vacío, entonces hay algo que no está bien; hemos normalizado dichos como: «Se mueve mas un proceso en la Fiscalía». Que dejando a un lado la gracia que podría causar ese comentario, deberíamos entrar en lo penoso que es burlarse de nuestras propias  instituciones.

Y aquí es donde la crítica no debe quedarse en la queja. Necesitamos instituciones fuertes, pero también humildes. Más transparentes, más abiertas, más humanas. Instituciones que rindan cuentas, que escuchen y que resuelvan. No basta con leyes e imágenes institucionales idealizadas si en la práctica el ciudadano sigue sintiéndose solo frente al sistema.

Hoy, más que nunca, Colombia necesita reconstruir la confianza institucional. Y eso solo es posible cuando quienes están al frente entienden que su papel no es mandar, sino servir. La democracia no se sostiene solo con votos: se sostiene con instituciones que funcionen para todos.


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