El jueves 19 de enero de 1995, siendo casi las 6 de la tarde, salí con un grupo de colegas de la sede del noticiero Telecosta, en el barrio El Cabrero, cuando por la Avenida Rafael Núñez pasaron dos o tres busetas cuyos radio-pasacintas estaban programados en emisoras diferentes con canciones de Patricia Teherán.
Patricia había sido una de las principales protagonistas de la música de acordeón no solo en Cartagena sino también en toda la Región Caribe y en el interior de Colombia; y el que estuvieran sonando sus canciones al mismo tiempo en varias emisoras de la banda F.M. no tenía porqué resultar tan extraño. Canciones como “Tarde lo conocí”, “Amor de papel”, “Eres todo de mí” y “Endúlzame la vida”, entre otras, batían récord de sintonía y de ventas entre los amantes del llamado vallenato romántico, sobre todo entre las mujeres que se identificaban con las temáticas de esos compositores.
Pasando por el Centro de la ciudad, siguieron sonando las canciones de Patricia no solo en el pasacintas de las busetas sino también en los equipos de sonido de almacenes, talleres y ventas informales apostadas a lo largo de la avenida Pedro de Heredia.
Ahora, la coincidencia resultaba extraña, pero fue solo hasta que finalizó una de las canciones cuando la voz del locutor Oscar Castro Arias empezó a dar detalles sobre el reciente fallecimiento trágico de Patricia, después de haber sufrido un accidente automovilístico en la Vía del Mar, a la altura de la población de Lomita de Arena, corregimiento del municipio de Santa Catalina, norte del departamento de Bolívar.
Las primeras informaciones relataban que venía procedente de la ciudad de Barranquilla, en compañía de Víctor Sierra, el conductor del vehículo, con quien Patricia sostenía, desde hacía cierto tiempo, una relación marital; el locutor Billy Pertuz, quien para entonces fungía como animador en tarima de Las diosas del vallenato, como se llamaba el grupo musical de Patricia; y Tyrone del Cristo Pérez, el manager de tal organización.
Según los reportes preliminares de las autoridades, al vehículo en el que viajaba Patricia se le estalló una de las llantas delanteras, lo que hizo que diera varias vueltas de campana, provocando, en primera instancia, que el conductor saliera disparado a través del vidrio panorámico, mientras que Billy Pertuz salió por una de las puertas y los demás pasajeros quedaron dentro.
Las personas que ayudaron a los recién accidentados condujeron a Patricia, quien todavía respiraba, al centro de salud de Santa Catalina, en el que no encontraron personal médico, por lo que de inmediato partieron hacia Cartagena, dado que la artista se veía muy afectada.
Los cuatro accidentados fueron remitidas al Hospital Universitario de Cartagena, en donde la aglomeración de curiosos era incontrolable: una parte se arremolinó alrededor de la camioneta que transportó en su platón el cuerpo sin vida de Víctor Sierra, quien había sufrido rotura de cráneo con exposición de masa encefálica; mientras que otros se apostaban a la entrada de la sala de urgencias, desde donde a veces alcanzaban a ver el cuerpo de Patricia tendido en una camilla y sin un solo rasguño.
La lesión que le quitó la vida era interna: al parecer, una pieza ósea le desprendió varios órganos vitales. A la multitud de curiosos se sumaron las cámaras de televisión y los artistas de la ciudad, quienes, enterados de la tragedia, no dudaron un instante en acompañar los restos de Patricia hasta que fueran introducidos en el último agujero de la vida.
Tanto en la noche del 19 de enero como durante la mañana del 20 se oyeron por los noticieros radiales las declaraciones de Tyrone del Cristo Pérez y Billy Pertuz contando los pormenores del accidente. Al medio día del 20 de enero, ya el cuerpo de Patricia había sido reclamado por sus allegados en la morgue del Instituto de Medicina Legal y luego trasladado a una de las salas de la Funeraria Lorduy, del barrio Pie del Cerro.
A pesar del ambiente de tristeza que se vivía en la funeraria, hice la nota televisiva para la empresa Telecosta, entrevistando a las primeras personas que tuvieron que ver con los inicios de la carrera de Patricia: Chela Ceballos, la acordeonista de Las musas del vallenato, quien no ahorró sus mejores elogios en honor de la que había sido su compañera de fórmula en momentos en que nadie creía en el vallenato interpretado por mujeres; el acordeonista Rafael Ricardo, quien movió las principales fichas para que Patricia y Chela pudieran hacer su primera grabación en la disquera Codiscos; y a una parte de los curiosos que no quería perderse las particularidades del acontecimiento.
Dentro del ataúd, Patricia dormía con los labios pintados de rojo, el cabello recogido y una blusa blanca abotonada hasta el cuello, como tal vez se hubiese vestido para asumir los conciertos que tenía programados para el Carnaval de Barranquilla y para varias ciudades del departamento del Meta.
Las cámaras de la empresa Telecosta también llegaron a la vivienda de Patricia en el barrio Nuevo Bosque, primera etapa, manzana 17, lote 12. Allí, otra multitud expectante rodeaba el que había sido el cuartel de operaciones de Las musas del vallenato, primero; y de Las diosas del vallenato, después. Maribel Cortina, la acordeonista, encabezaba el grupo de mujeres, quienes aún dentro del aposento, eran acosadas por los vecinos o por fanáticos provenientes de los barrios cercanos.
Esos mismos admiradores se trasladaron el 21 de enero hacia el estadio de Fútbol Pedro de Heredia (hoy Jaime Morón), en donde el cuerpo de Patricia permaneció hasta el 22, cuando fue conducido hacia el Cementerio Jardines de Cartagena, en medio de una romería de seguidores y de equipos de sonido que no paraban de reproducir las canciones de la artista, como un último homenaje a lo que fueron sus logros y su corta presencia en la escena musical de la Colombia popular.
Después del sepelio, la euforia y la nostalgia general emergieron en forma de leyendas urbanas que aseguraban que el fantasma de la cantante se paseaba todas las noches por los alrededores del camposanto o por los predios de los diferentes lugares de Cartagena en donde la vieron cantar, sobre todo en el barrio Nuevo Bosque, en donde sus vecinos repetían la fantasía como una manera de consolarse ante la irremediable partida de la mujer que les hizo sentir el vallenato de otra manera.
De románticos recuerdos nació este canto…
La casa de Carlos Teherán Tejeda, el padre de Patricia, es la misma en donde ella vivió sus últimos años llenos de música, de éxitos y de un hijo llamado Yuri Alexander Castillo, quien tenía poco tiempo de nacido cuando ocurrió el siniestro de Lomita de Arena.
En el momento en que la cantante comenzaba a recoger los frutos de “Tarde lo conocí” la vivienda se iba transformando poco a poco en lo que para el futuro sería la imponente mansión de La diosa del vallenato, como ya reconocían a Patricia en el medio artístico. Su fallecimiento significó también la paralización de ese proyecto.
Pero ahora que me encuentro con Carlos Teherán, el aposento luce agradable, aunque modesto. Ya no es una obra con miras a sobresalir sobre el resto de las demás edificaciones familiares del sector, sino una más entre todas, pero con esa cierta dignidad que los buenos acabados podrían imprimirle a las construcciones hechas con mesura.
Ahora recuerdo que la segunda vez que estuve en esa casa, Patricia se aprestaba a cumplir su primer aniversario de fallecida. En esa ocasión, me recibió Luz Romero Méndez, la madre de la cantante, quien me contó lo que sabía del accidente y lo referente a su viaje desde Venezuela a Cartagena, cuando le dieron el aviso.
En aquel instante, decía estar decidida a seguir empujando las ilusiones de su hija, mediante otro conjunto femenino que se llamó Las guerreras de Patricia Teherán, y que quedó truncado cuando Luz Romero murió de repente en esa misma casa en la que ahora viven Carlos Teherán y su compañera permanente.
La tarde en que nos conocimos, Teherán Tejeda estaba sentado en el piso de la terraza, descamisado, con gafas de aumento y exhibiendo un marcapasos en el lado superior derecho de la región pectoral. Después de haberle explicado la intención de la entrevista, me hizo conocedor de dos temas que le inquietaban. Primero: siempre se había resistido a dar entrevistas para hablar de su hija. Segundo: está convencido de que la muerte de Patricia no se debió a un accidente fortuito, sino a un homicidio perpetrado por las malas artes de la brujería.
Esa misma tarde no dio más detalles al respecto, sino que me citó para la semana siguiente, previa llamada telefónica. Las dos cosas se cumplieron. Y, gracias a ellas, volvimos a sentarnos en su terraza en donde reiteró lo de la negativa a las entrevistas.
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“Lo que pasa —me explicó— es que desde que murió Patricia mucha gente se ha puesto dizque a investigar y a publicar cosas preguntándole a todo mundo, menos a mí. Y gente de la que yo no esperaba eso, ha dicho cosas falsas de mi hija. Entonces, he decidido que no voy a dar entrevistas, que se conformen con lo que los demás han querido decir”.
Más adelante relató que “por ahí vinieron unos españoles diciendo que pensaban publicar un libro sobre Patricia, y se demoraron tres años investigando en Colombia. Al último que visitaron fue a mí. Cuando me mostraron lo que habían escrito, me di cuenta de la cantidad de embustes que la gente dice. Después se pusieron a investigar lo del supuesto accidente y terminaron huyendo para su tierra, porque los amenazaron”.
Carlos Teherán, músico cartagenero, se convirtió en acordeonista a los 14 años de edad, cuando vivía en el desaparecido tugurio Chambacú, en donde nació y se crió, hasta los años 50 del siglo XX, época en la que armó su primer conjunto con el que interpretaba las canciones de Andrés Landero, Luis Enrique Martínez y Alejandro Durán, entre otros, que estaban de moda, “a pesar de que en esa época el vallenato no valía ni cinco centavos”, dice.
En los años 60 se enroló como empleado del Instituto Colombiano de Seguros Sociales (ISS), en donde laboró por 36 años, pero sin dejar de lado su conjunto, haciendo presentaciones en Cartagena y en las localidades rurales, pero también en los pocos radio-teatros que existían en ese entonces en la ciudad y en los que alternaba con acordeoneros descollantes como Mariano Pérez, Ángel Vásquez y Rafael Cabezas, entre otros, quienes también luchaban por abrirle espacio a la música de acordeón en la capital de Bolívar.
Uno de los radio-teatro que acostumbraban a visitar era el de la emisora Radio Miramar, en donde Teherán se conoció con Luz Romero, quien también acudía a cantar boleros, rancheras o cualesquiera de los ritmos afroantillanos que estaban en boga. Entrados los años 70, Teherán y Romero establecieron unión marital y fue así como el 10 de junio de 1969 nació Patricia Teherán Romero, en el barrio Pie de la Popa, avenida Pedro de Heredia. Meses después, nació su hermano Carlos Teherán Jr.
Allá en mis mejores tiempos de primavera...
“Patricia comenzó a cantar desde los 3 años, porque desde que estaba en la barriga de la mamá se acostumbró a oír música de acordeón. Yo me la llevaba para las parrandas y la ponía a cantar para que mis amigos la escucharan, y siempre terminaban aplaudiéndola y riéndose con la gracia que tenía.
Cuando nos mudamos para el Nuevo Bosque, ya Patricia tenía 6 años, la voz más clara y la memoria más capacitada para aprenderse canciones. Los vecinos, siempre que la invitaban a una fiesta de niños, le pedían que cantara. Y ella siempre respondía cantando algunas de las canciones que yo practicaba con mi conjunto o con las que escuchaba en las emisoras.
Cuando estaba un poco más grandecita, en el colegio, siempre se lucía en las semanas culturales, porque los números que ella preparaba eran de cantos; y creo que era la única en el plantel que se atrevía a cantar vallenatos, porque en ese momento esa música no era tan apreciada como ahora.
Después que salió del bachillerato entró a estudiar Hotelería y Turismo, pero también asistía a clases de música en una escuela del Centro Histórico. Allí no solo se interesó en el canto, sino también en la ejecución del clarinete y el saxofón, de los que obtuvo algunos conocimientos básicos.
Más adelante, abandonó los estudios de Hotelería y Turismo y escogió Programación de Sistemas, que sí la cursó hasta el final, pero al mismo tiempo hacía parte de Carlos Teherán y su conjunto, como se llamaba la agrupación que yo dirigía.
A los 18 años fue cuando se encontró con Chela Ceballos, quien ya estaba planeando, con Osvaldo Simancas y el compositor Alberto Urrego, la organización de un conjunto de mujeres, que se llamaría Las musas del vallenato, un nombre que se inventó Chela.
Con Simancas y Urrego trabajaron duro, pero, después de varias presentaciones y de la acogida que las muchachas se estaban ganando en la ciudad, llegó la necesidad de buscar las maneras de que una casa disquera se interesara en grabarles.
Es decir, se presentó la necesidad de invertir, pero ni Urrego, ni Osvaldo Simancas, ni Ramiro Ceballos (el papá de Chela), ni yo teníamos los recursos suficientes para coronar esas aspiraciones. Y fue aquí cuando entró al conjunto un tío de Alberto Urrego llamado Nassir Eljach, quien consiguió la sede en donde Las musas ensayaban, además de los instrumentos que faltaban.
También se consiguió, por medio del acordeonista Rafael Ricardo, la primera grabación en la disquera Codiscos, en donde parece que Alberto Urrego no logró buenos acuerdos con esa empresa y comenzaron las desavenencias con las muchachas.
Pero lograron grabar otros dos discos de larga duración con los que empezaron a darse a conocer en otras ciudades y a hacer presentaciones por todas partes. Recuerdo que Chela vivía en nuestra casa del Nuevo Bosque, pero de un momento a otro empezaron las discrepancias con Patricia, y terminó mudándose.
Unas semanas después de la mudanza, Chela se retiró del grupo y Patricia comenzó a hacer las diligencias para formar otro. Mientras tanto, la acompañaban acordeonistas como los hermanos Manuel y Lucho Vega.
Me acuerdo que Patricia se preocupaba mucho porque el conjunto estuviera solo integrado por mujeres, pero la dificultad estaba en conseguir una acordeonista, porque la verdad era que había muy pocas; y las pocas que había, no estaban sintonizadas con el vallenato romántico estilizado que se estaba imponiendo en el país.
Cuando la veía con esas preocupaciones, le decía que tuviera calma, que no importaba si el conjunto no era solo de mujeres, que la figura era ella y que era eso lo que importaba.
Un tiempo después apareció Maribel Cortina, quien sí demostró tener todo lo que se necesitaba para que el proyecto de Patricia se hiciera realidad. El conjunto se llamó Las diosas del vallenato y contó con la ayuda, entre otros, de Omar Geles y Miguel Morales, quienes se habían hecho amigos de Patricia desde los tiempos de Las musas.
En ese momento, Geles le dio algunas canciones y después le sirvió como productor en el LP “Con aroma de mujer”, que fue el que más fama le dio a Patricia, por la canción “Tarde lo conocí”.
También se presentó Rodrigo Castillo, quien financió el conjunto y tuvo una corta relación amorosa con Patricia, de donde nació mi nieto Yuri Alexander. Después entró Víctor Sierra, con quien Patricia también se comprometió en una relación marital; Tyrone del Cristo Pérez, quien hacía de manager del conjunto; y Billy Pertuz, el animador en tarima.
La verdad es que nunca tuve una buena relación con Tyrone del Cristo, ni con Billy Pertuz, pero Patricia quería que estuvieran en el conjunto, y a mí me tocó respetar su decisión.
Ya para ese tiempo, Patricia estaba pegada en todo el país, y creo que no tenía conciencia de eso. Unos días antes de su muerte, alguien (me reservo el nombre) me dijo que no la dejara que se fuera para Barranquilla en el carro de Víctor Sierra, pero a mí se me olvidó la advertencia.
El día del accidente estaba durmiendo, porque me trasnoché amenizando una parranda. Un vecino me avisó y enseguida me fui para el Hospital Universitario. Varios días después del sepelio de Patricia, me explicaron que el carro había sido preparado con brujería, que alguien había pagado para que mi hija se matara.
Y no se me hizo raro, porque el ambiente artístico es lo más malo que hay. Yo se lo decía a Patricia. Su muerte fue provocada por la envidia. Y yo sé quiénes fueron los autores de ese plan, pero todo se lo he dejado a Dios”.
Otras caricias nuevas me desvelan hoy...
“A Patricia no se le podía decir que no”, afirma el compositor Víctor Méndez Navarro cuando se le pregunta por su relación con Patricia Teherán, a quien dice haber conocido a principios de los años 80, cuando apenas era una niña que iba al colegio en compañía de su hermano Carlos.
Méndez (nacido en Calamar, Bolívar) es conocido en el mundo de la música de acordeón del departamento de Bolívar por sus incursiones en los festivales de esta sección del país, pero también por las grabaciones que de sus canciones han hecho tanto conjuntos como orquestas del llamado estilo tropical.
Sus conocimientos en el manejo de voces también le han granjeado un sólido respeto en el ambiente musical cartagenero.
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“Supe de la existencia de Patricia después que llegué a Cartagena procedente del departamento del Cesar, en donde laboré por varios años, pero también viví ciertas experiencias musicales con conjuntos de allá, con los que aprendí a tocar violina y a amenizar parrandas y serenatas.
Desde pequeño siempre me atrajo la música, gracias a que a mis padres también les encantaban los boleros y las rancheras. Por eso, siempre me imaginé como un gran cantante, pero la verdad es que, por la imposición de mis progenitores, mi dedicación a la música debió esperar hasta que estuviera adulto.
Regresé a Cartagena, contraje matrimonio y me residencié en el Nuevo Bosque. Una mañana, como a las 5, me despertó el sonido de un acordeón, y le dije a mi esposa que me permitiera salir a la calle para ver de qué se trataba. Eso hice. El sonido de los fuelles venía de un kiosco cercano, en donde un conjunto estaba tocando con una amplificación. Al parecer, los músicos venían de amenizar una fiesta y se habían quedado en el kiosco a parrandear un rato.
Llegué silencioso, me senté, metí conversación y, de un momento a otro, ya estaba hablando de música con los del conjunto. De pronto, uno de ellos me dijo: ‘rebúznate algo ahí’. Y enseguida me paré a cantar. Y seguimos parrandeando, porque noté con alegría que a los muchachos les gustó mi canto.
El acordeonista era Carlos Teherán, el padre de Patricia. Desde ese momento seguimos frecuentándonos, porque me di cuenta que él vivía como a dos o tres calles de mi casa. Incluso, me propuso que integrara el conjunto, porque, según él, como cantante no lo hacía tan mal. De manera que seguimos ensayando con frecuencia en su casa. En ese momento, Patricia era una niña como de 11 años, quien todavía asistía al colegio con su hermano Carlitos.
Después de varias presentaciones y noches de parranda, me alejé un poco del grupo por dos razones: tenía demasiado trabajo, además de que me había matriculado en Bellas Artes, en donde duré tres años estudiando voces y solfeo. Llegué a integrar el grupo polifónico de la escuela e hicimos varias giras por diferentes partes del país.
Esa experiencia me sirvió muchísimo para mejorar mis canciones, que ya eran bastantes, aunque no se las había mostrado a nadie. Pero después superé la timidez y comencé a participar en los diversos festivales que se realizaban en el norte de Bolívar, y en los que se organizaban en los barrios de Cartagena, inspirados en el Festival bolivarense del acordeón, de Arjona.
Ya con esa madurez en lo musical, en la voz y en la escritura me reintegré al conjunto de Carlos Teherán y encontré que Patricia ya era una adolescente. Afiancé mi amistad con sus padres y seguí frecuentando su casa con mucha más asiduidad.
Recuerdo que para un cumpleaños de la señora Luz, Carlos le pidió a Patricia que cantara una canción y ella lo hizo. Después cantó otras y todo pareció salir bien. Pero, unos días después, al papá se le ocurrió llevársela para una presentación en donde nos habían contratado. La puso a cantar, pero el resultado no fue bueno. No podía serlo, porque ella no estaba preparada para enfrentar una responsabilidad de esas.
Esa misma noche me le acerqué y le sugerí que si le interesaba el canto, que fuera por mi casa y allí yo podría enseñarle algunas de las cosas que sabía. Así fue: la muchacha se interesó mucho en aprender técnicas, vocalización, respiración, y todo lo que tiene que ver con saber moldear una voz.
Entonces se presentó el momento en que la invité a que me acompañara al Festival de Arjona, y no se negó. Pero primero fui a buscar el permiso de la señora Luz, y ella me dijo: ‘Víctor, a la única persona a quien yo le confío mi hija es a usted. Váyase tranquilo, que yo sé que está en buenas manos’.
Comenzamos a ensayar todos los días, hasta que se llegó la hora cero. Ese año, en la primera ronda del festival, se presentaron 65 canciones. Estábamos en un recinto cerrado y el ambiente era tensionante.
Algo que nos puso mucho más nerviosos fue que los jurados nos dejaron de últimos. Nunca se me olvidará que cuando nos llamaron, ya la gente estaba cansada y recogiendo sus cosas para irse. Pero cuando empezamos a cantar, todo el mundo comenzó a devolverse y a sentarse, impresionados por la voz de Patricia y por la melodía de la canción, que también era muy buena.
El resultado fue que nos seleccionaron entre las canciones que seguirían compitiendo hasta la final, lo que hizo que intensificáramos los ensayos, porque ya las presentaciones no serían en recinto cerrado sino en la gran tarima de la plaza, al aire libre y con miles de personas observándonos.
Y fue de esa manera como el público de Arjona se convirtió en el primero que vio el nacimiento de Patricia como cantante. Fue allí también en donde Alberto Urrego conoció a Patricia cantando en una tarima. Más adelante se acordó de ella para incluirla en su conjunto Las musas del vallenato,
Después de esa experiencia en Arjona, apareció el acordeonista Marcos Peña con quien yo planeaba grabar un trabajo discográfico, y todos los días nos poníamos a practicar en mi casa, ensayos a los que se integraba Patricia para ayudarnos con las voces, pero esa empresa nunca se llevó a cabo. Así que Patricia siguió su camino y de vez en cuando nos saludábamos cuando nos veíamos por la calle, hasta que un día supe que Alberto Urrego la había llamado para que fuera la cantante de Las musas, cosa que me alegró mucho. Ya para entonces, yo conocía a Chela Ceballos, porque la había visto tocando en el desaparecido estadero The big show, del barrio Los Alpes.
Unas semanas después, Urrego me pidió que lo ayudara a escoger la corista primera voz del grupo, tomando en cuenta que ya se estaban preparando para el que sería su primer trabajo discográfico. Recuerdo que había cuatro candidatas, entre ellas Alicia Paccini, la tía de Chela Ceballos.
Lo curioso es que a Alicia no la querían, porque, según las muchachas del conjunto, se atravesaba hasta bailando. Pero, cuando terminé de examinar a las candidatas, me di cuenta que la mejor voz que tenían para hacer primera voz era la de Alicia Paccini, y fue ella la elegida. Pusieron el grito en el cielo, pero les dije, ‘una cosa es lo que ustedes quieren hacer y otra cosa es lo que tienen. Y la mejor voz es la de esta muchacha’.
Tiempo después supe que Patricia se había retirado de Las musas y que se aprestaba a organizar su propio conjunto. No hubo más acercamientos musicales con ella, pero me sentía muy contento con los triunfos que estaba obteniendo. Aún me siento muy orgulloso de las pocas cosas que le enseñé, aunque jamás voy a decir que esa voz la hice yo. Ese portento lo creó Dios.
Un día antes del accidente, nos encontramos cuatro veces en el Centro Histórico y nos saludamos. A la cuarta vez que nos encontramos, le dije: ‘oiga, ¿usted es mi sombra o mi sombrero? ¿O es que me está persiguiendo?’ Ella se echó a reír con esa gracia tan original que tenía, y me contó que andaba un poco loca porque en la noche del día siguiente tenía que viajar a Villavicencio (Meta), pero en el día tenía que ir a Barranquilla a una gira de promoción y contratos.
Yo le dije, ‘pero usted no tiene que ir a Barranquilla si no quiere. Dele un poder a su representante, que él firme los contratos, cobre los adelantos y usted se queda aquí en Cartagena arreglando maletas’. Ella lo único que me dijo fue, ‘hasta puede que tengas razón. Pero vamos a ver qué hago’.
Al día siguiente, como a las 6:30 de la tarde, me enteré del accidente. Llegué a mi casa llorando y no fui capaz de arribar a la funeraria, ni al sepelio. Durante esas horas me quedé recordando lo encantadora que era Patricia, lo mucho que había conquistado a los medios de comunicación con su modo de ser. A ella no se le podía decir que no, porque era todo carisma y dulzura. De no haber muerto, estoy seguro que ahora fuera la Diomedes Díaz del vallenato femenino”.
Tú decías que me amabas…
Al compositor antioqueño Alberto Urrego Eljach muchos de sus colegas y personajes de los medios de comunicación en Cartagena y Bolívar le reconocen ser uno de los impulsores del avance del conjunto Las musas del vallenato.
En el momento en que empecé a contactarlo para recoger sus declaraciones, residía en la ciudad de Bogotá, en donde laboraba como presidente de la Sociedad de Autores y Compositores (Sayco); y fue en uno de sus viajes, motivado por su gestión de alto directivo, cuando lo encontré en la sede del gremio en Cartagena.
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Urrego Eljach recuerda, “conocí a Patricia a finales de los años 80, cuando me involucré, con el percusionista Osvaldo Simancas, en la creación e impulso de Las musas...
Osvaldo y yo nos conocíamos, porque fue él uno de los primeros músicos que me acompañaron en mis inicios en la música. Teníamos un conjunto llamado Los señores X, del que hacían parte Manuel Bustillo y los hermanos Emilio y Álvaro Ahumada. Osvaldo era el timbaletero.
En ese momento, yo era muy apegado a mi tío materno Felipe Eljach, quien era muy conocido en el ambiente de los conjuntos vallenatos y hasta parece que invertía dinero en ellos. Creo que Osvaldo pensó en mí para que lo acompañara en su proyecto de conjunto, debido a mis relaciones y al dinero de mi tío Felipe.
Un día de finales de los 80 Osvaldo me llamó por teléfono para comunicarme que tenía la idea de armar un conjunto vallenato de mujeres. Me eché a reír y le dije que si en Valledupar no habían podido, muchos menos íbamos a poder nosotros en Cartagena. Pero lo que sucedía era que en ese momento ignoraba que en Valledupar había una agrupación que se llamaba Las chicas del vallenato, en donde la acordeonista era Madeleine Bolaños.
El conjunto era conocido, incluso, en Venezuela, pero no a nivel de grabaciones sino de presentaciones. También le recordé la aventura de la compositora Rita Fernández Padilla y su conjunto Las universitarias del vallenato, que no tuvo mucho éxito, debido a que el vallenato siempre se consideró machista.
No obstante, con todo y mis dudas, le pregunté a Osvaldo que de dónde íbamos a sacar a las integrantes de ese conjunto, y me informó que ya tenía a la acordeonista. Unos días después me trajo un casette en donde, según él, tocaba esa acordeonista, pero yo le dije que quería verla en vivo y en directo.
Al día siguiente, Simancas se presentó a mi casa, del barrio Pie del Cerro, con la acordeonista Chela Ceballos, quien había llegado a Cartagena procedente de Barrancabermeja. Conversando con ella, me dijo que sabía tocar toda la percusión del vallenato moderno y que, además, cantaba. Le dije que tocara algo y me ejecutó algunas canciones de El binomio de oro y de Los diablitos, que eran los conjuntos que estaban abanderando el vallenato estilizado en aquellos tiempos.
Te confieso que, después de ver la capacidad de Chela con el acordeón, empecé a ilusionarme con la idea de organizar el conjunto de mujeres, y lo primero que se me ocurrió fue decirle a Osvaldo que preparara a las muchachas para que yo pudiera verlas tocando. El día que eso sucedió, me di cuenta de que, como primera medida, debíamos buscar a unos instructores.
En virtud de eso, aparecieron tres personajes que fueron fundamentales para la creación de Las musas: Adolfredo 'El Papillo' Arzuza, quien sería el instructor en el bajo y la guitarra; Marcos Peña, en el acordeón; y Gustavo Yanes, en la percusión.
En ese momento, Chela tocaba y cantaba, pero yo tenía la idea de que debíamos buscar una cantante. Para tales efectos, le pedí a Evaristo Sánchez, el propietario de los almacenes Discos Cartagena, que me consiguiera el disco de Las universitarias del vallenato, para estudiar el porqué ese grupo no fue tan exitoso en su tiempo.
Una vez escuchado el disco, llegué a la conclusión de que Rita Fernández Padilla tenía una voz dulce en extremo, además de que las canciones que interpretaba fueron compuestas por hombres para mujeres, aunque en sus grabaciones también incluía canciones de su autoría. Entonces me dije que la cantante que nosotros necesitábamos debía tener una voz intermedia: ni tan femenina ni tan varonil, además de que las canciones debían dirigirse a los hombres.
Para esos días, alguien me habló de la cantante Olga Pacheco, quien me parecía excelente, pero tenía una voz muy masculina. Después recordé que en cierta ocasión, durante el Festival Bolivarense del Acordeón, en Arjona, vi a una muchacha presentándole una canción al compositor Víctor Méndez. Me pareció que lo hacía con mucho carisma, además de que su figura delgada y sus dientes pronunciados eran como un sello especial que sobresalía en la tarima.
Enseguida llamé a Víctor y éste me hizo saber que la muchacha se llamaba Patricia y que era hija del acordeonista Carlos Teherán. ‘Pero ese tipo al único que le suelta la hija para que presente canciones a es mí. Así que no sé cómo haremos para pedirle que la deje integrar el conjunto que ustedes están haciendo’, me advirtió.
La verdad es que me desanimé un poco con lo que me dijo Víctor, pero el desánimo se me pasó un día en que me tocó acompañar a mi mamá a un salón de belleza del barrio Pie de la Popa, cuya propietaria era Luz Romero, la mamá de Patricia. Ella, después de unos minutos de verme allí sentado mientras atendían a mi mamá, me dijo:
—Me dijeron que usted anda buscando una cantante.
—Ando buscando una voz— le repliqué.
—¿Y cuál es la diferencia?
—Que cantante podría ser cualquiera, pero una voz que se ajuste a lo que estamos necesitando es lo más difícil de encontrar.
—Bueno, yo tengo una hija que canta.
—¿Cómo se llama?
—Patricia
—¿Teherán?
—Sí.
—¿El papá es acordeonista?
—Sí
—Pero resulta que él no la deja...
—¿No la deja qué...? Espérese un momento.
La señora Luz tomó el teléfono y escuché cuando le dijo al papá de Patricia que estaba recomendando a la muchacha conmigo y que la dejara que practicara con nosotros. El señor Carlos no solo autorizó sino que nos ofreció su casa del barrio España para que ensayáramos.
Cuando el conjunto estaba más o menos formado, conseguimos una presentación en la Universidad de Cartagena. Allí nos aplaudieron con gran alborozo, por la maestría de Chela y el carisma de Patricia. Pero, a ésta última hubo que enseñarle muchas cosas en cuanto a vocalización. Pero lo que sí tenía muy a su favor era el carisma.
Patricia no era una mujer bonita, pero sí poseía mucho sex-appeal. Subía a la tarima y, apenas empezaba a cantar y a moverse, la gente la veía hermosa. Agregado a eso, la enseñamos a cantarle al hombre, porque como te dije al principio, el fracaso de muchas mujeres que incursionaron en el vallenato, mucho antes que Patricia, fue cantar, con voz muy femenina, canciones destinadas a mujeres.
Un buen ejemplo son las presentaciones que vinieron después en los diferentes zonales prenovembrinos que armaba la firma Tres Esquinas. En el primero, alternamos con varios grupos de champeta en el barrio Canapote. Al principio, el público rechazó al grupo, pero cuando tocamos la primera tanda, siguieron pidiendo más y tuvimos que complacerlos. Eso sirvió para que nos invitaran a los demás zonales dentro y fuera de la ciudad.
Empezamos a conseguir presentaciones para televisión. La primera fue en una teletón a la cual nos invitó la exreina de Colombia, María Mónica Urbina. Después salimos en Telecaribe, en el programa Caribe alegre y tropical. Gracias a eso, el conjunto estaba siendo conocido en toda la Región Caribe sin haber grabado un disco, solo con el repertorio de El binomio de oro y Los diablitos.
Después apareció mi tío Nassir Eljach interesado en invertir en el grupo. Gracias a él, obtuvimos instrumentos de percusión, acordeones y hasta un sitio para nuestros ensayos en el sector Paseo Bolívar. Allí hubo que buscar otra cantante, porque Patricia ya se estaba poniendo problemática. Me imagino que ya le estaban dañando el oído, como siempre sucede en estas cosas de la farándula.
De todas maneras, el grupo ya mostraba carácter profesional. Ahí fue cuando consideramos que era el momento de grabar. Intentamos hacerlo en la disquera CBS (hoy Sony Music) y no se pudo. Después hice contacto con los músicos de Rafael Ricardo y Otto Serge, quienes eran mis amigos, y conseguimos que Ricardo nos escogiera un repertorio de 10 canciones, de entre una lista de 20 que habíamos recogido por toda la Región Caribe. Lo curioso es que el L.P. “Alma de mujer” terminó conformado solo por canciones de compositores sabaneros. El tema bandera fue “Embriagada de ilusiones”, de Julio César Amador.
Fue Rafael Ricardo quien consiguió que el conjunto grabara con Codiscos. Cuando el disco salió a la calle, los primeros en ayudarnos con la difusión fueron Alberto 'El Pupilo' Ortiz, quien trabajaba en Radio Olímpica; Amín Segundo Pájaro, de Radio Miramar; y Miguel Lara García, de Radio Vigía.
Lo demás es historia: Patricia y Chela se retiraron de la empresa que habíamos formado y tomaron su propio camino. Después, se separaron, cosa que me dolió muchísimo. Nunca debieron hacer eso. Pero estoy seguro que fue por recomendación de ese montón de sabelotodo que cuando ven un proyecto bueno, se les mete en el corazón un bulto de envidia y echan a perder el esfuerzo ajeno.
Patricia tiene más de diez años de haber muerto, pero todavía es la hora en que ninguna mujer ha podido reemplazarla. Estoy bien convencido de que si estuviera viva, fuera algo así como la Diomedes Díaz del vallenato femenino”.
Y sigo pensando en ti, mas no quiero recordar...
Mientras velaban el cuerpo de Patricia en la sala principal de la Funeraria Lorduy, uno de los artistas más asediados por los periodistas que cubrían el acto fúnebre fue el acordeonista Rafael Ricardo Barrios, quien, cuando pasó por el féretro, expresó una única frase: “¿Pero, cómo no voy a sentir esta muerte, si fui yo quien llevó a Patricia a grabar por primera vez?”.
Y la frase sigue conservándose fresca en el relato que Rafael Ricardo hilvana cuando se trata de rememorar los momentos en que dice haber presentido que había un diamante en bruto en la voz y en el carisma de Patricia:
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“A finales de los años 80 yo vivía en Cartagena, en el Edificio Tequendama, del barrio Torices, sector Paseo Bolívar. A la vez que era el director y acordeonista del conjunto en donde compartía labores con Otto Serge, también fungía como director artístico de la disquera Codiscos.
Cualquier día, estando en mi apartamento, recibí una llamada de Nassir Eljach, quien me comentó que tenía un grupo de muchachas que interpretaban vallenato romántico y que quería que las escuchara y ayudara en pos de una grabación en Codiscos. Le pedí la dirección de la sede, y resulta que quedaba ahí mismo en el Paseo Bolívar, a la vuelta del edificio en donde yo vivía.
Cuando llegué al sitio, enseguida las muchachas empezaron a tocar. Te confieso que de inmediato me impactó la voz de Patricia. Ese mismo día me comuniqué con Fernando López, el encargado de escoger los artistas que iban a grabar en la disquera, y le comenté lo que acababa de ver y escuchar, pero el hombre ni se conmovió. Me dijo que eso de mujeres cantando vallenato no era muy atractivo, porque esa música era cien por ciento machista y que a las mujeres las veían bien en otros estilos.
Le insistí por varios días y semanas, hasta que en cualquier momento, como para quitarse de encima mi cantaleta, me comunicó que la disquera estaba planeando grabar un long play variado con intérpretes inéditos para publicar en diciembre y que ahí podíamos incluir dos canciones de Las musas del vallenato. Pero yo le repliqué que no me gustaba esa idea del disco variado, porque apenas llegara a las emisoras los programadores lo archivarían, a menos que tuviera un nombre reconocido entre los intérpretes. Le insistí en que mi idea era que las muchachas grabaran un L.P. completo.
Aún así, le comuniqué a las peladas la idea de Fernando López y ellas se alegraron un poquito, porque en realidad lo que querían era hacer su primer trabajo discográfico completo. Por eso seguí insistiéndole a Fernando, hasta que por fin aceptó. Les avisé a Las musas, y enseguida viajaron a Medellín.
Allá, cuando casi todo estaba listo, me di cuenta que había un inconveniente serio. Nada menos que el repertorio de canciones: era muy malo. Y eso tenía una explicación: en Cartagena, en ese momento, no había muchos compositores buenos, que estuvieran en la onda del vallenato moderno, a excepción de Julio Rocha, pero no era muy conocido.
De pronto, me acordé que de la última grabación con Otto Serge me habían quedado unas canciones, porque en esa época, cuando nosotros anunciábamos que íbamos a grabar, nos llegaban hasta 50 canciones, y, como cosa lógica, sobraban muchas, porque solo podíamos incluir 10 u 11 en la producción. Una de esas que quedaron fue ‘Embriagado de ilusiones’, de Julio César Amador, quien sí ya era muy conocido, porque El binomio de oro le había grabado el tema ‘Confesión’.
Me tomé el atrevimiento de incluir la canción de Amador en el repertorio de Las musas, con la seguridad de que él no se iba a molestar, porque éramos muy amigos. Y fue esa la pieza que salvó el LP ‘Alma de mujer’, que fue el primero de Chela y Patricia.
Recuerdo que cuando hablaba con Fernando López, tratando de convencerlo de que le diera la oportunidad a Las musas, me decía que las voces femeninas no encajaban en el vallenato, porque eran chillonas, que de pronto podían encajar si se aproximaban un poco a la tesitura masculina. Pero yo le decía que lo de Patricia era distinto, que por eso iba a gustar. Y no me equivoqué.
Desde que se publicó ese primer L.P., la voz de Patricia empezó a llamar la atención en todas partes, y terminó convirtiéndose en la líder del movimiento del vallenato hecho por mujeres en Colombia. Con su muerte, también murió ese movimiento. Es que Patricia le ponía expresión y sentimiento a las canciones. Era una mujer encantadora. Esas tres habilidades hicieron que muchas que aparecieron después trataran de imitarla. Hoy, de estar viva, todavía fuera la líder del vallenato femenino.
Después de ese primer L.P. nunca más volví a ser su productor, pero ella siempre vivió agradecida de mi apoyo y de mis enseñanzas. En todas partes decía que yo había sido su mentor. Entre nosotros surgió una amistad grandísima que solo se acabó con su fallecimiento.
Cuando me avisaron lo de su muerte, no lo creí. Al día siguiente me fui para la funeraria y no aguanté el impulso de querer verla para convencerme de su deceso. Estaba intacta, a pesar de lo aparatoso que fue el accidente. Nunca se me olvidará la frase que me dijo su padre: ‘Rafa, mira tu obra’. Esas palabras me estremecieron, me dieron escalofríos. Todavía los siento cuando recuerdo ese día”.
Qué desastre, qué pena...
Podría decirse que uno de los protagonistas tras las cortinas de lo que fue la marcha de Las diosas del vallenato, el conjunto que Patricia Teherán conformó después de su separación con Chela Ceballos, fue el compositor y periodista sucreño Otto Medina Monterrosa.
En las postrimerías de los años 80, Medina, además de desempeñarse como cantante de conjuntos de música de acordeón, hacía todo lo posible por promocionar sus propias canciones en el ya apretado panorama de la composición vallenata. Y fue laborando como cantante del conjunto de Los hermanos Vega cuando conoció a Patricia, quien también trataba de abrirse paso en el canto.
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“Nos conocimos en Cartagena a finales de 1988. El encuentro fue en el Parque del Centenario. Yo iba con el bajista Juan Carlos 'Juanchito' Gutiérrez, y Patricia venía acompañada de alguien a quien no recuerdo. Juanchito le habló de mis canciones, pero al final cada cual prosiguió su camino.
En días posteriores comencé a verla con mucha frecuencia en eventos musicales, fiestas, parrandas vallenatas, pero sobre todo en la casa de Alberto Urrego, quien vivía en ese momento en el barrio Pie del Cerro, en donde ya se estaba cocinando lo que sería después Las musas del vallenato.
Dos años después, yo era funcionario de la Contraloría departamental de Sucre, en Sincelejo. Una Semana Santa aproveché para regresar a Cartagena e ir al barrio Los Jardines a visitar a Juanchito, a quien encontré compartiendo cervezas con algunos amigos. A los pocos minutos de haberme sumado a la parranda, llegaron Chela Ceballos y Patricia. Traían en las manos su primer L.P., ‘Alma de mujer’.
Dijeron que ya lo habían presentado en las emisoras cartageneras y que estaban pensando en promocionarlo fuera de la ciudad, por lo que Juanchito les comunicó que yo vivía en Sincelejo y que desde allá podía hacer algo al respecto. En pos de eso intercambiamos teléfonos y después nos dedicamos a escuchar el L.P. en el equipo de sonido de los Gutiérrez.
La canción que estaban tratando de promocionar era la de Julio César Amador, ‘Embriagada de ilusiones’. Después de varios minutos de escuchar la producción, la voz de Patricia no me pareció algo del otro mundo. Incluso, el disco tampoco me pareció gran cosa. Aún así, establecimos las coordenadas para la promoción en Sincelejo.
Quince días después, Chela y Patricia llegaron a Sincelejo, y de inmediato me hicieron saber que acababan de separarse de Nassir Eljach y de Alberto Urrego y que se habían enterado de que ellos recomendaron a las emisoras sucreñas que no programaran el L.P. de Las musas.
A sabiendas del veto, visitamos siete emisoras y ninguno acogió el trabajo discográfico. Ese mismo día conocimos a un señor de apellido Ordóñez, quien era mecánico y tenía cuñas de su taller en las emisoras locales. Nos prestó su carro y logró que los locutores pusieran el disco; y después nos organizó una parranda en el barrio El Cortijo, en donde aproveché para cantarle a Patricia mi canción ‘Castillo de flores’, que hizo parte del siguiente L.P. de Las musas llamado ‘Guerreras del amor’.
Al año siguiente regresé de manera definitiva a Cartagena y me puse a trabajar como promotor del grupo de Amadis Alcalá y Pedrito Rodgers, el conjunto de acordeón cartagenero que más presentaciones hacía en la Región Caribe. Creo que por eso Chela y Patricia me llamaron para que también trabajara con ellas.
Yo iba todos los días a la casa de Patricia, en el Nuevo Bosque, que era como la sede oficial del conjunto. En cierta ocasión, ellas se iban para Venezuela y me dejaron encargada la promoción de ‘Guerreras del amor’, proceso en el que fueron fundamentales los locutores Amira Soledad Morelos Mora, Luis Carlos Pérez Carmona (Lucapec), Osvaldo Jiménez, Joaco Puello y Edgar 'El Caballo' Castillo.
Por esto, siempre me pareció que Patricia había entendido mejor que Chela el papel que debían jugar los medios de comunicación en su carrera musical, debido a que había estudiado Relaciones Públicas; por eso, a cada rato estaba apareciendo en emisoras y en programas de Telecaribe.
Fue entonces cuando vi en ellas cierto peso dentro del ambiente de la música vallenata, sobre todo porque ya tenían metas trazadas y buenas relaciones con gente de prestigio, como Omar Geles, por ejemplo. Patricia ya se preocupaba por cantar bien. Las 24 horas de un día de Patricia eran solo de música. Los músicos de la ciudad pasaban metidos en su casa. Y ella duraba hasta altas horas de la noche hablando solo de música.
A estas alturas, ya el conjunto estaba tomando carácter de empresa, porque viajaba mucho, aparte de que la disquera Codiscos comenzó a tener un tratamiento especial para con ellas, dado que se estaban constituyendo en la competencia de Omar Geles y Miguel Morales, Los diablitos. Y fue cuando grabaron el tercer L.P. titulado ‘Explosivas y sexys’, en donde pegaron la canción ‘Qué desastre’. Aquí también empezaron las rencillas con Chela, que terminaron en la separación del dúo.
Antes de que eso ocurriera, Patricia decía con mucha frecuencia que quería separarse, pero su mamá y yo le decíamos que lo reconsiderara, porque había muchos compromisos por delante, como una gira con la Copa América de Fútbol y otra para Venezuela. Pero de todos modos se separaron.
Para entonces, Patricia estaba mostrando el carisma y la entrega al público que la caracterizaron en sus últimos tiempos. Por lo tanto, lo siguiente era buscar otra acordeonista y ponerle un nombre al nuevo grupo. Recuerdo que un corista de apellido Carranza recomendó a una joven llamada Norma Cortina, quien, según él, tocaba muy bien. Mientras tanto, hicimos una larga lista de nombres para el conjunto y terminamos quedándonos con ‘Las diosas del vallenato’. Desde el primer momento, el productor Wady Bedrán me dijo: ‘cambia ese nombre. No te metas con las cosas de Dios. Ese nombre es sacrílego.’
Adicional a eso, Patricia quería que su nombre estuviera por delante de cualquier rótulo. Por eso el grupo se llamó ‘Patricia y sus diosas del vallenato’. Aquí apareció en escena el empresario Rodrigo Castillo, quien ya venía ayudando a Patricia desde la aparición del segundo L.P.
Volviendo a la búsqueda de la acordeonista, recuerdo que Wady Bedrán insistía mucho en que se contratara a Maribel Cortina, porque era una dura en el manejo del acordeón, pero las muchachas del grupo pensaban en Norma, porque era joven y bonita. Patricia me dio dinero para que fuera a Santa Marta en busca de Norma, pero en cuanto la vi tocando me di cuenta de que no tenía la calidad que se estaba necesitando.
Ese día me quedé en Santa Marta para asistir en la noche a un estadero en donde actuaba Maribel Cortina. Después de verla tocar y de confirmar lo que decía Wady, hablé con ella y le comuniqué que en Cartagena la estaban esperando para que integrara el conjunto de Patricia Teherán. Cuando regresé a Cartagena y comuniqué lo que había hecho, las muchachas se contrariaron un poco.
A los tres días, Maribel Cortina se presentó a la casa de Patricia. Las muchachas, que estaban reunidas en la sala, le pusieron mala cara porque era gorda y no muy agraciada que digamos, además de que usaba unos lentes enormes. Pero Maribel siguió saludando como si nada, y hasta se dio licencia para la tomadura de pelo. Llegó con dos maletas y los acordeones.
Después de tanto hablar, las muchachas le dijeron que tocara algo, y ella ejecutó un paseo rápido y uno romántico como toda una maestra. Enseguida las muchachas se emocionaron y comenzaron a verle el cuerpo y a decirle que le iban a buscar una faja para no hacerle los uniformes tan anchos. Días después se dieron cuenta que Maribel era caballo de buena boca y por eso le aconsejaban que comiera con moderación para que no engordara más.
Recuerdo que antes de grabar el LP ‘Con aroma de mujer’, Patricia cumplió varios compromisos dentro y fuera de la ciudad. Después duró todo el año 1993 recogiendo ella sola las canciones que harían parte de ese trabajo discográfico. Ese mismo año me retiré del grupo, después de unas presentaciones que hicimos en El Espinal (Tolima), en donde tuve un disgusto con Patricia por haberme desautorizado. Y, como es natural, percibí que no tenía más nada que hacer en el conjunto.
El nuevo L.P. salió en febrero de 1994. A los seis meses de estar en la calle, Patricia me mandó buscar, porque el grupo no estaba tocando, ella estaba embarazada y el disco no se oía mucho en las emisoras.
Para ese entonces, el conjunto ya tenía su oficina en el San Andrecito del Pie de la Popa, Camino Arriba. Allí me dediqué a elaborar boletines, organizar ruedas de prensa y el lanzamiento en grande del L.P., que empezó a pegarse en septiembre y coincidió con la aparición del video de ‘Tarde lo conocí’.
Para esos días se nos presentaron unos empresarios de El Carmen de Bolívar, a quienes les cobramos cuatro millones de pesos por el concierto, pero les pareció demasiado caro, aunque al final, ellos prestaron para que alquiláramos el sonido y el transporte, mientras que el conjunto actuaría por taquilla. El lleno fue total. Nos ganamos 6 millones de pesos. De ahí en adelante todas las presentaciones tuvieron el mismo éxito.
Pero también sucedió otra cosa: resolví volver a retirarme del grupo, porque jamás volví a entenderme con Patricia, por el carácter autoritario que fue adquiriendo a medida que experimentaba el éxito. Me fui a trabajar en unas emisoras de El Bagre (Antioquia) y regresé a Cartagena en enero de 1994. Llegando a mi casa del barrio Buenos Aires escuché varios equipos de sonido con la música de Patricia. Cuando entré a la casa, fue mi mamá quien me dio la noticia: Patricia había muerto en un accidente de tránsito. No dije nada. Y me fui al patio a llorar”.
Amor de papel, no es más...
Maribel de los Ángeles Cortina Fonseca, más conocida como Maribel Cortina, es, después de Chela Ceballos, una de las pocas mujeres acordeonistas que han alcanzado verdadera fama en el ámbito musical colombiano, dada su versatilidad a la hora de ejecutar el acordeón como pudiera hacerlo cualquiera de los hombres que ya el público vallenatófilo ha conocido desde tiempos inmemoriales.
Por sus propias palabras, los periodistas se enteran de que cuando empezó en la interpretación del llamado instrumento rizado, no dejaban de surgir las voces que la vinculaban con el lesbianismo, no solo por la fiereza con que extraía las notas de los botones blancos, sino también por su apariencia física, que no es lo que podría considerarse como un modelo de la feminidad a ultranza.
Tal como lo cuenta el compositor Otto Medina, la fisonomía de Maribel por poco se convierte en una talanquera que hubiera impedido su ingreso a Las diosas del vallenato, episodio que la instrumentista magdalenense recuerda con claridad cuando tiene que hablar sobre su relación con Patricia Teherán.
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“El día que me enteré de que el conjunto de Patricia estaba necesitando una acordeonista, yo estaba tocando en un estadero de Santa Marta llamado La chili. Hasta allá llegó Otto Medina a darme la noticia. Con él ya me conocía desde los tiempos en que yo había grabado con el cantante Poncho Olmedo. Esa misma noche supe que Medina había salido de Cartagena hacia Plato (Magdalena), la tierra en donde me crié, aunque soy del municipio El Difícil, en el mismo departamento.
Una hermana mía le dijo a Otto que yo estaba en Santa Marta, y fue así como él llegó al estadero. Antes de eso, había oído hablar no solo de Patricia sino también de Chela Ceballos y de Las musas del vallenato, un conjunto que me parecía interesante, además de que la acordeonista tenía sus innegables habilidades.
Para esas épocas, yo solo había tocado con conjuntos masculinos, y era eso lo que le respondía a mis colegas cuando me tomaban el pelo diciéndome que la acordeonista de Las musas me iba a poner el pie. Incluso, me preguntaban: ‘Si Patricia te llama, ¿te vas con ella?’ Y yo respondía: ‘¿y ella por qué me va a llamar, si tiene un conjuntazo y sobran las acordeonistas que se mueren por acompañarla?’
En ese momento, la canción que más me gustaba de Las musas era ‘Me dejaste sin nada’. Me parecía que estaba muy bien tocada por Chela, y la voz de Patricia se oía muy interesante. Pero cuando Otto me invitó a Cartagena le dije que debía consultarlo primero con mi esposo, porque yo estaba recién parida y aún tenía la cesárea un poco delicada, pero de todos modos Otto me dejó 60 mil pesos para los pasajes, y yo agregué 20 mil, por si las cosas no me salían bien.
Cuando Otto regresó a Cartagena, uno que también me hablaba mucho de Patricia era el empresario Rodrigo Castillo. Me decía que en Cartagena Patricia tenía una casa enorme en donde me iban a dar de todo, para que solo tuviera que preocuparme por tocar. Entonces resolví que me iba.
El día que llegué a la casa de Patricia, en el Nuevo Bosque, lo único que me dijeron las muchachas fue, ‘toca pa’ ve’. Y les toqué ‘La espinita’. Después les toqué ‘Así fue mi querer’. Cuando terminé, estaba bastante nerviosa, pero, al contrario de mis temores, lo que las muchachas me dijeron fue que tocaba muy bien, pero que tenía que meterme en la onda del vallenato romántico, que debía tocar como Omar Geles. Y en eso el encargado de darme las lecciones de vallenato romántico fue el acordeonista Óscar Bonilla. Eso duró, más o menos, un mes.
La primera presentación nuestra fue en un concierto organizado en las playas. Después, nos fuimos para El Espinal (Tolima). Allí me di cuenta que Las diosas era una empresa que iba para adelante, porque Patricia tenía muy buenas ideas y porque todavía no había salido el L.P. ‘Con aroma de mujer’ y ya habíamos hecho unas 70 presentaciones.
A propósito del L.P., esa grabación la hicimos entre Omar Geles y yo. A mí me tocaron tres canciones: ‘Endúlzame la vida’, ‘Todo daría por ti’ y parte de ‘Tarde lo conocí’, aunque cuando se publicó la producción los comentarios generales eran que yo no había grabado ningún tema, sino que todo lo había hecho Omar.
El caso es que hubo un momento en que el L.P. ya tenía rato de estar en la calle, pero no se oía, por lo que nos tocaba interpretar las canciones de Las musas. A veces, en esas presentaciones, cantábamos ‘Tarde lo conocí’, para que la gente lo fuera conociendo, pero el público ni se inmutaba. Yo, incluso, llegué a pensar que nunca se pegaría, porque, antes que nosotros, lo habían grabado Osnaider Brito y Chiche Maestre, los líderes del conjunto Los muchachos.
Un día, viendo que la cosa no despegaba, le dije a Patricia que nos fuéramos para Santa Marta a promocionar el disco, pero al principio me dijo que no podía, porque no tenía dinero. Después como que analizó la cosa y dijo que iba a conseguir plata prestada para que nos fuéramos. Así hicimos, y el L.P. se pegó primero en Santa Marta que en Barranquilla y Cartagena. Después, se disparó en toda la Región Caribe.
El disco estaba tan pegado que nuestras presentaciones eran de dos y tres tandas, porque el público casi no nos dejaba bajar de la tarima. Y yo daba gracias a Dios por esa oportunidad que me había presentado para sacar a mi hija adelante. Ya me pintaba recorriendo Latinoamérica y Estados Unidos, en vista de que teníamos unos contratos para Ecuador, Aruba y Venezuela.
La última presentación de Patricia con nosotras se hizo en Plato (Magdalena), el domingo 15 de enero de 1995. Ya teníamos tres semanas de estarnos trasnochando un día tras otro. Esa vez, Patricia y yo nos tomamos unos tragos, porque ella me fue a buscar al hotel en donde yo estaba hospedada con mi esposo. Después que terminamos la parranda, convinimos en que nos llamaríamos el lunes 16, cuando ella estuviera en Cartagena.
Patricia tomó el último ferry y llegó a Cartagena el lunes, y supe que el martes sacó del hospital a su hijo, Yuri Alexander, a quien había dejado enfermo. Pero el lunes, tal como habíamos acordado, la llamé y le dije que necesitaba un aumento de sueldo, porque ya era nuevo año y las cosas estaban subiendo de precio. Me dijo que lo iba a pensar, pero que me fuera alistando para que viajara a Barranquilla, en donde tendríamos otra presentación.
Yo volví a preguntarle por el aumento, y me dijo que allá en Barranquilla seguiríamos conversando sobre eso. Pero como a la media hora me llamó Víctor Sierra (el nuevo marido de Patricia, y quien hacía de representante de la agrupación), para decirme que ya no hacía parte del conjunto y que en mi reemplazo iría Pedrito Rodgers. Tuvimos un cruce de palabras, y las cosas quedaron hasta ahí.
La verdad es que desde que Víctor Sierra entró al conjunto la situación empezó a ponerse pesada. Ya nosotras no podíamos hablar cara a cara con Patricia. Antes de eso, ella nos recibía en su recámara y conversaba con nosotros sobre cualquier inquietud que tuviéramos. Pero después, el marido no la dejaba hablar con nosotras; y, cuando íbamos a viajar, quería que Patricia lo hiciera en avión y nosotras en bus. Es decir, ya el conjunto se estaba desintegrando por culpa de él.
Después de la discusión con Víctor, Patricia volvió a llamarme y me dijo que cuando viniera de Barranquilla me contactaría para seguir conversando. Pero la llamada que recibí fue la de Máryori Mejía, la conguera del grupo, para decirme que Patricia y Víctor se habían matado en un accidente de tránsito viajando de Barranquilla a Cartagena. El viernes 20 de enero viajé a Cartagena, siendo las 4 de la madrugada.
En el velorio me enteré que a las muchachas las hicieron bajar del avión en donde ya estaban listas para irse para el departamento del Meta. Cuando bajaron, la noticia las dejó frías.
Cuando estábamos en el estadio de fútbol de Cartagena, velando el cuerpo de Patricia, Fernando López, el ejecutivo de Codiscos, nos reunió y nos comunicó que, de ahí en adelante, el conjunto quedaba en manos de Tyrone del Cristo Pérez, el manager. Después, hicimos un juramento ante el cajón de Patricia en el sentido de que el conjunto seguiría adelante por siempre y para siempre.
Así se tituló el siguiente L.P.: ‘Por siempre y para siempre’. Con esa producción fuimos a Ecuador con las cantantes Baudilia Gutiérrez y Rosalba Chico y le hicimos muchos honores a la memoria de Patricia. En el Festival de orquestas y conjuntos, del Carnaval de Barranquilla, nos dieron el segundo lugar, porque la gente aún se acordaba mucho de Patricia.
A mí, lo que más me gustó de esa experiencia con Las diosas fue la armonía que había en el grupo. No había chismes, no había vicios, hubo mucha unión y fraternidad. Estoy orgullosa por eso”.
Te prometo que voy a quererte...
Las manos de Tyrone del Cristo Pérez Céspedes se agitan cuando se le pide que relate los pormenores de su trabajo como manager en la agrupación de Patricia Teherán.
De vez en cuando se le olvida que tiene una grabadora al frente y se levanta de su puesto para seguir relatando, dando la impresión de que parado puede imprimirle mucha más sazón a la historia, que, a su vez, está plagada de detalles que hasta podrían servir para armar otro libro que involucre a una serie de personajes y situaciones que, de una u otra forma, tuvieron que ver con el boom de las orquestas cartageneras más allá de los años 80.
Y el asunto tiene sentido: Cristo, como le dicen sus amigos, estuvo desde muy joven presenciando —y participando como percusionista— en el nacimiento de músicos y cantantes que sacarían la cara por Cartagena en cuanto a reproducir el movimiento de la salsa que venía haciendo furor desde los años 60.
Años después, fue el creador de la orquesta La Monumental y sus perlas negras, como también el manager de El nene y sus traviesos, The latin brothers y muchas otras agrupaciones dentro y fuera de Colombia.
De hecho, recuerda que cuando le propusieron trabajar para Patricia venía procedente de Venezuela en donde había laborado con Nelson Henríquez, última agrupación que estaría en la lista de sus manejados, “porque la verdad es que venía decidido a no trabajar más en la música”, afirma.
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“Eso fue en diciembre de 1994. Un día, caminando por el Centro Histórico de Cartagena, me encontré con la locutora Amira Soledad Morelos Mora, quien se alegró mucho cuando me vio y me comunicó que llevaba cierto tiempo averiguando por mí. Me hizo saber que Patricia Teherán era su comadre y que la disquera Codiscos acababa de publicarle un long play en donde estaba incluida una canción del acordeonista Omar Geles llamada ‘Tarde lo conocí’, que, según los pronósticos de los conocedores, sería el éxito de esa producción.
La escuchaba, pero seguía sin comprender para qué me buscaba, hasta que me dijo que Patricia andaba buscando un manager para su agrupación y para la promoción del LP. ‘Y te recomendé ante ella’, me dijo Amira, a lo que respondí que no podía aceptar la propuesta porque no sabía nada de vallenato. ‘No te preocupes —replicó—, tu tarea es manejar el grupo y venderlo. Y para eso, no tienes que saber de vallenato’.
El comentario me agradó, pero todavía tenía mis dudas. Por eso le dije que me diera unos días para pensarlo, pero me dijo con firmeza que al día siguiente iría a mi casa a buscarme para llevarme donde Patricia. Y así lo hizo: al siguiente día estábamos en la oficina que Patricia había montado en el San Andrecito del Pie de la Popa, sector Camino Arriba.
Lo primero que me llamó la atención de Patricia era que me hablaba como si ya yo perteneciera al grupo. Me preguntó cuánto quería ganarme, pero le respondí que primero quería ver el conjunto para saber si estaba tratando con profesionales o aficionados, puesto que —modestia aparte— ya yo había hecho una imagen trabajando solo con grupos profesionales.
Ella estuvo de acuerdo, y convinimos en que no lo veríamos ensayando sino en un concierto. Sin embargo, a los siete días asistí al primer ensayo. Me pareció que las muchachas lo hacían bien, aunque no me convencía mucho la timbaletera, pero me dije que en el camino se arreglaría.
Por esos días, a Patricia le propusieron un lanzamiento del L.P. en San Jacinto y, para más adelante, una presentación en Cartagena, en las playas de Marbella, al lado de Barbacoa Orquesta y los Hermanos Zuleta. Esa fue la primera vez que vi al grupo en un concierto.
Se llegó el día de ambas presentaciones y lo que percibí fue un desorden en el conjunto. Y allí fue cuando empezó en serio mi trabajo como manager. Comencé a imprimirle a las muchachas una disciplina férrea, por lo que me gané muchas críticas de las demás artistas vallenatos, quienes decían que yo mandaba mucha vaina con las chicas, que no quería que nadie se les acercara.
En realidad, lo que sí tenía claro era que un grupo de mujeres llama mucho la atención en el ambiente machista del vallenato. En virtud de eso, muchos creían que podían molestarlas así como así y sin que nadie sacara la cara por ellas. Pero me aferré a mi trabajo y logré que las respetaran, para mantener la buena imagen del grupo.
En agosto de ese año Patricia resultó embarazada, pero asistía a los conciertos y cantaba como si nada. Es más, me da la impresión de que el embarazo le aumentaba el atractivo: yo tenía que estar muy pendiente, porque en cuanto bajaba de la tarima cualquier cantidad de hombres se le venía encima; y ella, tan encantadora como era, los atendía a todos sin ningún problema.
Hubo en momento en que su embarazo creció, y determiné que debíamos suspender los conciertos, pues no quería que sufriera algún percance del que después me fueran a culpar. Desde ese momento me dediqué a sacar cuentas de cuánto tiempo duraríamos sin actuar, por la convalecencia de Patricia. Según mis cálculos, duraríamos un poco más de un mes en receso.
Para mi sorpresa, Patricia se enteró de que unas monjas de Magangué estaban insistiendo en contratarnos y ella me pidió que aceptara el contrato para quitarnos esa mortificación de encima. solo habían pasado 15 días de su parto. Ya para entonces vivía con Víctor Sierra, el último marido que tuvo.
Cumplimos con la presentación de Magangué. Cuando regresamos a Cartagena, nos encontramos con que nos habían llamado de Plato (Magdalena) para firmar otra presentación. Viajamos de inmediato en el auto de Víctor Sierra. Pero, cuando veníamos de regreso, un bus de la empresa Brasilia se estrelló contra nosotros y le daño todo el capó al vehículo.
El propietario del bus pagó todos los daños, y en esa semana Víctor Sierra envió el carro a taller. Salió renovado, pero no le cambiaron las llantas. Estaban peligrosamente lisas, cosa que en verdad me preocupó, sobre todo cuando, estando en Cartagena, Patricia me comunicó que quería que fuéramos a Barranquilla a promocionar el L.P.
Para esos días, desde la ciudad de Villavicencio (Meta), un empresario había llamado para que el conjunto tocara allá el 20 de enero. Fue Víctor Sierra quien tomó la llamada y comprometió al grupo, cosa que le comunicó a Patricia y hasta le hizo creer que yo estaba enterado del compromiso, no siendo así.
El viaje a Barranquilla estaba programado para el martes 17 de enero, pero ese día no pudimos viajar porque desde Calamar (Bolívar) nos llamó un empresario, quien anunció que vendría a Cartagena con el anticipo del pago de un concierto en ese pueblo, y nos tocó esperarlo.
El tipo se presentó a las 6 de la mañana del miércoles. Entonces, resolvimos que ese mismo día nos iríamos para Barranquilla, pero yo le insistía a Patricia en que se quedara, porque todavía estaba un poco delicada por lo del parto, además de que no era bueno que la oficina se quedara sola cuando el L.P. estaba generando continuos compromisos.
Le comuniqué mi inquietud a Víctor Sierra, pero no me apoyó. Me dijo que no veía ningún problema en que Patricia fuera a Barranquilla. Ese día salimos hacia el barrio Blas de Lezo a buscar a Billy Pertuz, el animador del grupo, quien acababa de venir de San Andrés Islas, y decía que necesitaba hablar mucho con nosotros. Por eso le sugerimos que nos acompañara.
Cuando estábamos en Blas de Lezo y Víctor Sierra se bajó del carro a conversar con Billy, me entró de nuevo la inquietud de las llantas lisas y se la comuniqué a Patricia. Ella me dijo que no me preocupara, que no teníamos por qué correr, que nadie nos estaba esperando. Le recordé, entonces, lo rápido que manejaba Víctor, y fue cuando ella sacó la cara por la ventanilla en donde estaba y le dijo al marido:
—Oye, Víctor, procura manejar suave, que Cristo dice que eres un loco manejando y esas llantas están muy lisas.
Salimos de Cartagena siendo las 9:30 de la mañana. Llegamos a Barranquilla hacia el mediodía, directo a la Universidad Autónoma del Caribe, en cuya emisora estaba el locutor Edgar 'El Caballo' Castillo, quien tenía allí un programa de vallenato en donde le daba mucho apoyo a Patricia.
Después, nos fuimos para la emisora en donde trabajaba el locutor Alí Guerrero, pensando en regresarnos enseguida para Cartagena, pero El Caballo Castillo nos invitó a una discoteca de su propiedad llamada Champagne Vallenato. Pensé en declinar la invitación, pero Patricia me sugirió que no lo desairáramos, que asistiéramos, nos tomáramos un whisky y viajáramos al día siguiente.
Ese día nos hospedamos en el Hotel Ideal. En la noche fuimos a la discoteca y fue allí cuando Patricia me sugirió que llamara a las muchachas y les dijera que debían estar en el aeropuerto a las 4 de la tarde, porque el vuelo hacia Villavicencio estaba programado para las 5:30. Y ahí fue cuando ella también se enteró de que Víctor Sierra había hecho ese contrato por su cuenta y sin comunicármelo.
Patricia se disgustó bastante y regañó a Víctor en mi presencia. A las 6 de la mañana del jueves 19 de enero, llamé a las muchachas y les comuniqué lo del aeropuerto. Recuerdo que empezó a caerme un desespero, porque pensaba que si no volvíamos rápido a Cartagena nos dejaría el avión.
Ese día, Patricia se despertó como a las 11:30 de la mañana. A las 12 del mediodía nos fuimos a almorzar en el restaurante El festival del marisco, en donde se tomó su última foto con una niña interiorana, quien también estaba almorzando con sus padres.
A la 1:30 de la tarde, Patricia y yo ya estábamos listos para viajar, pero a Víctor Sierra se le metió la ventolera de comprar ropa, y nos tocó esperarlo como hasta las 3. A las 3:30 nos embarcamos en el carro, pero, cuando íbamos por la Vía 40, Víctor salió con que debía dejar una carta cerca de la Cervecería Bavaria.
Mi desespero iba creciendo, porque me parecía que no tendríamos tiempo para abordar el avión. Tomamos la vía al mar, y recuerdo que la brisa alborotaba el cabello de Patricia, quien terminó pidiéndome que le prestara el gancho que yo usaba para amarrar la cola de mi cabello. Se lo di y se recogió el pelo.
A mi lado, en el puesto trasero, iba dormido Billy Pertuz. Yo también me dormí. Pero, después de cierto tiempo, el azote de mi propio cabello en mi cara me despertó. Así fue como me di cuenta que íbamos viajando a toda velocidad. Enseguida me acordé de las llantas lisas y le dije a Víctor que dejara la prisa, que se acordara del estado de las llantas, que nos íbamos a matar.
‘¡Tú eres marica¡ —me dijo—. El día de morirse es uno solo’. A los pocos minutos de haberme dicho eso, sentimos un tremendo ruido, como una explosión. Enseguida imaginé que se había explotado una de las llantas delanteras e intuí que después íbamos darnos un golpe, por lo que opté por meterme en el pequeño espacio que había entre los puestos delanteros y el trasero.
Víctor frenó el carro, pero lo que logró con eso fue que éste retrocediera en forma brusca y luego se desplazara hacia delante, pero elevándose un poco hacia la orilla de la vía, lo que hizo que Sierra saliera disparado por el vidrio panorámico. Afuera lo esperó una estaca que se le enterró en la frente y le destapó el cráneo, matándolo en el acto.
Por fortuna, el carro quedó parado en las tres llantas que le quedaban. Yo golpeaba con desespero una de las puertas para que se abriera y pudiera salirme, mientras sentía que no podía mover el brazo derecho, porque tenía la clavícula lesionada. Al fin logré salir y me percaté que estábamos en un terreno demasiado áspero.
Abrí la puerta del puesto delantero en donde estaba Patricia y ella me quedaba viendo, pero sin hablar. Estaba como ahogándose. Traté de cargarla, pero nos caímos; y, mientras íbamos cayendo, vi cómo un grupo de personas venía corriendo hacia nosotros. Sentí que varios brazos me cargaron y me pusieron en la carretera.
Desde mi lugar vi cómo cargaban a Patricia y le embarcaban en una camioneta. Vi también cómo cargaban a Billy, quien se había hecho una herida en la pierna izquierda, en donde le tomaron 110 puntos. Escuché una voz que dijo, ‘a ese no lo cojan que está muerto’. Eso me hizo saber que Víctor Sierra se había matado en el acto.
Unos minutos después de que se llevaron a Patricia y a Billy, un carro se detuvo casi cerca de mi rostro. Alguien se bajó y gritó cuando me vio. Era Eugenio Giraldo, el director de la orquesta Inéditos de Colombia, quien, irónicamente, murió accidentado en ese mismo sitio unos días después.
Llegué al Hospital Universitario de Cartagena siendo como las 6:30 de la tarde. Ya las muchachas del conjunto estaban reunidas en la sala de urgencias. Al día siguiente, un médico general empezó a examinarme por todas partes para saber si tenía heridas internas o fracturas, pero por suerte solo me había roto la clavícula derecha.
A ese médico le pregunté que cómo estaba Patricia y me respondió que había llegado muerta. Enseguida dejé escapar un grito y me caí de la camilla. Mis familiares entraron a la habitación y trataron de regañar al médico por la información que me dio, porque ellos querían guardar el secreto hasta que yo estuviera un poco mejor de salud.
Por causa de mi convalecencia no pude ir a la funeraria a acompañar el cuerpo de Patricia, pero el entierro sí logré presenciarlo desde la azotea del hospital. Fue una cosa impresionante. Ese río de gente que acompañó al sepelio nunca lo había visto en esta ciudad.
Días después, los directivos de Codiscos me llamaron para que me encargara del conjunto, pero también comenzaron los problemas con la señora Luz Romero, porque ella suponía que por ser madre de Patricia tenía derecho a sacar y a poner muchachas en el conjunto. Yo trataba de convencerla de que el nombre de Las diosas no era de Patricia sino de Codiscos, pero no entraba en razón.
Después sucedieron muchas cosas incómodas y hasta dolorosas: murió Rosalba Chico, una de las cantantes. Y después murió Máryori Mejía, la conguera. El grupo fue perdiendo fuerza. Estoy enterado de que hay varias diosas regadas por el país, pero lo que nunca podrá reproducirse será otra figura enorme como la de Patricia”.
Octubre de 2013