Mercados campesinos Cartagena

Mercados campesinos y recetas de justicia alimentaria


Por: Ana María Narváez* y Evelyn Osorio**

 

A la llegada de la COVID-19, un clima de incertidumbre se impuso en la economía. La pandemia y sus medidas de confinamiento también aumentaron las condiciones de vulnerabilidad alimentaria de las familias debido a la disrupción en los canales de abastecimiento y a las pérdidas de empleos. Ante esta situación, algunos tomadores de decisión le apostaron a promover mercados con comida local y tradicional como estrategia para combatir la desigualdad.

En esta columna queremos compartir dos de varias experiencias de mercados campesinos, étnicos y agroecológicos, que lograron surgir y fortalecerse en medio de la pandemia. Todo esto gracias al trabajo mancomunado entre entidades públicas y organizaciones comunales, quienes buscaron, de manera directa o indirecta, resolver tensiones dentro del sistema alimentario y construir procesos de resistencia del campo a la mesa.

Una de las experiencias más notables fue la de Bogotá y la Región Central —que reúne a los departamentos de Huila, Tolima, Cundinamarca, Meta y Boyacá— con la mercatón campesina. Los mercados campesinos en Bogotá hacen parte de la política pública de la ciudad desde el 2004, cuando fueron incluidos en el Plan Maestro de Abastecimiento Alimentario como estrategia del programa Bogotá Sin Hambre. A través de los años, se han ido incorporando los departamentos que conforman la Región Central y sus organizaciones campesinas para dar sostenibilidad a los mercados.

A estos mercados campesinos la pandemia los empujó a agilizar el siguiente paso en la estrategia: la digitalidad. Apenas un mes después de la declaración de Emergencia Sanitaria, más de 80 asociaciones comunales, la Alcaldía Mayor de Bogotá y la Región Central lanzaron domicilios virtuales de mercados campesinos con una mercatón campesina. Según la Alcaldía de Bogotá, la mercatón logró la participación de más de 1.500 familias rurales, quienes recibieron hasta cuatro veces más de ganancia por la venta de sus cosechas. En adición, también benefició a los vecinos urbanos, quienes ahorraron un 10% en la compra de alimentos campesinos.

Para Navia Beltrán, representante de Asociación de Productores Agropecuarios con Visión y Emprendimiento (APAVE), que tiene más de 20 años de trabajo y reúne a más de 25 organizaciones campesinas, los mercados son espacios  de ayuda mutua entre el campo y la capital. “Durante la pandemia, no hemos dejado de trabajar por la economía campesina, que es la que le aporta más del 60% de los alimentos a los bogotanos, insistimos en continuar trabajando en el fortalecimiento del tejido social, la igualdad y equidad que genera el participar de un mercado campesino, que es la única oportunidad de defender la economía interna de nuestro país y la diversificación productiva. Las organizaciones  campesinas  hemos aportado mucho al desarrollo sólo que históricamente eso ha sido invisible a los ojos del gobierno ”, cuenta Navia.

La segunda estrategia que queremos resaltar es la de Cartagena. En medio de ñames, papayas, naranjas, guayabas y otros alimentos provenientes de San Basilio de Palenque y El Carmen de Bolívar, entre otros municipios, el pasado 31 de octubre, Cartagena inauguró su proyecto de ‘Mercados Campesinos Móviles’, una propuesta articulada entre entidades públicas, organizaciones de base y otros aliados.

Kairen Gutiérrez, directora del Plan de Emergencia Social Pedro Romero para la superación de la pobreza extrema (PES), afirmó en un video publicado por las redes sociales de la alcaldía, que los mercados campesinos pueden desempeñar un rol fundamental para la superación de la pobreza en doble vía. Por un lado, impulsando las cosechas campesinas para la reactivación económica. Por otro lado, contribuyendo a la seguridad alimentaria de la población cartagenera. Con esta justificación, los mercados campesinos móviles fueron incluidos en el PES, con el fin de hacer de la pandemia una oportunidad para innovar las prácticas de abastecimiento y acercamiento de los campesinos a los ciudadanos, evitando intermediarios, garantizando la calidad del producto y precios justos tanto para el que produce, como para el que consume. 

Los mercados campesinos no se limitan a ser una modalidad de comercio: son una práctica social sensible que permite contacto directo entre quien produce y quien compra, logrando el reconocimiento mutuo de dos eslabones claves de la sociedad. Además, estos procesos permiten el desarrollo de las prácticas autóctonas de alimentación tradicional, por ejemplo, las técnicas propias de la región caribeña para la preparación de los quesos o en el caso de la región central en los amasijos. Estas prácticas de alimentación afirman los lazos identitarios y comunitarios, incentivan la agricultura familiar, mejoran la organización, ayudan a mitigar el hambre y generan sostenibilidad alimentaria. 

Es cierto que no hay una acción mágica que alivie la inseguridad alimentaria, el mal pago de las cosechas campesinas o el desperdicio de alimentos en las largas cadenas de abastecimiento. Sin embargo, los mercados campesinos le apuestan a sistemas de alimentación más justos que le dan un lugar protagónico al alimento y a quien lo produce. Son espacios donde rurales y urbanos moldeamos su sentido político, el cual que termina impactando nuestro entorno cultural, medioambiental, socioeconómico y nutricional. 

Quizá en estos encuentros entre ciudadanos nos permitamos valorar el alimento más como un derecho que como una mercancía, a diferencia de la interpretación común en la mayoría de políticas alimentarias del país. Y así, estaremos un paso más cerca de la soberanía y dignidad alimentaria, tanto para el que trabaja el alimento, como del que trabaja para conseguirlo.

 

*Investigadora de Dejusticia.

** Pasante en Dejusticia.

*** Foto de Portada: EFE


TAMBIEN TE PUEDE GUSTAR