RETOS DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR EN ÉPOCA DE Tik Tok


Pensar en la educación superior, sus retos, dinámicas, procesos, procedimientos y prospectiva, resulta ser tan complejo como pretender vislumbrar el futuro político, económico y social de las naciones, en general, y de Colombia, en particular. Múltiples preguntas relacionadas con la forma de atraer la “masa crítica” a los claustros educativos; cerrar brechas – marcadas por una irrestricta y estúpida lucha de clases sociales -; garantizar la viabilidad financiera de las instituciones; cumplir con sendas formalidades ministeriales - reflejo de la disentería legislativa y procedimental, de una Nación sumida en un estado de catatonía crónica - ; tratar con las enquistadas sensibilidades de los estudiantes, como resultado de una mala educación en el hogar, sumado a la disfuncionalidad de éstos, dan como resultado un caldo de cultivo propio del menjurje que alimenta las huestes de los impropios.

La anacrónica Ley 30 de 1992 estableció una taxonomía jerárquica, aunque no explícita, entre Universidades, Instituciones de Educación Superior, Institutos Tecnológicos y Técnicos, asegurando así, la dilución de aquello reconocido, en otrora, como Universidad. No es para menos, su vocación apela a la necesidad de separar la docencia de la investigación (algo absurdo, semejante a decir que se es nadador profesional por aguantar la respiración en una bañera), a sobreponer el pragmatismo del mercado y garantizar el posicionamiento del SENA como el estandarte de la enseñanza técnica y tecnológica.

En la actualidad, aunque para infortunio nuestro - Colombia no tiene la capacidad instalada -, la OCDE exhortó a la Nación a darle un enfoque neoliberal al Sistema Educativo, garantizado por el Sistema de Aseguramiento de la Calidad, en función del eficientismo económico que, como vocablo, a propendido por el desplazamiento semántico del sufijo – ista y da cuenta del matiz peyorativo de éste, con el que se buscaba establecer el anhelado vínculo de la universidad con el mercado liberal y la economía; sin embargo, hoy sólo es el reflejo de la relación más precaria, inclusive, antes de la promulgación de la Ley de Educación Superior.

Costos de las matrículas, ahogamiento de la universidad privada, desfinanciamiento de la universidad pública, baja calidad en la educación (fundamentalmente de la técnica y tecnológica), jerarquización del Sistema, el reduccionismo educativo, el modelo conductista de enseñanza programada y el fundamentalismo maternal hacia el cliente, han asegurado: 1.) Una baja tasa de cobertura (47%), con respecto al promedio de los países OCDE (72%) (OCDE, 2023); 2.) una tasa de deserción del 45%; y, 3.) limitado acceso, del quintil menos adinerado (9%), a la educación superior (OCDE, 2023). 

La universidad contemporánea, contrario al imaginario colectivo, no contribuye a cerrar brechas de inequidad y, de alguna manera, desigualdad, contando, además, con la limitada y pobre oferta regional. A esto se suma la concurrida práctica de contratar profesores ocasionales versus contratar profesores de planta, por aquello de la económica contractual, pues, en promedio, un profesor de planta equivale a tres ocasionales. Sin embrago, el problema no radica en la naturaleza del vínculo contractual, radica en la función de éstos al interior de los claustros, su ausencia intelectual, su precariedad investigativa y su falta de presencia académica, dando por resultado la producción de técnicos profesionales y la ausencia de creación de escuela; razón, que da origen a un valor agregado nulo, en los epicentros del conocimiento; por lo tanto, la competencia se reduce a precios de mercado. En ese caso, se debe preguntar: si la calidad no se constituye como variable determinante para escoger centro educativo, ¿para qué sirven los procesos de calidad?

Es así como se da origen a la estandarización del aprendizaje y la enseñanza. Al estudiante se atiborra de temas, como si de llenar un balde con agua se tratara. La navegación más profunda que se hace, en materia de conocimiento, es la relacionada con determinar la razón que dio origen a la caída de la aplicación Tik Tok o escoger el video de moda, para replicar. Existe una prescripción de los currículos basado en competencias, pero enfocados al logro, cuya vocación está orientada al accountability de la cosa educativa y los requisitos orientados a la obtención de registros calificados, donde se exigen resultados de aprendizaje sin debate pedagógico, epistémico o ético, pues están hechos a la medida de burócratas educativos que creen saber de todas las áreas del conocimiento, cuando el suyo es, de manera exclusiva, secretarial.

Intentan, de manera desesperada, las Instituciones, aplicar un modelo gerencial para la gestión del Sistema, sobre la base de un pragmatismo del saber, en relación al lenguaje de las competencias, para los contenidos de los programas, razón por la que eficacia, rúbricas, innumerables formatos de control de calidad, evidencias, estándares, competencias, tareas, vigilancia permanente y dictatorial, docentes con categoría de funcionario y estudiantes con dignidad de clientes, sólo reflejan la incapacidad de apropiar las innovaciones posmodernas de la educación, pues el lenguaje y prácticas utilizados, no son neutrales, es decir, los claustros de educación superior, se han convertido en dispositivos de control, que regulan el quehacer institucional, desde la satisfacción de los intereses, propios de la economía neoliberal.

Es lamentable la situación. Los estudiantes, que deberían fungir como la consciencia crítica de las naciones, se han vuelto compulsivos consumidores del contenido de las redes sociales, jóvenes caprichosos que al primer desacuerdo buscan a sus madres (las madrinas pedagógicas), para ser defendidos sin criterio y que éstas les hagan la tarea. El imperativo de mentalidad limitada (Shirley, 2007), se ha enquistado como práctica que sobrecarga a los educadores, con infinidad de demandas orientadas por la política institucional, coartando su capacidad de aprender de otras escuelas y sistemas, que contribuyan al desarrollo educativo y profesional. Sin duda hoy se le da prelación a la forma sobre la esencia.

No cabe duda, la cultura del chisme y la habladuría, propia de las fámulas, es más común en la educación superior, que los postulados lógicos de Descartes. Se le rinde tributo a la mediocridad, desde la apropiación de conductas envidiosas que sólo reflejan la incapacidad mental, ética y moral, de quienes apelan a éstas, como mecanismo para ascender laboralmente. La Universalidad del conocimiento se ha perdido, pues es más importante “marcar tarjeta”, como en plena revolución industrial, que pensar la Educación. Tendremos magníficos productores de contenido, que hagan gala de sus habilidades de diseño gráfico, mientras graban la muerte de sus padres.