El problema es que El Brayan es un dibujo falseado

Defensa de El Brayan


Rostro anómalo, rateril

Sucio, con pegotes de gomina. Tiene un swing que él cree que gusta. Tiene algo de falseado reguetonero: en cientos de imágenes impone su estilo, su engreimiento de tarima. Una boca grande, pero más que nada, una mirada que corta. Su casi algo (su ligue, o arroz en bajo), se llama Yulitza, Mirleydis, Kimberly, o algo parecido a esa sonoridad robada del anglosajón.  Eso sí, al fondo se escucha de manera difusa la voz de Arelys Henao, o de la de Farid Ortiz o tonadas de Calibre 50.

Lo que vemos de El Brayan es una imagen preconstruida que se entronizó en las redes sociales de América Latina, su semblante se ha impuesto como el estereotipo de lo bajo. Su aspecto atosiga, pero más su nombre: “El Brayan”, con el artículo en mayúscula, que se usa en la prensa para nombrar los alias de los delincuentes. 

El Brayan, ese hijo de menos madre de toda América Latina, está en todas las redes y ya no hay vuelta atrás.

“Brayan, cuchá” 

El Brayan ya supera los diez años, surgió en Argentina cuando se hizo viral un audio de WhatsApp de una joven en el cual le declara su amor a un tal Brayan: “Hola, Brayan, cuchá… te amo Brian”, puedes escucharlo aquí: https://www.youtube.com/watch?v=G0Lzx_lFg20&t=2s. Se supo después que se trató de una joven llamada Sofía, quien estaba ebria cuando lo hizo.

Luego de un tiempo, un joven mexicano hizo parodias personificándolo en videos. La imagen se fue robusteciendo hasta que se constituyó en el estereotipo del clase baja y humilde en América Latina, con vestimenta asociada al hip hop o al reguetón, pero más que eso, se le vinculó con la delincuencia. 

En ese momento adquirió el aspecto ya conocido que atribuye un sesgo clasista al personaje y se asoció a las problemáticas sociales y económicas de los jóvenes de barriadas humildes, tanto en Estados Unidos como en toda América Latina.

Se le atribuye a El Brayan una falta de educación formal, habilidades limitadas, comportamientos irresponsables, adicciones y una actitud pasiva hacia su propio desarrollo personal y profesional. Se le relaciona con la delincuencia, las pandillas y la violencia urbana. Estos estereotipos negativos generan una visión sesgada y limitante de los jóvenes de clases bajas, impidiendo reconocer su diversidad y potencialidades para superarse.

En cosa de semanas se hicieron versiones modificadas o remix, algunas grotescas, otras más o menos inteligentes. El asunto es que llegaron a tener millones de vistas y El Brayan y su compañera se volvieron símbolos de una clase marginal. 

Dentro de las tantas parodias que aparecieron son muy conocidas las que publicó Violeta  Marujoz, una Youtuber con más de 500 mil seguidores. La conocida transgénero se dedicó a construir el personaje de “la mamá de La Brittany” y llegó a tener millones de vistas. En 2022 Marujoz murió en extrañas circunstancias al parecer en un acto de violencia transfóbica en un bar.

Dibujo falseado

El problema es que El Brayan es un dibujo falseado y, de forma inconsciente, estandarizamos y generalizamos en ella a los integrantes de una clase social desposeída. El fenómeno debería plantearnos desafíos y cuestionamientos en el contexto de la cultura y de la definición de a qué clase pertenecemos. 

Como tal El Brayan puede hoy simbolizar lo que llamaban en su momento lumpen: grupo de individuos que representa una parte de la sociedad que enfrenta condiciones difíciles y no está integrada al sistema productivo. El término proviene del alemán Lumpenproletariat y fue usado en la teoría marxista. Se traduce más o menos como “proletariado de andrajos o de harapos”. 

Hoy, en el fenómeno de las redes, la imagen adquiere los mismos rasgos de individuos que, en la realidad, están degradados, marginados o no integrados a la sociedad; esto incluye a indigentes, mendigos, prostitutas y delincuentes.

Esta percepción negativa puede llevar a una autoestima baja y la internalización de la idea de que no tienen posibilidades de mejorar su situación. Es necesario cuestionar y desafiar este estigma para reconocer la diversidad y potencial de los jóvenes latinoamericanos.

Pero también la agresión es contra la Kimberly. En todos lados vemos el fomento de comportamientos hostiles y despectivos hacia las mujeres. En las redes no hay un entorno digital seguro y respetuoso en donde ellas opinen sin temor a represalias. Al contrario, hay un incremento de la violencia hacia ellas, el maltrato psicológico al que se están exponiendo es una de las principales causas de muerte de mujeres entre 17 a 40 años, en todo el mundo, según la organización OMS.

El Brayan lleva sobre sus espaldas el peso de la segregación en pleno siglo XXI. Una segregación impuesta por las élites, pero diseminada en las redes. Se trata de una lógica manifiesta de desprecio que es multiplicada y dinamizada por el algoritmo, y al tiempo disfrazada de chiste, pero no es más que violencia. 

Mi amigo Jorge Sánchez-Maldonado, profesor universitario en el Llano, habla de “violencia ontológica” cuando la sociedad destruye la alteridad. Esto es, cuando cierra la posibilidad de reconocimiento y aceptación de que el otro “puede ser radicalmente distinto”. La sociedad se envilece -asegura- cuando el que mira al otro se incomoda, y le resulta raro y bizarro porque simplemente es diferente, y no encaja en sus referentes culturales.

"El mundo virtual es pobre en alteridad", sentencia Byung-Chul Han en Topología de la violencia. "En los espacios virtuales, el yo prácticamente se puede mover sin el ‘principio de realidad’”. Es decir, el otro ya no existe, y pareciera no importarle a nadie.

Juan Ramón Jiménez lo cantó con tino en su poema Distinto: "Lo querían matar / los iguales / porque era distinto". (…) "si te descubren los iguales / huye a mí, / ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto".

Pese a los avances contra la marginalidad, continúan grupos de individuos que enfrentan condiciones de desigualdad y exclusión en nuestra sociedad. Estos grupos enfrentan barreras estructurales y prejuicios, lo que limita su acceso a oportunidades y derechos. La discriminación y la falta de políticas inclusivas perpetúan la marginación, impidiendo que muchos individuos participen en la vida social y económica.

Estigmatización y desprecio 

Festejamos con chistes fofos a El Brayan, gozamos sus narraciones llenas de estupidez y tonterías con risita esperpéntica que se escucha al fondo, las agresiones disfrazadas de broma. Lo que se queda en la audiencia es el mensaje de segregación. Ejemplo hay muchos. 

“El Brayan nace, crece, conoce a Mirleydis, se reproduce, se enfrenta al Marlon David y muere”, dice uno. 

La lista es larga. Hay una caricatura que muestra el nacimiento de El Brayan como un niño que sale del parto disparando una pistola 9 milímetros. Otro ejemplo está en Youtube y se titula “Cómo nacen los Braian”, se puede escuchar aquí: https://www.youtube.com/watch?v=Z__jpDEhfCk El audio literalmente termina diciendo: “Frenemos esta reproducción masiva de Braian, Kévines, etc., etc... Nos vemos la próxima, amigos, en otra edición de Cómo se reproducen estos negros de mierda".

Hay muchas formas de estigmatización y desprecio. Recuerdo que alguien cercano me contó que, en los Montes de María, vivió un negro llamado Evaristo. Se dice que el color de su tez era tan redoblado que todo el mundo lo recuerda. De Evaristo no se sabe nada, si fue buena persona, o si tenía virtudes, o si sabía cultivar la tierra. Por cosas de la mentalidad de la época sólo quedó un chiste enfermizo referido a Evaristo. Durante décadas todos en el pueblo repitieron la chanza: Cuando se quemaba algún alimento en las casas, era costumbre imprecar: “¡Miércoles!, le pasó la mano Evaristo a la comida”.

El Brayan y el ultraje

Veo una conexión crucial y peligrosa entre la construcción de “El Brayan”, personaje al que todos vapuleamos inmisericordemente en las redes, y el consentimiento sobre el desprecio a las clases despojadas. Creo que el desprecio a una imagen en las redes puede intensificar en los usuarios la proclividad de aceptar el rechazo o distanciamiento frente algunos grupos de personas. 

Pasa en todas las ciudades de América Latina donde la supervivencia es frecuente en ellas dadas las escasas oportunidades de trabajo. En sus calles hay una población que está inmersa en la exclusión social: empleados sin servicios de salud, emprendedores informales cuyo sustento se encuentra en la calle, jóvenes sin acceso a educación, limpiavidrios, habitantes de la calle, trabajadoras sexuales, dealeres, feriantes ilegales, músicos y actores callejeros. 

La marginación sería una acción en contra de un grupo de la población que no se encuentra integrada en la sociedad por parte de otro grupo que sí lo está, o que aparentemente lo está.

No obstante, en esta sociedad posmoderna y de capitalismo salvaje todos estamos excluidos de algún tipo de escenario social. A veces la marginación surge de prácticas explícitas de discriminación que son aceptadas por el mismo marginado y el resto de la sociedad.

Esto me recuerda un hecho mediático de mediados del año pasado, cuando se dio una acalorada controversia por una imagen en la red social X en la cual se encuadra a las senadoras María Fernanda Cabal y Paloma Valencia mientras que la vicepresidenta Francia Márquez se desplaza por el pasillo central del Senado. Se evidencia la actitud displicente y de mofa. El debate evidenció los alcances insospechados que tiene una imagen en el amplio océano de sugerencias de las redes.

¿A quiénes me parezco más?

Por otro lado, las redes funcionan con la retención de los usuarios. Esta retención es facilitada por un algoritmo que analiza el comportamiento de cada uno de esos usuarios a los cuales ofrecen contenido específico para mantenerlos enganchados. Así mismo, las redes inculcan la comparación con otros usuarios, aspecto aprovechado con éxito por el hiperconsumo. A través de esa comparación nos parecemos a los de una clase social más alta, a la cual aspiramos, y nos diferenciamos del mugriento Brayan.

Este diseño, impulsado por la recolección de nuestras estadísticas como usuarios de las redes, tiene como objetivo mantenernos inmersos en una dependencia que puede modificar nuestros comportamientos. Es fácil que, en medio de esas lógicas, un discurso agresivo, homofóbico, o racista escale en todas las audiencias. 

El Brayan como un saco 

Hay comunidades enteras que creen que la justicia a veces la pueden impartir los ciudadanos mucho mejor que el mismo Estado. El aniquilamiento social se cuece en el trasfondo de la precaria presencia de este. Ante su ausencia algunos individuos o grupos asumen la solución de los conflictos y así mismo se vuelven operadores del exterminio.

Para que se dé el exterminio del otro es necesario, primero, una aprobación en individuos particulares y luego el consentimiento de una comunidad determinada. No nos mintamos, entre individuo y masa hay multitud de conectores, una difusión de una práctica diseminada en numerosos rincones del territorio.

En nuestro caso, una amplia difusión en las redes es suficiente para justificar la aprobación social de determinados actos de violencia. Las infinitas formas de mediaciones de dichas redes se da una justificación de la agresión, desde verbal hasta física.

Ha pasado en la historia nuestra, échese un vistazo a la mal llamada “limpieza social” en Colombia en la cual unas personas actúan desde la pasividad y el silencio, otras respaldan las narrativas para propiciar el miedo como detonador de la agresión, y otro grupo ejecuta la “limpieza”. La frase que resume ya es conocida: “Ese que mataron, algo debía”. 

Por supuesto, el uso del meme en contra de las clases sociales bajas suple (por ahora) la violencia cruenta, el escarnio y la exhibición pública del asesinato.

El lío es que con la imagen de El Brayan meten en un mismo saco a todas las personas de estratos bajos. Se vuelve metáfora de aquel que no posee medios de producción ni aporta fuerza de trabajo, y al cual se le considera perteneciente a un grupo social improductivo. El Brayan es el equivalente de quienes dependen de la caridad, de actividades ilícitas o criminales, o de ciertos recursos que para otras clases serían desechos. 

El Brayan ofrece eficientemente una doble función: identificar a los pertenecientes de las clases despojadas con lo delincuencial y banalizar el complejo origen del fenómeno de la delincuencia.

Lo limpio se impone

Es evidente que las nociones de lo limpio se impusieron en todos los escenarios de la vida, incluso en los modos públicos de expresarse. Lo que se desconoce es considerado rareza y cualquier forma de comportamiento distinto debe ser apartado. Estos prejuicios llevan a creer que hay que limpiar la vida en sociedad de las supuestas impurezas que deja la multiculturalidad. Hay que proscribir la expresión popular, lo plebeyo y relajado. 

Igual que la vida en las urbes, las redes están invadidas de creencias y símbolos que se han instalado como referentes de lo limpio, lo casto y lo blanco. Todo ello se enfrenta a lo negro, lo indio y lo sucio. Son enunciados que surgieron desde hace siglos y que se mantienen como vehículos para la exclusión social y étnica. Estos referentes hermanan al indígena con el loco, el negro, el pobre y el joven marginal. 

Mejores conflictos

Hay que mirar en detalle eso que Estanislao Zuleta nos advertía. Él entendió que la ausencia total de conflicto es prácticamente imposible. Los conflictos son inherentes a la condición humana y a las interacciones sociales. En lugar de negarlos, o destruir al otro, Zuleta aboga por reconocer su existencia.

En lugar de vivir en constante resistencia o sufrimiento debido a los enfrentamientos, hay que tener "mejores conflictos". Eso implica la posibilidad de transformar los desacuerdos en oportunidades para el crecimiento y la evolución. 

Todo esto exige abordar los problemas con un enfoque reflexivo y estratégico, buscando soluciones que promuevan el bienestar general. Zuleta destaca la importancia del escepticismo respecto a la glorificación de la guerra y la disposición del pueblo a entrar en guerra. Un pueblo maduro para el conflicto no significa una sociedad beligerante, sino una comunidad que comprende la realidad de las diferencias y está dispuesta a abordarlas de manera responsable y constructiva. 

Al abrazar la complejidad de las relaciones humanas, se establece el fundamento para construir una paz sólida y sostenible.

Para Zuleta el objetivo no es eliminar por completo las diferencias, sino transformarlas en fuerzas positivas. Esta perspectiva requiere un cambio en la actitud de la sociedad hacia el conflicto, adoptando una mentalidad que busque constantemente mejores formas de abordar las oposiciones y construir un futuro más armonioso.

En medio de este panorama sombrío, sabemos que El Brayan verdadero existe y que podríamos mirarle de diferente manera. Si entendiéramos en profundidad la realidad socioeconómica que vivimos, podría El Brayan ser la metáfora del logro. Se nos olvidan casos impresionantes de superación personal: deportistas, artistas, galenos e incluso académicos, sirven de ejemplo hoy de resistencia y lucha.

Esa cosa amorfa que nos muestra las redes no existe, el verdadero habitante de los barrios desairados es uno que atesora sueños y aspiraciones que brillan con intensidad. Con determinación y esfuerzo, ese personaje lucha por superar las barreras impuestas por su entorno, lucha por destruir los prejuicios que lo agobian, buscando educación y formación para abrir nuevos caminos. Su historia, aunque reflejo de una realidad injusta, también es un testimonio de empeño y esperanza. 

Este Brayan del que hablo encarna la posibilidad de un futuro prometedor, donde las juventudes del mundo encuentren inspiración en su lucha por trascender las adversidades. Su ejemplo podría convertirse en un faro de esperanza, mostrando que, a pesar de las circunstancias adversas, el cambio y el progreso son posibles mediante la perseverancia y el compromiso con el propio perfeccionamiento. 

Sin duda, hay que sacudir el árbol.

Cierro esta defensa de El Brayan con la imagen de un auténtico joven de barrio que no tuvo posibilidades económicas ni futuro. Se trata de Cristian, un muchacho de las comunas de Medellín, fotografiado hace diez años por el fotógrafo argentino Martin Weber quien incluyó la imagen en su libro "Mapa de sueños latinoamericanos". Weber conoció a Cristian cuando iba todos los días a una escuela, no para estudiar, sino para poder comer. El artista cuenta que antes de tomarle la foto le pidió que escribiera en una pizarra su sueño. Lo hizo y este es el documento que capturó para la posteridad. Allí se aprecian las cicatrices de puñales y balas en su torso. Meses después, el cuerpo de Cristian fue encontrado baleado a las orillas de un río. FOTO: MARTIN WEBER.


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