La verdad retorcida: cómo la desinformación divide a Colombia


La verdad retorcida: cómo la desinformación divide a Colombia

Informarse en  Colombia no es lo mismo que antes. Hace unos cuantos años, leer noticias o escucharlas era parte de entender el país, de estar al tanto de lo que pasaba: un número de importantes periodistas investigadores narraban, informaban sin tomar partido de los hechos y sucesos de la cotidianidad. Se degustaba la información, porque el periodismo tenía una alta carga de veracidad, pasión y estética. Ahora, por el contrario, para muchos, informarse se convirtió en una forma de reforzar lo que ya creen. Y eso tiene mucho que ver con cómo están funcionando los medios y con el clima político tan polarizado que vivimos; las cosas se están poniendo color hormiga. En este texto intento mostrar una reflexión de cómo se deteriora una de las profesiones más hermosas creada por la humanidad: el periodismo. Los dioses olímpicos del periodismo se revuelcan en la suciedad de aquellos que hacen un periodismo parcializado, antiético y antiestético. 

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No es casualidad. La historia nos muestra las consecuencias de la forma en cómo leemos y el qué entendemos con la información y de cómo esta depende también de factores culturales, sociales e incluso tecnológicos. Hoy, la desinformación no solo sigue existiendo, sino que es más fuerte, más rápida, más agresiva. No importa, sino crear opinión distorsionada sin importar la clase de esta. Y esto, en el país, se intensificó con la llegada de un gobierno distinto, que rompió con esa vieja dinámica bipartidista que dominó por décadas. Esa hegemonía que cansó a la gente, que ya no es tan iletrada como hace unas décadas.

Algunos medios tradicionales dejaron de lado su papel de fiscalización responsable para meterse de lleno en una lógica de confrontación constante, por supuesto defendiendo unos intereses económicos y muchas veces degradando la profesión más antigua. No se trata solo de criticar al gobierno —eso es legítimo y necesario en una democracia—, sino que muchas veces esa crítica se vuelve destructiva, sesgada o incluso manipuladora, trayendo como consecuencia el odio, la inquina y la violencia verbal y física de aquellos que no saben confrontar con argumentos sino con gritos y golpes. Y de esto hay ejemplos a montones todos los días: se omiten datos clave, se toman declaraciones fuera de contexto, se amplían rumores hasta convertirlos en titulares explosivos. Esto es, se crea una atmósfera de caos y desinformación que socava el criterio del desprevenido lector u oyente. La desinformación se arraigó desde hace un largo tiempo en los medios, no solo en este gobierno, sino también en otros, para atacar o para defender intereses.

Por ejemplo, cuando se habló de la reforma a la salud, hubo medios y periodistas que se enfocaron únicamente en mostrarla como un peligro inminente, como si todo el sistema fuera a colapsar o como si el sistema que se intentaba cambiar fuera el mejor del mundo. Pero, ¿qué pasa con los millones de colombianos que ya no tienen acceso real a atención médica? Esa parte, muchas veces, se omitió. Hubo hasta defensores a ultranza del viejo sistema, como si este hubiese sido la panacea de un óptimo servicio que, según mi opinión, solo se interesó en el lucro, importando un comino la salud de muchos ciudadanos. Se usa lo que algunos expertos llaman “contenido engañoso”: se dice algo cierto, pero se retuerce para que signifique otra cosa. Así se construye una narrativa, un discurso distorsionado y alarmista que no siempre ayuda a entender el problema de fondo. Los medios no educan a sus oyentes y/o lectores, aunque esta no sea su función, pero éticamente no se manejan bien. 

Lo mismo ocurrió con la reforma pensional. Titulares como "te van a robar lo ahorrado" generaron miedo, rechazo inmediato, indignación. Pero hubo poco espacio para explicar realmente cómo funciona el sistema actual, cuáles son sus falencias estructurales o cómo se podría mejorar con una reforma pensada a largo plazo. Es más fácil vender miedo que generar comprensión. Allí hubo un grave error del  acrítico periodismo que, con la anuencia de quienes siempre defienden el statu quo, quieren preservar el inamovible desangrante sistema que se tiene en Colombia.

Y no solo se desinforma diciendo cosas falsas. A veces, se hace peor daño callando la realidad, una mordaza de silencio pareciera que tuvieran para no abordarla. Algunos medios minimizan logros del gobierno, los entierran en páginas internas o los presentan con un tono de incredulidad. Un acuerdo regional, una mejora económica, un avance en materia de paz… todo eso parece pasar desapercibido frente a las noticias negativas. Esto genera una especie de “eco mediático” donde solo se refuerza la idea de que el gobierno está fallando, aunque los hechos objetivos digan otra cosa. ¿Entonces? ¿Qué pensará una persona que no traga entero, que por lo menos tiene cinco sentidos de frente, como decían nuestros abuelos? La respuesta es obvia: tenemos un periodismo de estómago que se arrodilla a sus patrones. ¡Así de sencillo!

Un caso claro fue durante la campaña presidencial del 2022, cuando circularon supuestas noticias sobre la expropiación de casas o la reelección indefinida. Todas mentiras. Y, sin embargo, circularon con fuerza, ayudando a moldear percepciones. Lo documentó bien La Silla Vacía, entre otros observadores independientes. ¿Pero por qué pasa esto? Porque hoy en día, en la era digital, la atención es el recurso más valioso. Las noticias que generan enojo, miedo o indignación son las que más se reciben. Se manipula el subconsciente del lector o del oyente iletrado con facilidad. Y eso significa dinero. No es casualidad. En ese negocio, la noticia no siempre busca informar, sino atrapar. Y así se va formando un círculo vicioso: los medios refuerzan los prejuicios de sus audiencias, y las audiencias, a su vez, se quedan en su burbuja informativa. Se crea una atmósfera gaseosa llena de mentiras que parecen verdades, que luego se difunden como verdades, y de esto se generan opiniones peligrosas para una sociedad “democrática”.

El gran perjudicado aquí es el lector u oyente. Con tan poca diversidad informativa, le resulta cada vez más difícil formarse una opinión propia, fundamentada. En lugar de encontrar espacios donde se debata desde distintas perspectivas, se queda atrapado en una red donde solo se confirma lo que ya piensa. Y eso no solo afecta su capacidad crítica, también fractura el tejido social.

Creo que todo gobernante tiene sus falencias; esto no se puede negar, pues es un ser humano, se equivoca, tiene sentimientos, emociones, etc. La crítica al gobierno debe existir. De hecho, es uno de los pilares de la democracia. Pero cuando esa crítica se basa en datos manipulados, en omisiones estratégicas, deja de ser útil y empieza a ser dañina. Perjudica a la sociedad. Se pierde la posibilidad de un debate maduro, sesudo, constructivo, que permita avanzar como país, como civilización, como seres pensantes.

En mi opinión, desde mi cátedra educativa, hoy más que nunca, los medios deben asumir su responsabilidad ética. Y nosotros, los ciudadanos, también. Debemos aprender a leer con cuidado, a preguntarnos quién dice qué, de dónde viene la información y qué intereses pueden estar detrás. En una sociedad dividida, la verdad bien contada puede ser el primer paso hacia la reconstrucción del diálogo abierto y sincero donde prime el respeto en la diferencia. Es hora de crecer civilizadamente.

Fuentes consultadas:

La Silla Vacía . (2023). Las cinco mentiras más difundidas por Petro y sobre Petro.
https://www.lasillavacia.com/detector-de-mentiras/las-cinco-mentiras-mas-difundidas-por-petro-y-sobre-petro/

Transparencia por Colombia . (2024). La desinformación en Colombia y el acceso a la información pública.
https://transparenciacolombia.org.co/wp-content/uploads/2024/09/Vf-La-desinformacion-en-Colombia-y-el-acceso-a-la-informacion-publica.pdf

Wardle, C. & Derakhshan, H. (2018). Fake News: It's Complicated.
https://www.coe.int/en/web/freedom-expression/fake-news


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