Petro en París, al desnudo


La controversia desatada por el excanciller y expetrista ocasional Álvaro Leyva deja al desnudo, de manera clara y rotunda, la personalidad y las limitaciones conceptuales de nuestro presidente (a quien, repito, no elegí). Esa claridad no depende de cuál versión sea la verdadera —la inicial de Leyva o la posterior de Petro—, pues ambas revelan a un hombre que dice una cosa en público y actúa de otra manera en privado. Para el mundo, Petro se presenta como el gran defensor de la humanidad, el impoluto, el revolucionario, etcétera. Pero por dentro solo le interesa una cosa: él mismo y su ideología, trasnochada y pueril.

Si le creemos a Leyva, el asunto es grave: el presidente que no elegí se metió unos pases que lo dejaron inconsciente durante 48 horas, entregado a la rumba en la Ciudad Luz, a expensas del presupuesto nacional —es decir, del bolsillo de todos los colombianos—. Pero si le creemos a Petro, el asunto es aún más grave: se quedó paseando por París con plena conciencia, también con su familia, también con cargo al erario. En el primer caso, la inconsciencia le resta responsabilidad, aunque no le quita gravedad a lo ocurrido. En el segundo, la consciencia agrava los hechos y lo hace plenamente responsable.

Las versiones de los periodistas solo añaden combustible al fuego: Petro no se quedó en París solo con su familia —lo cual ya excedía la autorización del Congreso y violaba la ley que juró cumplir—, sino que también mantuvo allí a toda su delegación, a periodistas sin hotel ni viáticos, y al avión presidencial con su tripulación. Ninguno de esos gastos salió del bolsillo de Petro: todos, sin excepción, salieron del bolsillo de los cincuenta millones de colombianos a quienes —de manera inconsciente, si creemos a Leyva, o consciente, si creemos a Petro— defraudó.

A ello se suma un segundo agravio: el decreto que expidió para justificar su permanencia en París, consciente o no, fue una mentira. La razón oficial para quedarse no fue su supuesto amor por sus hijas, sino problemas de carácter técnico que, sobra decir, jamás existieron. El problema de mentir es que, una vez se empieza, no se sabe dónde se termina. Y ese es justamente el camino que Petro y su gobierno han emprendido, tanto de manera consciente como inconsciente.

No quiero un presidente que toma decisiones bajo los efectos de las drogas. Pero quiero aún menos un presidente que toma malas decisiones con plena conciencia. De algún modo, el “me-importa-un-culismo” me parece más grave a largo plazo, porque revela a un líder que, con plena lucidez, nos está llevando —como se dice popularmente— de culo pa’l estanco.


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