Una cachaca en Cartagena


Llegué hace tres años y unos meses a Cartagena. Sabía que iba a ser por largo tiempo. Venía con mis hijos pequeños y mi esposo a la nueva aventura caribeña. Yo, la típica cachaca, blanca, muy blanca, “dulce” para los mosquitos, de esas que se hinchan por el calor y que no saben lo que es broncearse color canela.

Salimos de Bogotá por cuestiones de trabajo, pero la verdad es que desde hacía tiempo deseábamos la experiencia de vivir en una ciudad pequeña. Nosotros que habíamos nacido y crecido en Bogotá, estábamos cansados de recorrer diez cuadras en 40 minutos, de no saber cómo iba a estar el clima en los próximos 15 minutos y de oir a la abuela decir “abrigue bien al niño cuando salga”, llegamos a vivir a la ciudad a la que todos quieren venir de vacaciones.

Han pasado tres años y nuestros amigos cachacos siguen creyendo que estamos en eternas vacaciones. De algún modo logramos hacer maromas para salir con ellos a pasear así vengan entre semana y nos pidan vernos un miércoles a las 3 pm -amigo cachaco, acá también se trabaja a esa hora-. De a poco hemos logrado entrar en el “slow motion” en el que se vive acá. El “cógela suave” no es solo una frase, ¡Es un estado mental!, y es algo que todavía me cuesta comprender.

Este será un espacio para contar esas experiencias de alguien que todos los días trata de adaptarse a la Costa, de esa que por más que trate de mimetizarse tiene un letrero luminoso que dice “soy cachaca”. Aquí contaré anécdotas, historias y situaciones que me sorprenden, que admiro y me gustan; pero también otras que critico, que no entiendo y por las que seguiré siendo una cachaca en Cartagena.


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