“CUPO 50, DE PIE NI SE SABE…”


Olaya, Pozón, es el pregón que tengo en mi mente, no por mi procedencia, la cual aún no se establece, porque mi habitáculo de neonato fue al lado de la iglesia San Juan Eudes, ubicada entre Santa María, Daniel Lemaitre y Crespito. Lo que me queda claro, es que pertenezco a ese porcentaje mayoritario asociado al pópulo cartagenero, que disfruta, vacila y ama el estilo de vida natural del Caribe.

Cuando estudiaba en Comfenalco me encantaba caminar desde Lemaitre hasta el puesto de buses de la Esperanza, ahí en la curva antes de “Hollywood” como le llaman ahora a la zona comercial del barrio La María, en donde con seguridad hay artistas con más talento y personalidad que en el Capitol Record Studios. Me gustaba esta rutina porque con mi intuición artística primaria tenía la capacidad de deleitarme con los carteles picoteros y las obras de arte geométricas y abstractas de Luis Erazo, ubicadas en los muros del colegio Liceo de Bolívar, en el camino saludaba al “Blondon” uno de esos artistas Hollywoodenses que no pudo demostrarle sus aptitudes al mundo y esperaba a que saliera a las 2:00 p.m. el bus del “cachaco”, quien tenía una navaja en su pretina y no usaba sparring, vaya usted a saber por qué... me gustaba este bus porque tenía gráficas internas, que denotaban enseñanzas sociales, políticas y hasta económicas, o ¿dígame usted cómo percibe un letrero que dice: cupo 50, de pie ni se sabe? ¡eso es estadística pura! Y el análisis a mis 13 años no solo apuntaba a los mensajes, mi tipoteca ya empezaba a crear sensaciones del tipo Ratatouille con relación a lo cromático y tipográfico.

“¡Olaya, Pozón!” tocaba estar pendiente de los sparring porque en el trasbordo hacia Zaragocilla, el volumen de vehículos públicos era impresionante y a la subida de la loma de Bazurto ya iban caídos con el tiempo, así que estos pilotos volaban sagaces cual halcones, rápidos pero siempre pilas para atrapar a sus presas –pasajeros-, …y sí, ¡éramos felices!

A mis 25 años seguíamos siendo felices, pero en una visión, revelación o quizás predicción del tipo Luz Marina: “hijo, cuidado tumbas el vaso y riegas el jugo”, me ubiqué en la India Catalina a percibir la dinámica diaria del centro de la ciudad y admiré el nivel cultural de la misma. Todo estaba “ordenado”, para mí, para nosotros -el pueblo- la ciudad estaba en un éxtasis cultural, los vendedores ambulantes “deambulaban”, el “tuchín” sonreía, la “palenquera” coqueteaba, el “sparring” vacilaba, el lotero “piropeaba”…Es decir, el espacio era de nosotros y para nosotros, se sentía un fuerte aroma a Cartagena, quizás procedente de la zona de puerto duro, donde estaban los comerciantes de pescado sobre una brillante alfombra de escamas que les hacia ver siempre festivos, y fue ahí que me dije: no nos falta nada, la ciudad es sencillamente encantadora.

Una semana después inició una tragedia que a mi criterio sobrepasó los límites del genocidio de Francia, una destrucción de las dinámicas culturales, marcada por la elitización y modernización de la ciudad, una réplica de sistema integrado de movilidad pública, en una ciudad que se movía bien a su ritmo y con él, una marcada necesidad por recuperar los espacios públicos, que ya eran del público y convertirlos en “no lugares” – Marc Augé acuñó el concepto "no-lugar" para referirse a los lugares de transitoriedad que no tienen suficiente importancia para ser considerados como "lugares"- “recuperaron” el callejón de los zapateros, dígame: ¿qué identidad tiene hoy ese espacio?  “remodelaron” la plazoleta de la Olímpica, hoy es la plaza del Joe Arrollo, ¡claro… claro…! En donde John Narváez realizó un acertado réquiem para despedir a los comerciantes que alimentaban a servidores públicos -agentes del tránsito distrital- y a nosotros el pueblo.

La élite de la ciudad se encargó de reventar la encantadora sencillez que se proyectaba desde la India Catalina, al punto que ella también sufrió por el desplazamiento. El olor a Cartagena también desapareció porque esos comerciantes de puerto duro, salieron como pepa de guama.

El sistema integrado abre sus puertas hoy, después de 5 años de entorpecer nuestro existencialismo crónico y al verlo transitar, obviamente no nos sentimos identificados con él, nadie se tomó la molestia de preguntarnos si lo queríamos y nuestro acto reflejo a toda esta invasión es agredirlo, eso se llama supervivencia. Nos piden que no seamos salvajes, que nuestro vandalismo es muestra de la falta de educación, que carecemos de cultura ciudadana, que nos quejamos de la movilidad de la ciudad.

El problema aquí no es de diagramación –organización de elementos para construir una armonía-, no son las estructuras de movilidad las que fallaron, no son las retículas modulares las desequilibradas, el problema está en el método de proyectación utilizado, según Bruno Munary es un método de resolución de problemas lineal y presenta un orden lógico. No existió un proceso de investigación cultural real, de análisis del público objetivo, como tampoco un proceso de incubación que permitiera una conceptualización argumentada, así que finalmente hoy no existe una construcción de producto funcional. Aquí solo existió la necesidad de modernizar, de competir, de no quedarse atrás y de elitizar. Algo similar a las competencias publicitarias de los operadores móviles, si la empresa  ‘M ‘saca una campaña con el minuto a $100, la empresa ‘T’ saca en 1 hora una campaña con el minuto a $99 y la funcionalidad y aporte de las mismas para construir beneficios reales al usuario, es igual a nada.

Apreciado replicante: ¿usted tuvo la delicadeza de explicarle a esta muchedumbre “juleposa”, el ahorro en tiempo y dinero que obtiene al tener un sistema integrado de transporte público? Y si lo hizo, ¿se percató del interés que le generó esta apuesta de economía al individuo que socializó? ¡Le importa un carajo! Porque a él le gusta la sabrosura de la música que le colocan en ‘El Sagitario’, la sirena que tiene ‘El Pirata’, el freno de aire que vacila ‘El Géminis’, la consola de la Virgen de la Candelaria que tiene ‘La Pepa Alemana’, ¿el solo Hecho de que nuestros buses de servicio públicos tengan nombres, le dice algo sobre el valor agregado del producto popular?, eso querido replicante, eso es publicidad vernácula.