39 años y contando…


… cuando unas balas terminaron con mucha antelación la cuenta. Esa edad —la misma de Miguel Uribe Turbay— tenía mi hermano Carlos cuando una descarga le destrozó el cerebro. Resulta fácil establecer un paralelo entre ambos: sus vidas fueron segadas por los disparos de jóvenes sicarios contratados para asesinarlos; eran ambos hombres maduros de la misma edad, con décadas de diferencia; estaban en sitios llenos de gente —un avión en pleno vuelo y una manifestación en un parque en Bogotá, lo que no impidió que el plan diseñado para matarlos se ejecutara con sevicia y seguridad. Al asesino de Carlos, que en un avión a 10.000 metros de altura no tenía para dónde coger, lo mató el jefe de escoltas del DAS, no exactamente para evitar que escapara, sino para impedir que se le escaparan los nombres de quienes lo contrataron. Al de Miguel lo intentaron descerebrar a patadas, ya estando capturado, con el mismo objetivo. 

Ambos, Carlos y Miguel, por muy distintos caminos, querían lo mejor para Colombia.

Hasta aquí llega el paralelo, pues son dos senderos que se bifurcaron muy pronto para unirse en el hecho final de sus vidas: Carlos, al igual que tantos colombianos desde la remota y siempre presente Patria Boba, intentó cambiar el país por la vía de las armas, para descubrir que ese camino, que nunca debió ser, estaba siendo dominado por el narcotráfico y el secuestro. Miguel transitó otra ruta para buscar el país que soñaba: el de la institucionalidad, camino que también buscan cerrar el narcotráfico y la delincuencia. Fueron dos maneras de ver el país, sus necesidades y sus soluciones, separadas por 35 años y por dos momentos históricos muy diferentes.

En 1989, cuando Miguel Uribe tenía tres años, Carlos dejaba las armas y se embarcaba en un proceso de paz que debía conducir a la vida, pero que, en su caso, condujo a la muerte. Incorporado a la vida civil, lanzó su candidatura a la Presidencia de la República en una campaña que ya se había llevado la vida de tres candidatos: Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán Sarmiento y Bernardo Jaramillo Ossa, y, casi, la de un precandidato, Ernesto Samper Pizano. Carlos, un 26 de abril de 1990, sería el cuarto, cerrando una época negra que abrió la posibilidad de una mejor sociedad a través de una nueva Constitución Política —la aprobada en 1991— y de procesos de paz que, se suponía, habían aprendido de la experiencia del M-19 y de otros grupos guerrilleros.

En 2025, cuando Carlos Pizarro cumple 35 años de haber fallecido, Miguel Uribe lanza su candidatura presidencial, en un proceso que también debía conducir a la vida, pero que, en su caso, condujo también a la muerte. Al contrario de Carlos que murió horas después del atentado, Miguel permaneció vivo por ocho semanas que dieron esperanzas al país de que sobreviviría. En una campaña muy polarizada y en un país donde el sueño de paz de 1991 está lejos de lograrse, Miguel Uribe se convierte en el primer candidato presidencial asesinado en décadas. Esperemos que sea también el último. 

Miguel desde una posición muy distinta quería construir, al igual que Carlos, una Colombia en paz y donde todos tuviéramos la posibilidad de prosperar y ser felices. Espero que su muerte no sea en vano, como sé que no lo fue la de Carlos, y que, entre todos, desde nuestras propias posiciones y con nuestros propios talentos y limitaciones, seamos capaces de construir la nación que ambos soñaron y todos soñamos.